Vueling

jueves, 17 de diciembre de 2009



EL AÑO Y SUS VELOCIDADES
Cuando hace “dos días” y medio me contaban mis mayores lo rápida que pasaba la vida, yo, con todos mis respetos por sus edades, conocimientos y experiencias, sonreía para mis adentros y pensaba: “Como les explico que en un solo día me ha dado tiempo a estudiar, comer, dormir, jugar un partido de futbol, escribir casi un capítulo de mi nueva novela, hablar con mis amigos y aburrirme hasta ponerme nervioso”.
Ya pasados esos “dos días” y, de entre ellos, los últimos trescientos sesenta y cinco de este 2009, de nuevo me pregunto: “¿Si cuando mis mayores la vida viajaba rápida, a qué velocidad circula ahora?”
Tengo gran obsesión por aprender; quiero saber de todo y, por encima de ese todo, de este mundo de internet y la ciencia que lo faculta, pero no puedo. Antes tardaba poco en aprender mucho; ahora tardo mucho en aprender poco. Cierto es que me consuelo pensando que ahora aprendo con mas detalle y profundidad, pero no me lo creo. Es que, realmente, la vida circula a diferentes velocidades, dependiendo de la edad desde la que la observas. Yo ya, cerca de la frontera, miro hacia atrás y no me da tiempo a ver todo. Pero me consuela ver cómo los jóvenes tienen tiempo, como yo hace “dos días”, a estudiar, escribir, leer, dormir, comer pizzas y hamburguesas, jugar a esas endiabladas maquinitas que, en cierta ocasión, intenté manejar y mis pobres dedos quedaron atrofiados para siempre. También salen con otros chic@s, juegan sus partidos de futbol y…
¡¡¡Sí, aún hay un Y!!! ¡Increíble que aún puedan hacer algo más! Pues, lo hacen. Escriben en internet, navegan por la red, como yo de joven navegaba cruzando el río a nado, junto a mi pueblo; hablan en esos raros chats a los que me cuesta hasta entrar, crean sus blogs, sus webs y no sé cuantas cosas más.
En fin, me rindo.
¡Ah, no, espera! Y además les da tiempo a aburrirse. ¡Sí, como yo hace “dos días”!
¡Dios! Y a mi casi no me da tiempo a levantarme de la cama. Pero ya veréis el próximo año como cambian las cosas; ya veréis, ya.


VotarVotos participante1 año en 1 postVotarVer otros participantes

martes, 15 de diciembre de 2009

LA HABITACION DE MI AMIGO


Frases cortas,

entrelazadas por puntos,

que son silencios;

tan expresivos son

que compiten con los verbos.

De fondo siempre el teclado

tocando solo,

algunas veces borracho,

otras, las que menos, sereno,

el piano de mi amigo,

que siempre suena en silencio.

Y, tendido entre sus patas,

ojos cerrados y quieto,

siempre su amigo, perro;

nunca supe si estaba

oyendo el piano o durmiendo.

Y, sobre la mesa llena

de vasos vacíos y viejos,

papeles sin orden alguno,

siempre en blanco sobre negro,

un cenicero lleno

de ceniza y de recuerdos.

Y, en el suelo,

¡Tantos puntos de escritos que nunca fueron,

que forman la alfombra que pisan

sus pies cansados y lentos!

Luz mortecina ilumina

este cuadro que me he hecho

de la habitación de un amigo

que se fue y ya no ha vuelto.

Lo busqué entre las sombras

A la luz de las farolas,

en el bar y, hasta en el puerto,

pero él ya no está aquí,

se fue como solía escribir,

sencillamente, en silencio.

He perdido un gran amigo,

¡Le echo tanto de menos!.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

EL CRISTAL VERDE CON QUE SE MIRA


EL CRISTAL VERDE CON QUE SE MIRA


Llegó un nuevo invierno. Y lo hizo como acostumbra, sin previo aviso, dándole a mi adorable otoño con la puerta en las narices. ¡Ah! Es duro hasta entrando en escena. Pero no me ha de arredrar pues a mi edad, aún me quedan redaños y algún as en la manga… Ya saben ustedes lo que esos, tan típicos y tan certeros refranes que llenan la vida de nuestra España, dicen: “Más sabe el diablo por viejo que por diablo” y yo, que de diablo lo tengo todo, edad, saber, gobierno, rabo y cuernos… ¡Bueno! Estos dos últimos apéndices mejor dejarlos en una dudosa incertidumbre; al fin y al cabo no todos los demonios tienen que tener las mismas “virtudes”. Pero, perdonadme, que me voy derrapando en las curvas de mi inseguro caminar.
Quería hablar de este invierno. Es otro más, lo sé, como sé que también podría ser el último. ¡No!, no dramatices tus pensamientos al leerme. Hay que tener siempre los pies en el suelo. De vez en cuando levitar, sí, pero sin exagerar el vuelo que luego las caídas son muy dolorosas. Y me abrigo bien, sobre todo con prendas muy ajustadas, que un buen diablo es conocedor de que mas abriga una fina prenda ajustada que un grueso jersey muy suelto. Yo, por si los refranes fallan, me he puesto ambos y, sobre ellos, para cubrir mi timidez, un buen abrigo de paño. Y salgo a la vida.
No elegí ni fecha ni hora, solo la voluntad de hacerlo y, al mirar al cielo observo que me tocó un buen día. Frío, sí, como el corazón de un viejo, pero lleno de luz y de fuerza, tanta, que he decidido andar algo mas y acercarme al parque. Está algo lejos, lo sé, y puede que al llegar mis piernas tiemblen de miedo; de miedo de no alcanzar algún banco donde descansar estos pesados huesos que soportan mi alma. Y me lanzo sin complejos.
¿Habrá llegado ese viejo? Os preguntaréis algunos. Pues llegué, llegué y entero; me senté en un frio banco y ahora, sonriendo, observo.
Me gustan estos altos y fuertes árboles que adornan mi parque; son de hoja perenne, sí, verde intenso todo el año, con un color esperanza que da sombra en el estío y calidez en estos tiempos. Y he nombrado a la esperanza, como no. Aún a mi edad esa palabra existe; no como en las hojas de los árboles, buscando la pervivencia; esa no, que ya he vivido tanto que se me olvidan hasta los amores, los sufridos y los deseados. Mi esperanza ya solo la fundo en esa necesidad que tengo de saber. Si no, ¿hacia donde crecen estos gigantones vestidos de verde ilusión? ¿Qué buscan por esas alturas? ¿Es que hay algo más que aún no descubrí?
No creáis que yo espero algo después de la muerte buscando la inmortalidad. ¡Por favor! ¿Acaso no he soportado ya suficientes vivencias? ¡No! Quisiera que después de soltar la carga que soporto, hubiese una oportunidad para entender; sí, solo quiero entender para qué hemos aparecido en este mundo. Porque no acepto que la aleatoriedad de una evolución caótica haya conseguido fabricar una mente pensante. Demasiado complejo hasta para este enormísimo pero inánime universo. El panteísmo se lo dejo a los fenómenos como Einstein; yo soy algo más simplón y con una pequeña voluntad suelta por esos etéreos espacios, ya me doy por satisfecho. Eso sí, que antes de desaparecer para siempre, tenga a bien enseñarme como funciona todo esto. Una vez sabido, yo le diría: “Y, ahora, déjame descansar en paz” Y me perdería para siempre en el olvido.
Y levanto la vista y les miro. Fuertes como la voluntad; flexibles como la bondad; intensos como el amor; así son los árboles de mi parque, pero hablarles no les hablo, que luego, cuando se levanta la suave brisa, van cuchicheando de hoja en hoja y, al día siguiente estoy en boca de toda la ciudad. Sí, ¿no os habíais dado cuenta? Los árboles son los “corre ve y diles” de la ciudad. Los que a la chita callando, con eso de que ellos siempre están ahí “porque como no podemos movernos”, se van enterando de todos los chismes y con dos soplidos de brisa, airean hasta sus propios secretos.
Y, por hoy, ya no os cuento más, que con tanto hablar, al final sabréis tanto como yo, y eso que no sé nada. Ya me levanto y me voy, ya, que se me están quedando las posaderas como un carámbano.