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lunes, 19 de julio de 2010


¡No lo entiendo!

--¡Hola de nuevo, mi viejo amigo!
--¡Vaya! ¿No deseas hoy mi compañía?
--Entonces, ¿por qué me lanzas tu fuerza con tanta furia?
--¡Sí lo has hecho! ¡Mira como me has mojado el bajo de mis pantalones! Sabes que no me gusta que se mojen; luego, esa humedad, me cala la piel y ya conoces lo fácilmente que me enfrío; ya no tengo edad para despreocuparme pues cada paso hacia atrás es paso perdido para siempre.
--¡Nada, nada, no tienes que disculparte! Comprendo tu enfado por mi larga ausencia, pero tuve que resolver algunos problemas; además, te lo he contado en alguna ocasión, mi apartamento no está acondicionado para temporadas tan largas de lluvias. Este año ha sido especial.
Pero dejémoslo estar, ya estoy de nuevo aquí, y contigo, que es lo importante. Antes de seguir nuestra charla, permíteme que moje mis pies en tu fresco cuerpo; que sienta la suavidad de tus aguas y la arena de la playa; ya los echaba de menos y, bien sabes, que te necesito, pues eres todo lo que me queda en la vida, tu amistad, tu conversación, y mis recuerdos. Cuando acuden a mi mente, que ya no fluyen con la misma viveza de antaño.
--¡Precisamente de eso quería hablar contigo, buen amigo! Pues en mi cabeza, últimamente se está formando controversias, dudas, que necesito aclarar. Ambos conocemos las teorías de nuestras existencias.
--Sí, lo sé, pero algo de verdad debe haber en ellas, pues cuando el río suena, ya conoces el refrán. Pero déjame que te explique.
Veamos. Una de esas habladurías nos cuenta que hemos sido creados por un ser superior, sublime, infinito en su poder y sabiduría. Y que tú eres desde antes que yo; y que yo soy una consecuencia tuya. Todo eso lo he aceptado siempre, pero ahora que he llegado casi al final de mi vida, me surgen dudas; dudas lógicas, no creas.
--¡Está bien, amigo! Entiendo que tú no las tengas, pero es que, aun siendo yo una consecuencia tuya, debes reconocerme que en ti no se dan mis dudas o, por lo menos, nunca te oí hablar de ellas. Tú eres una creación perfecta y, lógicamente, esa perfección es en ti un reflejo de la perfección del ser que te engendró. Absorbes el calor del sol para dar vida en tu seno a infinitas criaturas, que luego engendran otras más perfeccionadas aun. Das de beber al mundo entero y vuelves a recoger el agua que has dejado prestada a la tierra para que dé vida a otros. En fin, no sigo el ciclo perfecto en el que te desenvuelves porque lo conoces mejor que yo, pero yo…
--¿Ves? Hoy estás molesto conmigo y, aun habiéndote dado mi explicación, no cedes en tu enfado No me dejas terminar y así no nos podremos entender.
--Gracias, terminaré. He cumplido los ochenta y dos años…
--¡Bueno, para ti será una miseria de tiempo, pero para mí es toda la vida! Además, tú no lo puedes entender porque desde siempre te regeneras continuamente y no sufres la degradación que sufro yo.
--¡Ya sé que somos nosotros, los hombres! ¡Pues fíjate si eres perfecto que, aún repercutiéndote directamente la degradación que los humanos provocamos, con nuestra estupidez, en el medio en el que vivimos, aún así te mantienes en perfecto estado! Sin embargo en mi caso, a medida que pasan los días, mi mente y mi cuerpo se van distanciando cada vez más y eso me produce dudas que no sé contestarme.
--Me explicaré, a ver si consigo hacerme entender. Hasta que cumplí los cincuenta no fui consciente de que en el ser humano hay dos formas muy diferentes de vivir; mejor dicho, de sentir la vida… ¡No, tampoco es eso exactamente! De notar en mí el paso de los años. ¡Eso es!
--¡No, amigo, no es una cuestión de envejecimiento! Pues si así fuere, entiendo que, el envejecimiento, afectaría a todas las células del cuerpo. Si lo que he aprendido a lo largo de mi vida es que son las mismas o parecidas células las que conforman todas las partes de mi cuerpo, me hago la siguiente reflexión ¿Por qué a medida que pasan los años, pierdo facultades físicas; aún peor, pierdo defensas, me hago más vulnerable a todo el medio ambiente en el que me desenvuelvo y, sin embargo, mi mente aumenta en conocimiento y experiencia, hasta tal extremo que, se revela contra aquel al que pertenece, mi cuerpo, porque le exige cada vez más atención y cada vez le da menos soluciones? Se va abriendo un profundo abismo entre ambos, se deterioran las conexiones hasta el extremo en el que, dándose por vencida la mente, se abstrae, se recluye en sí misma y olvidándose del cuerpo al que se debe, se enclaustra, entrando en un proceso irreversible, al que hemos llamado alzheimer.
--¡Sí, amigo, alzheimer! Es el nombre del científico que determinó la enfermedad.
--¡Bueno, no tiene importancia, los humanos somos así! Es una forma de honrar a aquellos que logra avanzar en el conocimiento; no tiene relevancia cómo lo llamemos, El problema es que ahí está la incongruencia, el absurdo más increíble.
--¿Qué no lo ves? ¡Vaya, hoy andas algo ofuscado! ¿Aún no se te ha pasado el enfado conmigo?
--De acuerdo, me olvidaré de tu enfado y seguiré explicándome. Si yo soy una obra de un ser superior que, según las creencias generalizadas, es perfecto tanto en sí mismo como en su obra, que no se puede equivocar… ¿Por qué durante muchos años, mi mente y mi cuerpo han ido perfeccionándose, tanto en experiencia como en conocimientos y, cuando llego al cenit de mi vida, el cuerpo empieza su lógico ocaso y, sin embargo, la mente sigue “in crescendo”, hasta el extremo de separarse tanto del cuerpo que termina por desentenderse de él?
--¡Pues para tener los siglos que tienes de vida, ya podrías haberte informado algo más! ¿No crees?
--Que ese no es tu trabajo, ya lo sé, pero ahora tengo que explicártelo todo. Bien, no discutamos esa pequeñez y seguiré mi pensamiento entrando en mayor detalle; pero solo para que no me interrumpas de nuevo. Entiendo, como ley natural, que toda materia viva, nace, crece, se reproduce y muere; ese es su ciclo vital y, yo, formo parte de esa materia viva. Ahora bien, si mi cuerpo tiende al envejecimiento para terminar muriendo, por lógica, mi mente debería seguir el mismo proceso.
¿Me has entendido? Pues no ocurre así. A partir de ciertos años de vida, el cuerpo del ser humano se empieza a deteriorar. Sé que muchos de los problemas que van surgiendo en nuestra vejez los hemos ido provocando libre pero inconscientemente, debido a nuestra estupidez y desconocimiento. Cuando llegamos al final, este cuerpo va perdiendo facultades, surgen las consecuencias y al final, muere. Todo ello es perfecto en su funcionamiento y cumpliendo a rajatabla las leyes naturales que nos rigen. Ahora, surge la incongruencia, el fallo en el proceso. ¿Por qué la mente no sigue el mismo proceso?
Lo perfecto, y este proceso debería serlo si su creador es quien creemos que es, sería que la mente también vaya perdiendo sus facultades, de tal forma que, o no tuviésemos consciencia del proceso degradador que sufrimos, o en su degradación estuviese comprendida la aceptación de ese proceso de envejecimiento. ¿Me he explicado bien?
--¡Estupendo, me has entendido! Pues no es así, en absoluto. Nuestra mente no solo no acepta el envejecimiento de nuestro cuerpo, sino que incluso, en muchísimos casos, no aceptamos ese envejecimiento que nos provoca pérdida de las facultades físicas, cometemos errores de cálculo y nos rompemos piernas y brazos, reaccionamos tarde ante imprevistos tropiezos, caemos con demasiada facilidad en fallos del hábitat donde vivimos. ¡Vamos, que nos convertimos en seres inútiles y dependientes de otros más jóvenes que nos cuiden!
Así ocurre en la mayoría de los hombres que llegan a la vejez y, cuando no es ese el problema, entonces viene la otra incongruencia. La mente se enfada con el cuerpo que ya no le obedece o no entiende, se va escondiendo en sí misma y termina olvidándose de todo, incluso de la vida vivida. Lo que antes te comenté del alzheimer.
--¿Pero tú no te das cuenta, querido amigo mío, que yo no soy quien controla mi mente? Es ella la que me controla a mí. Yo, el que te habla, solo soy la voz de mi mente y es ella la que no entiende el por qué de esta absurda situación. Creo que el problema está en que todo esto que te cuento tiene un origen erróneo; que partimos de una premisa falsa.
--¿No sabes cual es? Pues yo entiendo que el fallo está en suponer que el ser que nos ha creado es un ser perfecto. Creo que es imperfecto y por esa imperfección nos ha “fabricado” con fallos en el mecanismo.
--¡Eh, cuidado, hombre, que me mojas de nuevo! ¡Pero será posible que no pueda darte mi opinión! ¡Cómo te pones cuando no opinamos igual! Además, eres injusto conmigo porque cuando te enfadas conmigo siempre llevas las de ganar.
--¡No, no! ¡No me malinterpretes y reconoce que cuando te enfadas me mandas esas olas que me mojan todo el pantalón y no me gusta que lo hagas!
--¿Otra vez? Si te comportas así, no tendré más remedio que irme a casa.
--¡Nada, ya no lo soporto más! ¡Adiós y a ver quien quiere hablar contigo cuando yo no lo haga!
“¡Vaya! ¡Qué dura es la vida! ¡Para un solo amigo que me queda y no podemos tener un diálogo sin que terminemos enfadados! No sé si cerrar el apartamento y volverme a casa. Total, para estar solo, igual me da aquí que allí”

viernes, 19 de marzo de 2010


SERIE ARMÓNICA


Los padres, junto con su buen amigo, Alvaro, se sentaron frente a la mesa del Dr. Carlson.
--Por favor, Ernesto, siéntate con nosotros –le llamó su padre, pero el chico siguió mirando tranquilamente los libros de la biblioteca del despacho del Dr.
--No se preocupe por él, Sr. Del Pozo –intervino el Dr. mientras abría la carpeta donde se encontraba todo el historial de Ernesto –quisiera hacerles algunas preguntas que no me quedan claras. Según he podido leer, parece ser que durante el embarazo el lado izquierdo del cerebro del pequeño estuvo apoyado sobre una parte infartada de la placenta. Pero nada dice el informe sobre si en los últimos cuatro meses del embarazo el feto no se movió de la misma posición.
--No se movió, Dr. Carlson –intervino la madre –ese fue el motivo que nos hizo ponernos en contacto con otros especialistas. En las “eco” se veía que movía brazos y piernas, pero no el cuerpo. Nadie se dio cuenta de que la placenta estaba infartada hasta después del parto. Cuando nació y se pudo comprobar, mi ginecólogo me recomendó ponernos en contacto con un buen pediatra, pues el niño podría tener secuelas. Y ya ve los resultados.
El psiquiatra siguió leyendo el historial.
--¿Por qué se repite con tanta frecuencia en el historial su obsesión por la serie armónica? Hay algo que no entiendo. Dice taxativamente que su coeficiente intelectual es muy limitado, entre veinte y treinta. ¿Está basado en los tests de Stern o en su rendimiento escolar?
--En su rendimiento escolar, Carlson –habló Alvaro –ya que no se le ha podido hacer nunca un test de inteligencia; no es capaz de fijar su mente en idea alguna.
--Entonces… ¿Qué quiere significar esto de la serie armónica?. Si mi memoria no me falla, una serie armónica puede ser musical o matemática y, en ambos casos, son de muy difícil comprensión –El Dr. Carlson veía algo extraño en aquel historial
--Ya le hemos dicho que yo, además de amigo de la familia, me ofrecí como profesor del niño, al comprobar desde muy pequeño que tenía grandes problemas de avance en sus desarrollos físico y psíquico. Como psicólogo lo he estado tratando durante diez y seis años y solo es capaz de fijar su atención en una determinada serie armónica.
--¿Una determinada? –al terminar la pregunta, Carlson levantó la mirada para observar al chico. Este seguía mirando detenidamente los libros, uno a uno --¿Ha aprendido a leer? Observo que está leyendo los títulos de los libros.
--No, Carlson, Ernesto solo lee números y muy pocas palabras. En realidad, he descubierto que cuando ve una biblioteca, lo que hace es buscar un libro que hable de series armónicas. Pero lo sorprendente no termina ahí. Maneja el ordenador de una forma increíble. Las hojas de cálculo BinCalc y Excel, junto con el programa BMSS de simulación, son su pan diario y, a veces, hasta las noches.
Carlson se echó hacia atrás en su sillón y miró detenidamente a Ernesto. Al rato, se irguió
--Ernesto. ¿Te importa acercarte? –esperó un momento y al ver que Ernesto seguía mirando libros, se levantó y acercó a él --¿Estás buscando algo en especial?
Silencio absoluto. En ese momento, Ernesto, cojeando, pues no movía correctamente ni piernas ni brazos, se alejó hacia el extremo de la biblioteca. Carlson le siguió.
--Esta biblioteca es mía y la conozco bien; dime que buscas y te lo encuentro enseguida.
--No insista, Dr. o no le oye porque está concentrado en la búsqueda o no le entiende –intervino la madre. Pero Carlson siguió junto a Ernesto.
--Si buscas un libro sobre series armónicas, no tengo aquí, pero mañana te prometo que lo tendrás. En ese momento, Ernesto se volvió hacia él y le miró, con su cabeza torcida hacia la derecha.
--¿Zpseie mo..eca? Da –y se fue hacia su madre –Z…eie mo..eca, ma –y sonriendo le acarició el pelo. Ella le cogió la mano
--¿Para qué quieres mas libros de series armónicas, Nesto? te los hemos comprado todos…
--Uco un nn..umm..ro pa mmmi zpss..eie –le contestó Ernesto
Alvaro, al ver la cara del Dr. Carlson, le aclaró
--Busca un número determinado para su serie
De nuevo Carlson se sentó en su sillón y se quedó pensativo. Al poco tiempo, miró a los padres de Ernesto.
--Bien, me haré cargo del enfermo de inmediato. Por sus características no es necesario internarle, pero para mayor velocidad en su estudio, necesitaré que el Dr. Alvaro Mirell le acompañe durante un tiempo bastante dilatado.
Así lo acordaron.
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Un año llevaba Ernesto asistiendo diariamente a sus entrevistas con Carlson. Cumplía aquel sábado diez y nueve años y su madre le preparó una pequeña fiesta a la que asistieron tanto Alvaro, como Carlson y sus esposas.
Y una gran sorpresa le tenían preparada, pues su regalo era el más potente ordenador del mercado, que, a sus espaldas, un técnico le había instalado en el despacho de su padre y que se encontraba en funcionamiento con los programas de todas las hojas de cálculo del mercado y el mejor programa de simulación armónica, que Ernesto usaba a diario y todos sus “trabajos” instalados.
Preparada la gran tarta, la madre le pidió que soplara las velas, error de repetición anual, porque, en realidad, lo que Ernesto hacía era espurrear toda su saliva por la tarta, dejándola inservible para el resto de comensales; para él no.
Servidas las bebidas y viandas, la madre se acercó a la puerta del despacho del padre, cerrada, y llamó a Ernesto. Fue hacia ella con su peculiar forma de caminar, sonriendo y le tomó la mano.
--Y, ahora, tu regalo, que está sobre una mesa adicional que hemos puesto en el despacho de tu padre –y le acercó empujándole suavemente hacia la puerta. Todos se acercaron a ver su reacción. Nada más abrir, sus ojos captaron los cambios y sobre la mesa encontró un maravilloso ordenador nuevo, a cuyos lados habían colocado dos grandes bafles.
No pudo moverse. Quieto en la puerta, el chico se quedó parado contemplando el precioso y ansiado equipo.
--¿Es que no vas a ver como funciona? –le incitó el padre. Lentamente, como no queriendo despertarlo de su temporal letargo, se acercó y se sentó en el sillón. Puso sus manos sobre el teclado y todo en su cuerpo cambió. Ya nada existía fuera de aquella pantalla. Al tiempo, se volvió hacia su madre
--Ma, Ma, mi zpss..eie. Ta ahí –y siguió tecleando
--Si, hijo, te hemos instalado todos tus trabajos para que ahora trabajes en este nuevo ordenador –pero ya la mente de su hijo andaba por otro mundo.
Salieron y le dejaron disfrutar. Sentados en el salón, habló el Dr. Carlson
--Realmente yo no podría hablar de esquizofrenia, en el caso de Ernesto, aunque sí de un comportamiento obsesivo. Pero esa obsesión por esa fantasiosa serie armónica le permite a su cerebro realizar trabajos que su consciente no le permite y ahí está lo asombroso.
--Luego, tú entiendes que lo de su obsesión por esa serie armónica de la que habla es una forma inconsciente de desarrollar su intelecto, duramente castigado por su fase prenatal.
--Pudiera ser hasta una autodefensa ante su debilidad. Aún el cerebro tiene actuaciones que no podemos entender, pero… --se quedó en silencio al oír como, desde el despacho, llegaba una serie de notas muy contundentes y extrañas.
--¡Ma, Ma..! –se oyó el grito de Ernesto, apareciendo seguidamente; se acercó a su madre y la tomó de la mano --¡en, codre, mi zps…eie, mi s..eie! –y tiraba de ella con fuerza
--¿Qué le pasa a tu serie, cariño?
--No tem…ppo, no pacho catro men…chión. ¡No, Ma!
--¿Qué el tiempo y el espacio no son la cuarta dimensión? ¿De qué estás hablando, hijo? –intervino el padre
--Pa, la catro men…chon no tem…poo, la mu ica –y seguía tirando de la mano de su madre.
--Dice que la cuarta dimensión no es el tiempo, sino la música. Quiere que vayamos a ver –y todos se acercaron al despacho.
El chico se sentó en el sillón. Golpeó algunas teclas y en pantalla apareció una serie de números pasando a mucha velocidad.
--Ma, en, mi..ra. esa colo…dá –señalando una celda en rojo –e mi zpse…ie de n..ume…do. Eta ota e mi zpse…ie mu..ica –señalando otra celda en verde. Apretó la celda roja y de nuevo apareció en pantalla un extraño conglomerado de números corriendo. Cuando paró, apretó la verde y de los bafles salieron los sonidos que ellos habían oído en el salón.
Ernesto se levantó del sillón.
--Ma, no mova pa..nta..a ni la vo..se –le indicó, señalando primero la pantalla del ordenador y luego los bafles –En, Ma –y, tirando de ella, la llevó detrás de la mesa del ordenador –Neto pone ahí –y le indicó con la mano donde se iba a colocar --Ma to…ccca co..lolá y e…rde –indicándole que tocase las celdas roja y verde al mismo tiempo.
--Pero, hijo, dime para que quieres que haga eso. Si no sé para qué debo hacerlo no lo haré bien.
--Pa….ra ..que unchi…one mmmmi zpsss…eie mo..ica
--¿Para que funcione tu serie armónica? ¿Por qué no lo haces tú? –Ernesto la miró sonriendo
--No, Ma, Neto ah..í –y sin esperar nada más se colocó a la misma distancia de la pantalla del ordenador y de los bafles, quedando estos a cada lado suyo y perfectamente alineados con él.
Miró a la madre y le indicó con un gesto que apretara la tecla del “intro” una vez seleccionadas las dos celdas de color rojo y verde.
La madre miró al psiquiatra, a su marido, sin saber para qué hacía aquello. Finalmente, viendo que todos estaban expectantes ante el ensayo de Ernesto, apretó la tecla.
Los maravillados y sorprendidos ojos de todos vieron como lentamente el cuerpo de Ernesto desaparecía en el aire… ¿para siempre?