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jueves, 29 de octubre de 2009

EL CRISTAL AZUL CON QUE SE MIRA


EL CRISTAL CON QUE SE MIRA II

Hoy me acerqué al azul, intenso, bordeado en blanco sinuoso, espumoso y fresco. Descalcé mis blancos pies y caminé por el oro, húmedo aun por el temeroso mar que, no queriendo ser hollado, se retira majestuoso en suave bajamar. Y dejándome pasear por sus siempre sumergidos dominios, me acerqué a aquellas rocas, al pié del acantilado, donde un día muy lejano orgullosas atalayas fueron de otros ojos y otros vientos y sobre ellas me posé.

Contemplé el horizonte en pleno porque, lo grandioso del mar es que, entre su luz y su color, su forma de copiar el cielo, forman el horizonte eterno, sin comienzo, sin final. Al runruneo de su voz hablando con su amada tierra, al aroma de su olor, envidia de hombres y dioses, me dejé llevar por el momento y, como en un sueño, sobrevolé el color, el olor, el runruneo, hasta perder la noción del tiempo.

No sé si estuve allá, en el horizonte eterno, o no me moví de la roca donde descansé mi cuerpo, solo sé que disfruté del mar, de la vida, de los sueños que te nacen en la mente cuando tanto espacio abierto, tanto infinito ante ti, hacen que tu mente se abra, te desprendas de tu cuerpo y, levitando en el espacio, olvides tu vida, tus cuitas, tus penas y desaciertos.

Se va desvaneciendo el paisaje; ya las primeras luces, aun tímidas, se van encendiendo en el cielo. El azul que se oscurece, el oro se vuelve ocre, resaltando el blanco más y, lentamente, con la suave brisa trayéndome mar, se van perdiendo mis sueños; quizás se lo lleven las olas a otro lugar, a otras orillas donde aun vive la luz, buscando otras mentes donde volver a soñar.

Se va posando la noche, sobre la tierra, sobre el mar, sobre mi cuerpo silente que, no teniendo que soñar, vuelve sobre el dorado camino hacia la realidad.

Hoy miré con el cristal azul.

sábado, 24 de octubre de 2009



El Libro de los Proverbios
Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre,
Y no desprecies la dirección de tu madre;
Porque adorno de gracia serán a tu cabeza,
Y collares a tu cuello.
…………………
La sabiduría clama en las calles,
Alza su voz en las plazas;
Clama en los principales lugares de reunión;
En las entradas de las puertas de la ciudad dice sus razones.
¿Hasta cuándo, oh simples, amaréis la simpleza,
Y los burladores desearán el burlar,
Y los insensatos aborrecerán la ciencia?
Y los insensatos aprobaron la Ley; y muchas chicas, como Belén, se dejaron llevar.
--¿Sabes, Luisa? Mañana cumplo los diez y seis. Mis padres se han ido este “finde” al apartamento y me han dejado sola.
--¿Vas a dar una fiestecita en casa? –y Luisa se quedó mirando muy seria a su amiga –No puedo entenderte, Belén. Yo, en tu situación, no tendría ganas de fiesta. ¿Has hablado con tus padres?
--¡Por favor, Luisa, déjame en paz! He tomado mi decisión y no voy a cambiarla por mucho que me digas. Tampoco tengo que hablar con mis padres. Ya sabes qué opino de ellos.
Caminaban de vuelta a sus casas. Luisa miraba de soslayo a su íntima amiga, mientras esta, una chica bastante atractiva que, nada más salir del colegio, su falda menguaba casi hasta la mitad de sus muslos, iba mirando a todos los chicos que se cruzaban a su paso.
-¡Bel, espera! –al grito, ambas se volvieron a esperar a Toni que salía de las últimas del colegio. Al llegar a su altura les preguntó --¿Dónde vais con tanta prisa?
-A mi casa, que tengo que preparar la fiesta de esta tarde –dijo Belén y, volviéndose, comenzó a andar de nuevo –si salieses del cole como todas, no tendrías que correr luego.
-Es que estaba hablando con la Seño de Historia. El Lunes tenemos que entregarle los trabajos para la calificación de este trimestre.
--¡Hija! ¿Tú no piensas en otra cosa que no sea estudiar?
--Ja, ja, aquí me quedo. ¿Me invitas, verdad? –y sin esperar respuesta entró en el portal.
-Belén, no seas así; ella no tiene ni tu cara ni tu cuerpo.
-Pues mi cara no, pero mi cuerpo ya no está para muchos desnudos; pero eso lo voy a arreglar la próxima semana.
-¡Por favor, Belén, hablas del tema como si eso fuera algo normal! ¿Estás segura de lo que vas a hacer?
--¡No empieces de nuevo, Luisa; ya lo hemos hablado; no voy a cambiar de idea!
-Pero… es que ya estás de tres meses y medio y según dicen…
-No me importa lo que digan, la que está embarazada soy yo y no me voy a desgraciar el resto de mi vida por culpa del fallo de una maldita goma. Y no hablemos más, no quiero que llegue a oídos de mis padres.
-¡Claro, como tus padres te dan todo el dinero que quieres, no necesitas decírselo para abortar!
-Si no lo tuviese yo, se lo pediría a Joca; al fin y al cabo es el culpable –y aceleró el paso.
…………………
Terminó la Semana Santa y de nuevo el Colegio. Las tres amigas se reunieron un poco antes de llegar a las puertas del Colegio.
--Por el color que traes en la cara está claro que te has ido a la playa –le comentaba Toni a Luisa, mientras Belén, algo apagada, miraba sin ver.
--Belén, te he echado de menos. ¿Te fuiste por fin con tus padres? –le reclamó la atención Luisa.
--¿Con mis padres? No, no, al final no me fui con ellos. Decidí ir a Valencia a ver a mi prima Ro.
-¡Ah! Nada sabía. ¿Qué tal lo has pasado?
-Bien, pero ahora no tengo ganas de hablar de eso. Vamos para clase y luego hablamos –y sin esperar a sus amigas, salió andando hacia el colegio.
Luisa no dejó de observar a Belén. Algo había en ella que no le gustaba, pero conociéndola bien, sabía que tendría que esperar a que Belén le quisiera contar sus problemas.
Y pasaron los días sin novedades, pero Luisa cada vez veía a Belén mas alejada y triste, hasta que aquella tarde de viernes, al salir de su casa para ir de compras, la encontró esperándola.
--Belén, ¿qué haces aquí?
--Nada. Estaba… --y sin terminar de hablar, se puso a caminar
--¿Me acompañas de tiendas? Tengo que comprarme un traje para la boda…
--¿Y tienes que hacerlo esta tarde? Entonces me voy, no tengo ganas de ir de tiendas.
--¡Espera, mujer! Vamos donde tú quieras. ¿Te apetece ir al cine?
--No sé lo que me apetece; solo quiero andar, no quiero pensar, ni estudiar, ni nada. Estoy harta de todo esto… --y sus lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Luisa, al ver el estado de su amiga, se acercó a ella y cogiéndola por el brazo, la empujó hacia un pequeño parque. Se sentaron en el suelo, junto a un gran árbol.
Fueron unos minutos de silencio, donde solo se oyó el silencioso llanto de Belén.
--¡Esa maldita doctora me enseñó el feto! –gritó de pronto Belén y, llorando de nuevo, se apoyó en el hombro de su amiga --¿Por qué tuvo que hacerlo? ¡La odio, la odio tanto que por las noches sueño con matarla!
De nuevo el silencio entre las amigas, mientras abrazada a Luisa, Belén se tranquilizaba. Luisa, en absoluto silencio, con sus ojos anegados de lágrimas, intentando evitar que su amiga no notara su tristeza, le acariciaba el pelo, mientras esperaba pacientemente un nuevo arranque de Belén.
--¡Pero si solo tenía tres meses, Luisa, solo tres meses y ya tenía piernecitas y manitas! Era como… un pequeño… muñeco… -- su llanto no la dejó terminar.
Tres largas horas de confidencias en las que Luisa lloró toda la verdad de su amiga y tomó conciencia del tremendo arrepentimiento de esta. Nada se podía hacer ya, solo afrontar los hechos, pero… ¿Quién podía convencer ahora a Belén?
Ya anocheciendo, salieron en dirección a sus casas. Por primera vez, Luisa entendió que debía romper su silencio.
--¿Lo saben tus padres, Belén?
--No, solo tú. A ellos no se lo podría decir nunca, ya sabes como son.
--En ese caso, yo creo que deberías hablar con alguien que te pueda ayudar. Yo no sé ni qué decirte.
--¿Quién me puede ayudar en esto? ¿Por qué no me avisaron de lo que luego se siente? Ya no tiene vuelta atrás y yo solo quiero morirme. No duermo desde entonces, ni tengo ganas de comer, ni de hablar. Siento vergüenza de mí misma y cuando voy al baño, tengo que apagar la luz para no verme la cara. ¡Luisa, yo ya solo quiero morirme! –y de nuevo su llanto rompió el equilibrio. Luisa la abrazó con fuerza, llorando con ella la tristeza de su amiga.
--Vamos a esperar unos días y entonces pensamos qué hacer. Intenta dormir, aunque tengas que tomarte algún calmante, debes relajarte. Finalmente, Luisa dejó a su amiga en la puerta de su casa.
Al entrar en casa, Belén encontró a sus padres, junto a unos amigos, en el salón.
--Hola hija. Ven a saludar a Ana y Germán. Belén entró con desgana y saludó a los amigos de sus padres.
--Mira, hija, esta foto es del día que naciste –y le enseñó un álbum con fotografías antiguas.
--Belén –intervino Ana, la gran amiga de su madre --¿Tú sabías que cuando tú ibas a nacer el médico le dijo a tu madre que si te tenía posiblemente muriese en el quirófano? Al oír aquellas palabras, Belén se quedó petrificada mirando a su madre; luego, sin decir una palabra, salió corriendo y se encerró en su cuarto. La madre pidió perdón a sus amigos y fue a la habitación de su hija.
--Belén, abre, por favor –Pero solo le contestó el silencio. Insistió la madre hasta que definitivamente también acudió el padre. Al ver que Belén no abría, golpeó con fuerza la puerta, que rompiéndose la cerradura, se abrió.
Solo les recibió una habitación a oscura, en silencio y totalmente deshabitada. La ventana de la habitación de aquel sexto piso estaba abierta y, a los pocos segundos un grito de horror rompió el silencio de aquel anochecer.

jueves, 15 de octubre de 2009

Sueños



Dado el otoño que nos acompaña, hoy quise pasear junto a mi querido océano y, sin pensarlo mucho, hacerlo me cansa, me puse en camino.
Y, aquí estoy, con él; mirándonos como dos enamorados, aunque siendo yo del sexo masculino y él hermafrodita… Lo digo porque unos le dicen el mar y otros la mar. Yo prefiero llamarle la mar, por mi debilidad por el sexo femenino. Pues, como decía, disfrutando cada cual de su sexo, la relación pudiera parecer dudosa. No os preocupéis por mí, en cuestiones de sexo, siempre he tendido hacia el opuesto al mío, como entiendo que debe ser, por lo que nuestra admiración ¿mutua? (el ego me presiona el cerebro), es puro platonismo.
Camino junto a él y, aunque ando descalzo, evito el contacto de sus aguas, pues es temprano y aún el sol no las ha calentado suficiente. La playa es larga, enormemente larga y, esa inmensidad acompaña a la de mi querida mar, haciéndola más íntima. Pero no vine a contemplarlo, sino a contarle mis cuitas, mis experiencias que, últimamente he tenido algunas interesantes.
Sí. Hace algunos meses, quizás influido por mi desbordante ego, o por esa necesidad que casi todos tenemos de creer que llevamos algo dentro que debemos compartir con los demás, envié, inocente de mí, dos cuentos de los muchos que la vida me permitió escribir, a dos premios literarios diferentes. ¿Nombres? No es importante, lo que sí es importante es saber que ambos eran certámenes literarios específicamente para cuentos. Y, yo, en esa inocencia que caracteriza a todos los novatos, pero que negamos hasta la muerte poseer, pensé que quizás un jurado experto en estas artes, apreciaría en lo que se “merecen” mis cuentos, y los envié.
Ambos, educadamente me enviaron su acuse de recibo y, creedme, aquel detalle no me pareció lo normal, sino un signo evidente de la calidad literaria de los envíos recibidos, MIS CUENTOS. Je, je, inocencia perdida.
Hace algunos días recibí un correo electrónico. En él, alguien del certamen me decía que habiendo leído el jurado mi “extraordinario” cuento, cuya maravillosa y fácil narrativa les había cautivado y había elevado aún más la calidad del certamen, no había podido ser seleccionado porque el tema no se ajustaba a la idea que ellos tenían del Premio a conceder.
¿Me hundí moralmente? En absoluto. Mi ego es de una voluntad de hierro; no, mejor, de acero al carbono y, apoyándome en esa maravillosa narrativa de la que tomaron “debida cuenta”, me dije: “está claro, amigo, que no supiste leer las condiciones del Certamen. La próxima vez lee con mayor detenimiento porque te llevarás el premio de corrido”. Ya veis para lo que sirve el ego, tan denostado por tantos humildes escritores y filósofos.
En fin, aún me quedaba el segundo premio que, para vuestro conocimiento, era mejor que el primero. Y esperé.
Ayer me llegó un correo. Del Certamen, sí. ¿De quien iba a ser? Y de nuevo comenzaba la carta alabando la calidad literaria que “caracterizaba” toda mi obra: Pero, en este segundo caso, no quedó solo en ello, sino que añadieron, como corresponde a un cuento escrito por una “pluma tan elegante y de extraordinaria narrativa”: Le ponemos en conocimiento de que su cuento, aún no habiendo sido seleccionado por nuestro jurado como finalista del Tercer Certamen…, queda en espera de ser incluido en una selección para ser publicada por la editorial seleccionada por el Certamen”
¡¡¡Ah, gloria a los consagrados!!! ¿Qué importancia tiene un premio si al fin voy a ser editado? Y, con toda la humildad que me caracteriza, lo puse en conocimiento de familiares, amigos y enemigos, público en general. ¡No, no crean ustedes que mi soberbia, mi ego, mi prepotente engreimiento me incitaron a hacer eso, sino mi deseo y cariño para que todos ellos pudieran tener la oportunidad de conseguir su libro de la primera edición. Las sucesivas ediciones parece que son… eso, segundas partes.
Pasaron los días y, ante el silencio que sucedió a lo acontecido, y extrañado por ello, me puse en contacto con la organización del premio.
--Señorita, es que yo recibí de ustedes un correo en el que me decían…
- Lo sé, señor, pero ese correo es el que acostumbramos a mandar a todos los autores de las obras que no han sido seleccionadas…
Aún duró algunas palabras más la conversación telefónica. …Que si el año próximo. …Que si la convocatoria saldrá públicamente…
Pues, ni aún así mi ego se dio por vencido. Para nada. Tan entero ha quedado que ayer mismo comencé a escribir el cuento número veinte y seis de esa colección que algún día será llamada la obra maestra del mejor escritor español de los siglos veinte y veinte y uno.
-Ya ves, amigo mar. ¿Creerán estos pobres jurados de premios menores que van a poder conmigo? Pues para que tú solo lo sepas, buen amigo, el año que viene me presento al premio Planeta con una novela que marcará época en la Historia de la Literatura Universal. ¡Ya, ya verás la que organizo!
Y seguí mi paseo, hinchando el pecho de satisfacción porque, cuando se vale, ya se encarga el ego de cada cual en mantenernos informado.

martes, 6 de octubre de 2009

SU DESVAN

LA SOMBRA


Horribles gritos de dolor retumban en el ya atormentado cerebro de Neo, mientras con trabajosa lentitud recupera la verticalidad. Golpe contundente contra la abierta puerta de cristal del edificio de Prensa. Llevándose una mano a la rodilla y otra a la frente, intentando extraer el dolor del fuerte golpe recibido, prosigue su alocada carrera. Calle arriba, sin elección posible, la negra sombra que se abate sobre la ciudad no le da otra opción.

Neo para un instante al doblar una esquina para recuperar algo de aliento. Vuelve la cabeza y comprueba como la negra y terrorífica sombra sigue avanzando, abarcándolo todo en su mortífero abrazo. Al respirar profundamente oye de nuevo los gritos de dolor y sufrimiento de aquellos que quedaron bajo su opaco manto.

¿Qué hacer? ¿Dónde ocultarse? ¿Cómo huir de tan espantosa realidad? Preguntas que martillean su cerebro mientras con la mirada busca una inexistente solución. No le preocupa la muerte que se avecina, sino el dolor que la acompaña. Sin capacidad para pensar, sigue su absurda carrera hacia la nada, queriéndose alejar de la oscuridad que le persigue.

Al pasar junto al edificio donde vive, mira hacia su piso queriendo avisar con la mirada a su familia de la cercanía del dolor y, en ese instante, aparece ante sus ojos la imagen de la puerta del trastero, en el sótano del edificio; su desván, como él lo ha llamado desde pequeño. Se detiene de nuevo un instante y, sin mirar atrás, se toca el bolsillo, para comprobar que lleva encima las llaves de casa. No lo piensa, toma aire y sale corriendo en dirección al edificio.

¡Grita desesperado al tener que detenerse para abrir puertas! Sus piernas tiemblan de pánico y cansancio y debe apoyarse en la pared para mantener el equilibrio. Nada le responde, ni manos, ni piernas y su respiración, a medida que la puerta se resiste, se hace más dificultosa.

Se vuelve hacia la sombra gritándole su culpa al quitarle el oxígeno que necesita para respirar. Finalmente la puerta se abre y, como una fiera rabiosa, se lanza escaleras abajo. En su segundo salto, la pierna le falla y cae con todo su cuerpo en la meseta de la escalera. Su rodilla golpea la pared y se oye un crujido seguido de un agudísimo dolor en la articulación. Nada le detiene, llorando de desesperación, sigue pasillo adelante hasta llegar a la puerta de su desván. A cada paso, una aguja se le clava en la rodilla, llegándole el dolor hasta el mismo cerebro. Tras muchos intentos, consigue que la llave gire en la cerradura, al mismo tiempo que al fondo del pasillo comienza a oírse el mismo terrorífico zumbido que acompaña a la sombra. Abre la puerta y la cierra tras de sí, colocando contra ella todo lo que sus manos alcanzan a encontrar en el “desván”. A tientas busca telas y plásticos que sabe que están en los estantes y cubre todos los resquicios de la puerta; dolorido y cansado, se sienta en el suelo, abrazando su rodilla con ambas manos.

De pronto, recuerda que en una ocasión bajó una vela al “desván”. La busca al tacto y una vez que la encuentra, la enciende. Mira a su alrededor. Todo es desorden y quietud; la fija en el suelo, a su lado y se queda dormido.

La vela, sin llegar a consumirse, se apaga lentamente…