Vueling

viernes, 28 de diciembre de 2007

A MI MADRE


Pelo liso, rubio, brillante, intenso.

Como un rayo de sol en primavera.

Así lo recuerdo.

Ojos suaves, verdes, siempre sonriendo.

Acariciando mi alma con su mirada.

Así grabados los llevo.

Manos largas, delgadas, ágiles, fuertes.

Como la hoja de palma movida al viento.

Así las sueño.

Labios delgados, rojos, siempre en silencio.

Prontos para acariciar mi frente con un beso.

Así los siento.

Mesa camilla redonda, allá, en el fondo.

Ropa, aguja, dedal, hilo y .... cosiendo.

Atenta siempre a todo lo que se hablaba.

Mirada rápida, sonrisa y ....... silencio.

Breves recuerdos pero, tan intensos

Que llenan mi vida, mi alma de sentimientos.

Así la sigo queriendo.

viernes, 21 de diciembre de 2007

AUN SIN SABER POR QUÉ



Aun sin saber por qué, pesa sobre mis hombros el plomizo estado de la tarde; no por ello detengo mis pasos que, como siempre, como todos los días, me llevan inexorablemente a mi encuentro con el infinito, con el qué seré, con el que quizás ya estoy siendo desde hace años. Y sobre la arena descalzo mis pies. Es como la tierra de nadie; unas veces el mar me la cede y otras la defiende con su oleaje, como si de ella dependiese su vida. Y allí hablamos.

Horizonte gris plomizo, entre líneas trazadas con mano inocente e inexperta, que desde lo más profundo de su ser, el océano transporta a la superficie, con lentitud, sin tiempo, sin parada, todos sus sentimientos, todas sus vivencias, todo lo que es y fue, pues, en esas líneas escritas por manos limpias e inocentes, quedan gravadas para el eterno recuerdo las vivencias, inmaculadamente puras, de todo lo que pudo ser y fue; de todo lo que pudo existir y existió; de ti, océano inabarcable en donde todo ocurrió. De mí, conclusión atemporal de una fase de la evolución libre y aleatoria de un universo pensado, o, pensante.

El mar no habla, a lo más, llega a un monólogo monótono y rítmico; sin embargo, yo dialogo con él.

¡Sí!, son cosas de la edad que, a medida que te va quitando la memoria, te va aumentando la imaginación. La edad no es solo el tiempo vivido, es mucho mas; es quien te hace crecer en conocimiento; es quien te hace conocerte; es quien va adecuando tu cuerpo, no a tus necesidades, sino al hábitat en el que desarrollas tu actividad. La edad hace que la luz no te ciegue, sino que te ayude a ver lo que antes ni imaginabas, ni tan siquiera conocías. La edad hace que ensordezcan tus oídos, para que puedas oír lo que de verdad la naturaleza nos dice. La edad hace que tus fuerzas te fallen para que no te puedas resistir a que tu cuerpo se vaya integrando lentamente en el medio del que salió. Te enseña a leer lo que el mar escribe sobre las olas; te enseña a oír lo que el mar le cuenta a la brisa que, sonriente y a hurtadillas le cuenta a las aves, mientras juegan.

La edad nos va haciendo cada vez más insensibles a todo lo que nos rodea para, quitándonos las distracciones innecesarias que la vida día a día nos va presentando, dediquemos más atención e interés por nuestra verdadera y única realidad, nuestro interior, nuestro ser, nosotros.

La edad, con la suavidad de la mano de una madre, te va empujando lentamente hacia esa simbiosis que tarde o temprano ha de producirse entre tu ser y la naturaleza; entre tú y el universo, mientras miras hacia tu destino, sonriendo.

domingo, 9 de diciembre de 2007

DANDO LAS GRACIAS



-Debo estar entrando en esa edad en la que los expertos dicen que todo se equilibra. Será verdad; al fin y al cabo, yo no he sido capaz de ser experto en nada. Aunque, pensándolo bien, puede que en algo sí. ¿En vivir quizás?. De algo me tiene que haber servido llegar a la edad que tengo. Pero, si eso es cierto, ¿qué puede estar fallando en mi cerebro?, o, si tienen razón, “esto debe ser el condenado equilibrio ese del que hablan”. ¡Uf!. Esto tengo que pensarlo más despacio.

-“Vamos a ver si te aclaras amigo que, aunque nunca hayas sido muy despierto, supongo que para aclarar estas ideas, debes tener suficientes luces. Además, si tú mismo te excluyes esa capacidad, mejor que sigas mirándome y contemplar como juego con mis olas y te comas el coco pensando por qué tanta agua, con los siglos que llevo aquí, nunca se ha podido agotar. ¿Quizás porque, de vez en cuando, llueve?. Puede que ese sea el motivo. Pero, por lo menos, ya que tienes todo el tiempo del mundo, intenta saber qué te está pasando”.

-Reconozco que mi infancia y juventud fueron duras; nada se me regaló y mis padres no tuvieron ni medios ni tiempo para pagarme unos estudios que me hubiesen valido para empezar en la vida con cierta tranquilidad. Pero, también debo reconocer que, una vez empezado a trabajar, las cosas se fueron facilitando. Además, aquel encuentro casual con mi antiguo jefe, cuando coincidimos en las rocas pescando; aquella agradable charla que tuvo a bien tener conmigo, lógicamente sobre temas de cómo se pescaba en roca, me sirvieron para otros posteriores encuentros que terminaron, sorprendentemente para mí, en una relativa amistad.

-“Pero tú sabes que...”

-¡Sí, sí, lo reconozco!. Ya sé que me esforcé, tanto en los nuevos encuentros, como en caerle simpático, pero eso no le quita importancia al primer encuentro y, ese, yo no lo provoqué, que conste. Bueno, la verdad es que desde que empecé a trabajar con él, las cosas cambiaron para muy bien. Pude comprar un pisito, pude casarme... ¡Ah!. ¡Mi Luisa!. ¿Y eso no fue otra suerte, también?. ¡Cuarenta y dos años juntos!. ¡Qué bonitos fueron!. La pena es que ya no está. Pero, se fue contenta.

-“¿Recuerdas cuando, poco antes de morir, te dijo: “ Mito... Je,je, es que siempre te llamaba Mito. ¡La muy zalamera, cómo sabía engatusarte!; me voy contenta, ¿sabes?, me has hecho muy feliz y, ahora, ya me he ganado mi descanso”. No vayas a llorar ahora, ¡joder!, aunque estés solo conmigo”.

-Si, la verdad es que tengo mucho que agradecer. ¡Sí, lo sé! Me lo he currado bien, pero también lo han hecho otros y ya ves. ¡Mira al pobre Casildo! Y a tantos, pero yo, no sé por qué, tengo esa maldita necesidad que me apremia cada vez que paseo por tu orilla . ¡Necesito dar las gracias y, no sé a quién!...

-Cuando se lo comenté a Manuel, siempre fué mas listo y leído que yo, me dijo: "¿a quién le tienes que dar las gracias?. ¡A ti mismo, hombre; ¿acaso te ayudó alguien en la vida?."

-No sé, no sé.... algo no me convence. ¡Ya sé que todo me lo he ganado yo, pero... también los otros y...!

-“Pero no olvides aquel otro encuentro, por cierto, aquí en mi playa...”

-Sí, te he oído; no creas que tengo reparos en hablar de ello. Me acuerdo perfectamente de ese encuentro. ¿No me voy a acordar, si el tío, con las cosas que me dijo, me dejó hecho polvo más de una semana?. Pero, también tienes que reconocer que lo he pensado mucho y no me ha servido de nada. Fue por la tarde, en uno de mis paseos por tu orilla. Lo que nunca sabré es si el cura estaba allí por casualidad o, realmente, él lo hizo intencionadamente. Además, aunque hubiese sido por casualidad.... ¿a qué vino el que se acercase a mí?. Si yo no había cruzado una sola palabra con él en mi vida; ni siquiera cuando Luisa se empeñó en bautizar al sobrino...

-Pues nada, como si fuésemos amigos de siempre, se me acercó a curiosear. Y claro, como son de piñón fijo, a hablar de su Dios. ¡Mira que hablarme de Dios a mis ochenta y dos años!. Pero tienes que reconocer que fui muy correcto y le oí todo lo que me quiso contar. ¡Si llego a saber la facilidad que tienen esos curas para comerte la cabeza, le hubiese dicho que tenía prisa y.... Pero no, dos horas hablándome de Dios; y no fue más porque tenía misa a las ocho...

-En fin, mejor dejarlo. Puede que algún día tenga, otra vez, un poco de suerte y alguien sea capaz de decirme a quién tengo que agradecerle todo. Espero no morirme con esta necesidad que me quema por dentro. Espero... ¿Te veré mañana?

lunes, 3 de diciembre de 2007

JUGANDO A SER TORERO




La importancia no está en donde nacemos, sino en cómo nos enfrentamos a la vida.

No todos tienen la misma cuna, ni nacen en el mismo hábitat, ni sus padres les pueden dar las mismas oportunidades. Jandro lo sabía, no porque fuese un chico inteligente, sino porque su padre, hombre que se hizo a sí mismo y al que nunca le importaron ni juicios ni prejuicios, ni clases ni aulas, así se lo había inculcado desde muy pequeño.

Tenía amigos en todos los niveles sociales; amigos del colegio de los Marianistas, hijos de los trabajadores de la empresa en la que su padre era el Director, gitanillos de San José del Valle y otros tantos más, pero, entre todos ellos, siempre tuvo una cierta predilección por Rafi. No le preguntéis por qué, no os sabría contestar, aunque lo cierto era que cada vez que se veían, la vida se convertía en una fabulosa odisea de final incierto y desconocido.

No iba a su colegio, ni tan siquiera estaba seguro de que asistiese a colegio alguno, lo que sí tenía claro era que si la vida, su verdadera cátedra, no le proponía un riesgo al que aprender eludir, él solo se lo buscaba.

-Rafi, ¿no tienes miedo a caerte de ahí?- le preguntaba Jandro algunas veces y, siempre Rafi le contestaba sonriendo.

-“Si, lo tengo y mucho; a veces tanto que o aprieto los músculos del culo o me voy por las patas abajo”- y se reía a carcajadas. Gitano de ciencia y nacencia, del centro del barrio de Santiago, sin mas nada que hacer que ayudar a su padre en lo que le pidiera y, el resto del día, o sea, todo, dedicado a enredar lo que estaba liso y complicar lo sencillo y fácil. Esa era su vida cuando no se encontraba con el hatillo al hombro, escondido entre jaras y alambradas, esperando que el mayoral le dejase el camino libre para poder darle dos capotazos y medio al morlaco negro como la noche, con unos cuernos que parecían la adarga de D. Quijote en la tapa del libro que tantas veces el pobre Jandro tuvo que empezar a leer.

No se veían con frecuencia; unas veces porque Rafi andaba por los caminos de Dios haciendo suyas las tardes de gloria en las Ventas, la Maestranza… hasta en china soñó alguna vez torear; otras, las más, porque el padre de Jandro era enormemente estricto con los estudios y, el poco tiempo que le quedaba libre, lo pasaba aprendiendo a jugar al tenis en el club. ¡Sí! Jandro tenía un club de deportes, ¡bueno!, era socio junto con toda su familia, pero era suyo, como los triunfos que con sus trece años ya había conseguido en un deporte que, en aquellos años en España solo podían disfrutar muy pocos. Y ese deporte fue el que les hizo conocerse y llegar a la amistad que ahora disfrutaban.

Y llegó la Semana Santa, notas colegiales y vacaciones lectivas. Si, lectivas porque la norma para todos los hermanos en aquella enorme casa en la que Jandro pasó toda su juventud, era que si las notas eran muy buenas, se estudiaría el veinte por ciento del tiempo de vacaciones. Si eran malas, no había vacaciones. En fin, dejemos los estudios a un lado y sigamos con la Semana Santa.

Se encontraron el Martes Santo, en la plaza Rivero, viendo pasar la Amargura, la única Virgen que nunca llevaba palio. Jandro vestido de azul oscuro, camisa blanca y corbata; impecable, como tenía que ser. En frente, al otro lado de la fila de penitentes, Rafi, pantalones negros y tan estrechos que difícilmente podría haber entrado en ellos; camisa blanca, abierta, con chorreras y peinado hacia atrás ese pelo negro que tanto le molestaba en la cara. Si, en Semana Santa en su pueblo se vestían de gala hasta los naranjos que con sus flores a reventar, llenaban de olor a azahar las calles.

Cruzó la calle, entre cirios encendidos y penitentes en silencioso proceso, sin importarle ni el respeto ni la oración que entre aquellos oscuros nazarenos flotaba en el aire de la noche y, cogiéndolo del brazo, le empujó cariñosamente hasta que estuvieron retirados del bullicio.

-“Jandro, mañana nesesito que me lleves ar cortijo el Olivá”- Jandro, al oírle, abrió mucho los ojos.

-¿Otra vez quieres ir al Olivar?, mira que la última vez que te cogieron te avisaron. El mayoral de la Duquesa es gente mala y lo sabes.-

- “Lo sé, pero también sé que mañana no estará. Sale San Mateo y es cofrade”- dijo sonriendo mientras daba un salto en el aire. Jandro lo miró. Tenía tres años más que él y mucho mas alto, pero desde que hacía un año le vio ganar la final de tenis de la provincia, se acercó a él con la desfachatez que le caracterizaba y le dijo: -“Chavá, me tienes que enseñar a jugar a eso y yo seré amigo tuyo”- y así fue como comenzó esa curiosa amistad.

-“Cucha niño, está to pensao. Te coges la bici y me vas a buscá a la salia pa San José; ya te saldré ar camino”- sin darle tiempo a contestar, se fue de nuevo hacia sus amigos. Volviendo la cabeza, le recordó –“a primera hora, no te orvides”.

“Algún día me meterá en un jaleo gordo y veremos como le explico a mis padres…” Pensaba Jandro mientras le veía alejarse en dirección a la calle Larga, lo que en aquella época se llamaba “Carrera oficial”. Típico andar de un chico seguro de su bella figura, pecho sacado hasta la exageración, codos atrasados y balanceando exageradamente las caderas. Quizás nunca llegase a ser torero, pero hechuras las tenía todas bien sobradas. Sonriendo viéndolo andar, Jandro se acercó de nuevo a sus amigos, sin hacer comentario alguno; aunque su amistad con Rafi era conocida por todos, nunca le preguntaron nada.

Salió de casa, bici en mano a las ocho treinta de la mañana en dirección a la calle Honda, camino de la Estación del tren, para, pasando por debajo del puente de las vías, seguir carretera a San José del Valle. En la versión oficial que se había tenido que inventar para explicar a su madre aquel extraño madrugón, constaba que iba a acompañar a Enrique el topógrafo para hacer el trazado de un nuevo tendido eléctrico entre La Barca de la Florida y El Cuartillo, recorrido que haría con Rafi, camino del cortijo de la Duquesa.

Cuando pasaba por la plazoleta después del puente, le oyó silbar, paró la bici y sin mirar, le esperó sobre el sillín. Con un seco ¡hola!, le apartó la mano izquierda y se sentó en la barra delantera, poniendo el hatillo colgado de su cuello.

-“Empieza tú, que ya yo luengo te revelo”.

-Relevo- le corrigió Jandro

-“¡Releches1. ¿Mas entendio? Pos ya está”- y acomodándose sobre la barra, le apremió –“y dale fuerte que tengo tela ganas; hoy ma levantao to inspirao, niño”- y apoyando su cabeza sobre el manillar de la bici, se dispuso a dormir como si se acabase de acostar en una cómoda cama. Jandro reemprendió la marcha pedaleando lo más rápido posible. Pronto pasaron la azucarera con aquel horrible y continuo olor que la caracterizaba. La verdad es que en aquellos tristes, desolados y pobres años de la posguerra, en la España profunda había carreteras que, aunque con bastantes baches, socavones y hasta algún que otro matojo creciendo entre las agrietadas placas de alquitrán, comunicaban más o menos bien cómodamente los pueblos de Andalucía. Y raramente pasaba un coche; había pocos y un miércoles santo, los que disponían de semejante lujo, no acostumbraban a madrugar.

Llegada la suave cuesta de la Barca, Jandro paró la bici. Se intercambiaron los puestos y Rafi comenzó su pedaleo con más bríos que los que a Jandro le quedaban. Tocándose el muslo derecho con la mano protestó.

-“Joio cuadro, ya te podías haber traio un cojín. Bueno, tiremos palante”- y comenzó a cantar unas bulerias. No llevaban mucho recorrido en el pedaleo de Rafi cuando Jandro, poniéndole la mano en el brazo le comentó bajito

-Tírate a la cuneta que vienen los civiles- impulsando al mismo tiempo la bici en esa dirección. Ni miraron donde caían, si blando o duro, si propio o impropio; nada más caer al suelo, se escurrieron rápidamente, bici incluida, detrás de unos matojos. Pasaron unos minutos y al poco les oyeron hablar mientras que sonaban los cascos de los caballos por el camino paralelo a la carretera. No llevaban prisa y eso le preocupó a Jandro porque era más fácil que les localizasen.

Los caballos, el verde tan característico de sus uniformes, el negro y brillante correaje, cruzándoles el pecho y sobre ellos, imperando sobre cielo y tierra, dueños y señores de cortijos y haciendas, de cielos e infiernos, los dos acharolados y brillantes tricornios sobre sus cabezas. Ellos, montando con la rectitud que la disciplina les imponía, parecían dos centauros caminando por sus dominios, buscando insignificantes microbios a los que fundir con sus fulminantes miradas.

El chico, con su cara completamente pegada a la dura y humedecida tierra de la cuneta, cerró los ojos, tensó los músculos y encogió brazos y piernas, como queriendo desaparecer detrás del semiseco matojo que lo ocultaba de la posible mirada de los guardias civiles. Y pensó en la bici, y en Rafi, y el mundo se le vino encima cuando, en ese estado de nervios oyó una potente y enorme voz que decía

-A tiro limpio voy a sacar a esos dos de ahí- fue tal el temblor que sintió en sus piernas que, clavando los dedos en la húmeda tierra, se ancló a ella para que ni los disparos de los fusiles de aquellos dos “civiles” le pudieran mover de su escondrijo.

-No sea usted duro, mi cabo, esos gitanillos solo se llevaron unos kilos de aceitunas; además, recogidas del suelo. Déjeles marchar. Tome el cuarterón y el papel y vamos a liarnos unos cigarritos antes de llegar al cuartelillo.- Al oír esta segunda parte de la conversación fue tal el relajo y sensación de alivio que sintió que, ni aun habiendo caído encima de una mata espino, jamás se sintió mas a gusto.

Si, pasaron de largo fumando sendos cigarrillos de picadura, posiblemente de cuba, Tres medallas de oro, Culbert o Montesinos que eran las que entraban de contrabando por la frontera de Gibraltar. Y se fueron alejando mientras ellos, sin mover un solo músculo, seguían con la vista su lenta desaparición. Cuando la curva de la carretera les hizo desaparecer definitivamente, se levantaron, tomaron la bici y a la máxima velocidad que les permitieron sus adormecidas piernas, corrieron hasta llegar al recodo siguiente de la carretera.

Tomando aire, Rafi le puso la mano en el hombro.

-“Me cagao”.

-Y yo. Pues anda que no he pasado miedo ni nada.

-“Ya, pero yo me cagao de verdá”- y se señaló la parte trasera de los pantalones. Jandro dio un respingo separándose de él. Le miró el trasero, luego la cara y viendo la seriedad con la que Rafi le mantenía la mirada le insinuó

-¿No pretenderás seguir conmigo así verdad?- y se tapaba la nariz con la mano.

-“Está bien, niño, deja que me vaya ahí atrás pa limpiarme”.

Al rato lo vio salir subiéndose los pantalones, como si nada hubiese ocurrido. Jandro, conocedor de la pulcritud que caracterizaba a Rafi, le preguntó inmediatamente

-Pero ¿cómo puedes seguir con la ropa llena de … ¿Con qué te has limpiado?.- Rafi se le quedó mirando muy serio y cogiendo la bici por el manillar, se la ofreció a su amigo comentando al aire

-“Yo no entiendo como la gente, que se va dando de educá, mete sus napias en las cosas íntimas y pirsonales de los demá”- sentándose en el cuadro de la bici, le espetó. –“¿Es que nos vamos a quedá aquí tor día?”.

Jandro se acercó despacio, snifando el aire con precaución y, viendo que la limpieza parecía bastante buena, tomó la bici y sentándose en el sillín, prosiguió viaje hacia el cortijo. Nada se habló entre ellos durante un buen rato, hasta que no pudiendo seguir callado tanto tiempo, Rafi le comentó

-“Con los carzoncillos; es que ya estaban pa tirarlos y totá mi mare me los hace de restos de sábanas. No pensarás que me iba a aguantá con to la mierda pegá ar culo tor día. Estos zeñoritos se creen que los pobres semos unos guarros. Yo me gasto los duros del estraperlo en comprarme un buen capote, un estoque de acero que vale una fortuna y la ropa ya caerá de arguna forma, pero la poca que tengo va más limpia que los chorros del oro”- se acomodó en el cuadro de la bici y se dispuso a dormir de nuevo.

El pobre Jandro, incapaz de entender la filosofía de la vida de su amigo, lo dio por perdido, como tantas otras veces, y siguió pedaleando.

Unos kilómetros mas adelante, Jandro torció hacia la derecha por un camino vecinal en el que a unos doscientos metros apareció un cartel en el que se podía leer “CORTIJO EL OLIVAR. TERMINANTEMENTE PROHIBIDO EL PASO”.

-“Párate aquí, que yo soy mu respetuoso con lar órdenes de la Duquesa. Vamos a escondé la bici en aquellos matojos y nos vamos andando pegaos a la alambrá”- Sin hacer objeción alguna, Jandro hizo lo que Rafi decía y, como éste había comenzado a andar mientras él llevaba la bici al matorral, tuvo que salir corriendo tras él para alcanzarle.

-¿Qué pasa, tienes prisa por encontrarte con esos demonios de ojos inyectados en sangre?.

-“Ya te he dicho que no les llames así; no único que a mi me hace farta es que tú me metas mas mieo en er cuerpo; como no llevo bastante. Toma el hatillo y déjame el capote que pa una faena en er campo es mas socorrio”.- Al tomar el hatillo, Jandro vio cómo le temblaban las manos y pensativo le siguió despacio.

“¿Cómo un chico podía voluntariamente hacer algo que le provocaba tanto pánico?”, porque la cara de Rafi estaba blanca como la leche y a medida que se iban acercando al encinar donde pacía tranquilamente la manada, Rafi se iba encogiendo cada vez mas y en sus manos, agarradas al capote de tal forma que más parecía querer destrozarlo que usarlo como engaño, se le iban marcando las venas como si quisieran romperse en mil pedazos.

Finalmente, Rafi se paró junto a la alambrada y se quedó unos instantes mirando. Sin decir palabra, levantó su brazo izquierdo y le señaló a Jandro un toro que se encontraba a la derecha de la manada, algo separado de ella. Dobló el capote sobre el brazo, miró en todas direcciones para comprobar que nadie vigilaba la zona y, agachándose, se metió entre los alambres de espino y entró en el cortijo.

Este era el momento que a Jandro le dejaba petrificado.

De pronto, la figura de Rafi se erguía hasta parecer más alto, sacaba el pecho y comenzaba a andar, como cuando la noche anterior, seguro de sí mismo y conocedor de su figura, salía airoso de entre el gentío para caminar hacia la calle Larga; ahora no, ahora su caminar era hacia la gloria, hacia su destino, hacia el toro negro como la noche que, desconocedor de lo que Rafi tramaba y ajeno aun a su presencia, seguía tranquilamente pastando bajo las ramas de una encina, buscando quizás algo de sombra para pasar las horas de calor que se avecinaban.

Veinte o treinta metros mas adelante, Rafi empezó a agitar el capote, llamando la atención del morlaco, hasta que este, viéndole acercarse, levantó la cabeza y se quedó quieto como una estatua y mirándole fijamente. Rafi dejó de agitar el capote, pero siguió acercándose al toro mas lentamente, hasta el momento en el que, consciente de que había entrado en el terreno del toro, se paró y, volviéndose hacia Jandro, le sonrió y saludó, como brindándole la faena.

El toro se arrancó de lejos, recto, enorme, veloz, cabeza inclinada y unos cuernos que, desde donde se encontraba Jandro, ni la adarga de D. Quijote merecía consideración. Miró a Rafi, quieto, con el capote extendido delante suya, la cabeza algo inclinada a la derecha, como queriendo ver venir al toro y, cuando el morlaco daba la topetada para engancharle, Rafa dio un paso a su izquierda y colocándole el capote ante el morro, lo condujo a su alrededor, dejándole pasar, como pasaba por la estación del tren una máquina de vapor tirando de miles de vagones de carga.

Fue un lance de brega para fijarlo, una verónica que dobló al toro casi hasta desriñonarlo para dejarlo parado en seco a su lado. Se arrancó de nuevo, sin avisar y Rafi con otra nueva verónica, lo dejó pasar. Y una tercera, hasta que el toro se quedó un momento parado junto a Rafi. Este, cambiando de postura, le citó de nuevo, pero esta vez para recibir a la res con lances artísticos; una, dos chicuelinas. Se alejó un poco, para darle salida a la res y, de nuevo, una, dos, tres gaoneras, un farol y finalmente una larga.

Debió entender Rafi que ya había resabiado al toro suficiente porque, terminada la larga, fue retrocediendo hacia la alambrada mientras el toro, fijo sus ojos en él, quedaba como clavado en medio del lentiscal, posiblemente sorprendido por lo que acababa de ocurrir.

Pasada la alambrada, miró a Jandro sonriente.

-“Eso iba por ti, pa que veas que tu amigo aprecia lo que haces por él y por las clases de raqueta que me tienes que dar”- y tumbándose en el suelo comenzó a temblar.

Jandro, en pié, se le quedó mirando pensativo. Es cierto que a los trece años cualquier chaval le da muchas vueltas a la cabeza, se quiere aprender a más velocidad de lo que es capaz de asumir la mente a esa edad y, como consecuencia, se organizan unas peloteras en la olla exprés que por esos años llevamos sobre los hombros que, entre lo que quedaba “cogido con alfileres”, lo que se almacenaba en la memoria sin etiqueta identificativa y el verdadero aprendizaje, la mermelada mental valía para todo menos para entender nada de lo que nos rodeaba. Pero había que aparentar, estaba muy de moda parecer mayor de lo que uno era y una de las bases de dicha apariencia era el conocimiento. Así pues, viendo a su amigo tumbado en el suelo temblando le preguntó.

-¿Siempre te pasa eso cuando toreas?.- Fue girándose lentamente para mirar de frente la cara de Rafi. Este, sin abrir los ojos, ni tan siquiera inmutarse por la indiscreta pregunta de su amigo, le sonrió, quedándose callado y respirando profundamente. Fueron minutos en los que Jandro no supo que hacer; miraba a los toros, luego a Rafi, al camino por si se acercaba alguien, hasta que, finalmente, decidió sentarse a su lado en silencio.

-“¿Sabes?. A veces hasta gomito, pero hoy no podía porque esta mañana no ma trincao na; era temprano y mi mare no había preparao na”- siguió un rato en silencio. –“Cuando macerco a un morlaco ma entra una cosa por entro que me llena er pecho de aire y no hay quien me pare, pero cuando ya ha pasao to, me entra er mieo y a veces hasta me pongo a llorá. ¡Ah! Pero esto que no sarga de ti que te juro que te rajo si lo haces”.- Un poco mas tranquilo con el monólogo, Rafi se incorporó y se sentó junto a Jandro. Le pasó el brazo por los hombros y siguió su monólogo.

¿”Tu tas fijao, cuando lo estaba lanceando y pasaba a mi lao, la altura que tenía er bicho ese?. Cuando estás ahí y lo ves venir, no puedes pensar en nada mas que jacé lo que te sale del arma. No pues mirarlo como a un toro y a medida que se tacerca, lo único que haces es apoyá bien las zapatillas pa que, en er momento justo, estirar los brazos y pasarle el engaño justo para que no llegue a cornearlo; así lo fijas en er capote y no te ve.- toma aire y sigue con la clase a su alumno preferido. –“Esos bichos se encelan enseguía y si lo consigues al primer capotazo, er resto va sobre grasa y ya, to lo que le hagas, te sale bien. Claro, er animá no pué está maleao ni salirte revirao porque entonces, iguá te dá una corná o se orvida de ti al segundo capotazo”.

Ya puesto en pié, comienza a andar mientras prosigue su lección, con mejor color en la cara y mayor ánimo en el cuerpo.

-“Yo sé que lo que jago no está bien porque, ese toro, ya no es bueno pa una corría, lo he podio maleá, pero le dí pocos capotazos pa evitá que se maleara; lo malo es que nunca se sabe cuando er toro ya ha aprendío la leción, hasta que no sale a la plaza y lo demuestra, pero es que no tengo otra forma de praticá. Mi pare no tié parné pa llevarme a una escuela de taromaquia, pero a mi me dá iguá, o termino torero o me mata un morlaco; totá, pa seguí chirlando o con el estraperlo…”

-Pero Rafi, hay otras cosas en la vida ¿no?. Yo no sé mucho pero mi padre siempre me dice que llegaré a ser lo que he elegido libremente. Tú puedes estudiar o trabaja, pero no quieres y…

-“No, Jandro, estudiá ya estudié to lo que tenía que sabé, leé y escribí, lo demá ya lo iré aprendiendo. ¿Trabajá?. Yo trabajo, lo que pasa es que el estraperlo hay que entenderlo, se gana bien pero hay mucho farfulla por medio. Ademá, cuando entramos alijos de cuarterones de cuba, son los civile los que nos protegen porque luengo son los que nos compran. Nunca te lo quitan, pa eso son mu suyos, y te pagan el precio justo pa nosotros podé defendernos. Ahora, si metemos un alijo de reloje, entonce si te trincan te zurran tela.

-Pero, ¿ellos saben quienes sois? ¿Os conocen?- le pregunta Jandro sorprendido de lo que esaba oyendo.

-“Esos se saben hasta las piedras que hay en los caminos desde aquí a Gibrartá. Cuanto más sabemos nosotro, mas saben ellos. Tu haces un apaño de aceituna en un cortijo y a los dos dias te han trincao al que lo hizo y no fallan ni una”- y así discurrió el largo camino de vuelta a casa.

No quisiera entristecer esta memoria con la descripción de la escena que Jandro tuvo que vivir a su vuelta a casa; ni después de tantos años pasados y vividos, aun haya encontrado justificación a su comportamiento y a las mentiras que la amistad y la afición casi obsesiva de Rafi le obligaron a decir a sus padres, en absoluto merecedores de ellas; lo cierto es que el pobre y mentiroso Jandro tuvo como castigo no salir a la calle, excepto para asistir al colegio y al club para practicar el tenis, hasta las vacaciones de verano.

Muchas veces, durante el castigo, el tenaz y desvergonzado Rafi le salió al paso para exigirle el cumplimiento de su promesa, a lo que Jandro siempre le contestaba

-Espera a que termine el castigo; hasta entonces vente a verme practicar al club, no quisiera que mis padres te relacionasen con aquel día porque, entonces, nunca podré enseñarte a jugar.
-“Pisha, es que tu pare es mu sieso. Dile que cuando llegue a ser torero no le voy ni a dejá entrá en la plaza. ¿No vé que yo necesito hasé ese deporte pa está en forma? ¿Ma cogio tirria? ¿Seguro que no las dicho que te viniste conmigo ar cortijo?”- insistía una y otra vez, posiblemente temeroso de que el padre de Jandro, con toda su influencia, le enviase a los “civiles” a casa y lo encerrasen una temporada.

-Rafi, te he dado mi palabra de honor que nada les dije. Me inventé una “trola” para no implicarte en el castigo, pero, por favor, no me pidas que te acompañe hasta que el terremoto y sus efectos hayan pasado. Este verano volveremos a vernos y te enseñaré a jugar.

-“Ya, pero es que en verano hay corrias en la plaza y mi plan se tendrá que atrasá. Bueno, ya te buscaré otro día, que hoy tas mu raro”- y dándose la vuelta, se iba caminando lentamente hacia otro encuentro, como siempre.

Transcurrieron los meses, por supuesto con sus correspondientes encuentros a la ida o vuelta del colegio. Jandro lo veía tras las mallas de la pista de tenis; serio, siempre observando detenidamente y, por supuesto, alejado de cualquier socio que le pudiera poner en algún aprieto por su estancia en tan “exquisito” club.

Finalmente llegaron las vacaciones; junto a ellas las notas del colegio que aquel año, al no haber tenido otras distracciones, fueron excepcionalmente buenas. Los amigos, Joaquín, Luis, Chiqui y Miguel sí tenían abierto acceso a la casa de Jandro y, lógicamente, durante aquel largo curso escolar, siempre le fueron a ver, charlar y comentar sobre chicas y otras virtudes de la vida, pero nunca ninguno de ellos le preguntó nada sobre el motivo del castigo. Sabían, porque le conocían muy bien, que el padre de Jandro, si castigaba, seguro que tenía motivo suficiente y si Jandro callaba, el silencio era respetado por todos. Gran amistad que aun perdura, tengo entendido.

No hubo regalo por las excepcionales notas, ni Jandro o sus hermanos lo esperaban, ni tenía que haberlo; como principio, todos los hermanos sabían que su única heredad sería la carrera que consiguiesen hacer y, a mejores notas, mas posibilidades.

Respecto a los “obligados y duros” estudios, nunca Jandro podrá olvidar la única vez que a lo largo de la convivencia con su progenitor, este hizo referencia a la situación política que a Jandro le había tocado vivir.

“Respecto a lo que ha ocurrido y lo que en estos momentos vivimos, hijos, no olvidéis lo que os voy a decir. Hemos padecido y estamos viviendo las consecuencias de una guerra en la que hubo un solo perdedor, España, y de la que todos los españoles fuimos culpables. Unos, por llegar a permitir una situación política y laboral absolutamente insoportable y que estaban llevando a España al desastre total; otros, por no ser capaces de encontrar mejor solución que un levantamiento en armas, enfrentando a las dos mitades de los españoles y dejando en el camino tantos muertos que nunca jamás podremos olvidar. Por eso os quiero pedir que, por muy mal que la política se lleve a cabo y que la situación económica sea desastrosa, buscad cualquier solución posible, incluso dejando tirados en el suelo la soberbia y el amor propio, antes de volver a otro nuevo enfrentamiento entre nosotros.

No fuisteis culpables de nada, pero os tocó vivir las consecuencias y una de ellas es la responsabilidad “añadida” de levantar España hasta el lugar que nos gustaría estuviese en Europa y el mundo. Para ello, solo os puedo dejar lo único que tengo, “conocimientos”; estos solo se logran estudiando y es por ello por lo que me intereso tanto por vuestros buenos resultados en el colegio”

Sí, después de tantos años, aun suenan esas palabras en los oídos del chaval. Pero, no nos alejemos del fondo de este “cuento”, ya que en él, Jandro no es más que una de las anécdotas del verdadero protagonista, nuestro ya amigo Rafi.
Con el verano, vino la absolución del pecado y la vuelta a torneos tenísticos que, como cada año, comenzaban en el propio club Nazaret. Jandro comenzó sus partidos siempre acompañado de su hermano mayor pero ni la sombra de Rafi apareció por los alrededores. Una, dos, tres semanas y de nuevo campeón del club y, por tanto, representante del mismo en todos los campeonatos de Andalucía, lógicamente, a nivel de juveniles, como se designaban en aquellos tiempos.

Aquella tarde volvía de entrenar preparándose para el campeonato abierto de Cádiz que se jugaba la semana entrante, cuando al salir del club lo vio esperándole en un lateral de la puerta. Jandro comentó algo a su hermano y se separó de él, acercándose a Rafi. No podía dar crédito a lo que veía; el brazo izquierdo escayolado, un fuerte golpe amoratado en su rostro y toda su gallardía hundida entre sus encorvados hombros. Lo miró con detenimiento y finalmente se fijó en sus ojos. Rafi, rápidamente, apartó la mirada y comenzó a caminar despacio. Jandro, sin articular palabra, se colocó a su lado y caminó junto a él, diez, cien, mil pasos que a Jandro le parecieron una eternidad, preocupado y curioso por el estado de su amigo; pero sabía que mientras Rafi no hablara, él debía respetar su silencio.

-“¿No me vas a preguntá que ma pasao?. ¿Así se priocupan los zeñoritos de sus amigos??”- y siguió su interrumpido silencio.

-¿Cómo te encuentras?. Me preocupa que estés bien, porque lo que te ha pasado me lo figuro- dando por hecho que las locuras de Rafi siempre tendrían un hospital al final de ellas.

-“Pos no te figures na, que tos os equivocáis.¿Que ma cogío un toro? Pos no, a mi un toro no me coge en er campo”.- Jandro se le puso delante y lo paró. Abriendo mucho los ojos le preguntó

-¿El capataz de la Duquesa? ¿Te ha…

-“Ja, ja, ja… er capatá; pos no tiene que corré na ese tío pa cogerme. Ni a caballo, chavá, ni a caballo”- y viendo el respiro de alivio que Jandro daba al oírle, se irguió de nuevo con su típica figura altanera y caminó, apartándole de su camino con un suave empujón.

-“Ni er toro, ni er capatá. Ha sio la joia bici que te trinqué anteayé mientras estabas aquí, pa ir al cortijo la zeñora y otra vé lo civiles. Es como si crecieran en los caminos. Estoy seguro que hay má civile que cristianos.”

-Pero que te pasó con mi bici, ni que fuera un morlaco de esos del cortijo…

-“Me pasó que cuando los ví veni, me entró un tembló y sin pensarlo me tiré a la cuneta”

-Vaya, caíste sobre una piedra- sentenció Jandro sonriendo. Al verlo sonreír, Rafi se achantó de nuevo, encogió los hombros y sin contestar siguió su camino muy serio. De nuevo, el mismo proceso, alcanzarlo, caminar junto a él y esperar que se recuperara del hundimiento psicológico.

Era un continuo tira y afloja el estado anímico y psicológico de Rafi y Jandro lo sabía, aunque no entendía qué estaba ocurriendo en su cerebro, ni tan siquiera que el problema estuviese en esa debilidad psicológica, típica de las personas que funcionan mas con las emociones que con la razón, de los artistas, de los inspirados por las musas de las artes, por personas que siempre vivirían en un mundo absolutamente desconocido por él, ahora y en su largo futuro. Pero sí estaba aprendiendo a respetarlo, a saber estar con él y que él se encontrase cómodo con su compañía.

Cerca de la casa de Jandro, cuando todo parecía hablado, Rafi le empujó hacia la calle Bizcocheros, haciendo que Jandro entrase por la puerta de los garajes y así hacer el camino mas largo.

-“No había cuneta”- Jandro intentó aguantar la respiración para evitar soltar una carcajada y, esperando que se le pasase el primer impulso, Rafi continuó –“Caí por un terraplén un jartón de jondo y en el fondo me rompí el brazo al intentá esquivá una roca”

-¡Vaya!... ¿y lo de la cara, te diste contra el suelo?- el amigo lo miró

-“¿Esto?. Qué va- se lo frotó con su mano derecha mientras se sonreía – fue mi pare de un puñetazo cuando me vió llegá; se creyó que mabían cogio los civiles y mabían puesto a cardo”- sin dejarle habla y mientras volvía a enderezar su figura, prosiguió- “¡A mi los civile me van a cogé mañana!”- Jandro rió para sus adentros, pensando el la paralización de todos los miembros de Rafi siempre que veía llegar a la pareja de la guardia civil. -“Pero güeno, niño, ¿ahora como pueo jugá a la raqueta con el brazo y el pinré rotos? Porque er doctó madicho que por lo menos quince dias”

-Rafi, si el doctor te ha dicho eso, deberás esperar quince días

-“Pue tú juegas con la derecha y a mi se ma joio la otra. Y si tú pues con esa yo también que lo que tu hagas yo lo hago y si duele al prisipio que se joa, no haberse partio. Lo único que me preocupa es que no pueo cogé er capote con esa mano, pero mientras, me mantengo en forma jugando contigo”

-Está bien, hablaré en el club para ver de que forma puedes entrar a jugar conmigo

-“Pero… ¿No es tuyo er club? Si yo he visto que cuando tu entra te siguen tos…”

-¡El club qué va a ser mio! Lo que pasa es que como soy el campeón de los juveniles pues me cuidan algo más, pero de ahí a que me autoricen a que tú pases para jugar… Ya veremos, déjame que lo pregunte y hable con mi padre

-“¡Ya lo arregló to er listillo este. Como hables con tu pare voy yo a entrá en er club cuando güerva Manolete!

-Yo no entiendo por qué le tienes tanta manía a mi padre, si él no sabe ni que existes- Llegaban en ese momento a la puerta de acceso al garaje, por la calle Caracuel cuando sonó el claxon de un automóvil avisándoles de que iba a entrar al mismo tiempo que ellos. Jandro reconoció inmediatamente el coche, a su conductor y, sentado detrás a su padre. Antes de que Rafi pusiera piés en polvorosa, se abrió la puerta del auto y salió el “diablo” tan temido por el chico.

-¡Hola hijo! ¿Vienes de entrenar?.- sin dar opción a contestación alguna, prosiguió - Por cierto, preséntame a tu trastabillado amigo que debe ser, por lo menos, uno de los últimos de Filipinas- mientras le tendía la mano.

-“A mi no me tié que presentá nadie ni yo soy de Fiplina ni ná- se adelantó Rafi descaradamente –yo soy Rafaé, el hijo Francisco…”

-Papá- le interrumpió Jandro –él es Rafi, un amigo del Barrio de Santiago que quiere que le enseñe a jugar al tenis. Pero me temo que en el club no le van a dejar pasar porque no es socio.

-Bien, bien, Rafi, eso de que quieras aprender un deporte dice mucho en tu favor. Pero me temo que vas a tener que esperar a que se te arregle ese hueso y, por lo que veo, ahora que me fijo, también ese dedo. ¿Se puede saber donde has conseguido hacerte esa escabechina?

-“Yo no me hecho ná, señó, me caí por un terraplén cuando…”- de nuevo Jandro interrumpió las explicaciones de su amigo, temiendo que dijese algo que no debía.

-Sí, papá, se cayó por un terraplén al intentar recoger un balón que se nos había ido.

-Bueno, no me deis más explicaciones o tendremos que haceros un careo para conocer toda la verdad. Pero, por lo menos, te llamarás Rafael ¿Verdad?

-“Y bautizao en Santiago con agua bendita, como Dio manda”

-Acompañadme, que vamos a coger el toro por los cuernos y llamar a ver si conseguimos algo- mientras tiraba de ambos hacia sus oficinas.

-“Yo a un toro no lo cojo por los pitone ni muerto; torearlo lo que usté quiera pero a los pitones que sarrime er capatá, que los conoce de chiquititos”- El padre de Jandro le miró de reojo mientras le preguntaba

-¿Es que te gusta torear? Me pareces aun algo joven para esos menesteres- Rafi, como ignorando la presencia del padre de Jandro, cogió a este por el codo y le comentó casi susurrando

-“Chavá, yo es que a tu pare no le entiendo na de lo que parla. Es que es mu finoli”

-Dice que…

-Déjalo, hijo, no tiene importancia- y empujándoles suavemente para que pasasen por la puerta del despacho delante suya, entraron en la enorme sala.

Rafi se quedó petrificado en el centro del despacho mirándolo todo con los ojos muy abiertos, mudo, sorprendentemente mudo para su carácter y, viendo que ellos se acercaban a la enorme mesa en la que ya se había sentado el padre de Jandro, se quedó observando como éste, tomaba el teléfono, marcaba y se ponía a la espera

-Juan, por favor, llámeme al club Nazaret y póngame con el Director. Gracias.- Fue en ese momento cuando Rafi, no pudiendo aguantar mas su silencio, soltó un resoplido que hizo moverse algunos papeles que había sobre la enorme mesa

-“¡Tio, esto es mas grande que toa mi casa!. ¡Chaval, tu has visto que peaso mesa, si paese er campo jurbo der Jeré!- y sentándose en uno de los sillones del despacho, se quedó mirando como el padre de Jandro leia unos papeles mientras esperaba la llamada de teléfono.

-Por cierto, Rafael... ¿es mucha impertinencia por mi parte preguntarte a que dedicas tu vida?- Rafi, cogido absolutamente de sorpresa se quedó mirando a Jandro con los ojos abiertos como platos. Se puso en pié, se acercó a Jandro y casi al oído pero con un tono normal, le confesó

-“Tio, yo es que nontiendo na de lo que dise tu pare. Habla tan finoli que no mentero”- y dirigiéndose al padre –“¿usté quiere sabé que es lo que jago?”

-Efectivamente, si no es indiscreción por mi parte- y empezando a entender que efectivamente su forma de hablar era dificultosa de entender por el chico, se acomodó en el sillón y esperó sonriente la respuesta.

-“Oiga usté, zeñó”- a mayor estado nervioso, mayor cerrazón en su forma de expresarse –“es que no mentero lo que dice...

-Vaya, observo una cierta dureza de oídos que no te permite oír claramente mis palabras, o... ¿Es quizás, mi dicción la que te impide entender los vocablos que pronuncio?

Jandro miraba a su padre sorprendido y de reojo observaba a su amigo que entre la enorme altura de la mesa y que su cuerpo se iba arrugando a medida que avanzaba la conversación, parecía mas bajito de lo que era, esperando la “espantá” de Rafi en cualquier momento.

-“¡Yo le juro por tos mis muertos que yo no hecho na!- y mirando de nuevo a su amigo –“¿en qué idioma habla tu pare?. Si no me habla usté en cristiano no le voy a contestá”- haciendo ademán de ir hacia la puerta del despacho; justo en el momento en que el teléfono de la mesa comenzaba a sonar. Al oír el timbrazo, Rafi saltó como una liebre al alcanzarle un disparo y volviéndose con los ojos muy abiertos, se quedó como petrificado mirando al padre de Jandro hablar por aquél artilugio que Rafi hasta ese momento no había visto nunca. Mientras el padre hablaba, él se fue acercando lentamente hasta llegar a la altura de Jandro.

-“¿Tú has visto eso? ¿A quien le habla?”- miraba sorprendido como el padre de Jandro conversaba con aquel sorprendente aparato

-Está hablando con el director del club Nazaret

-“Y ¿onde está er directó”

-Creo que en el club.. ¿por qué?

-“¡¡¡Joerr, por qué dise!!! ¿Como va llegá desde aquí hasta er club?”- y pensándolo mas despacio, le preguntó –“¿Tu pare habla con tor mundo desde aquí, sin tené que moverse?. y, si yo quiero...

-Perdonad que os interrumpa tan interesante conversación. Acabo de hablar con el Director del club y me dice que está dispuesto a aceptar que Rafael entre durante las vacaciones a practicar tenis, siempre que lo hagáis entre las ocho y las diez de la mañana, para que ningún socio se sienta molesto por esa deferencia hacia tí hijo.- Jandro aplaudió la información mientras que Rafi le miraba esperando la obligada traducción.

-Rafi, que el director del club te deja entrar a jugar conmigo todos los días desde las ocho hasta las diez.

-“Pero yo no pago na, ¡eh!, que yo voy solo a aprendé”

-¿Pagar?.- pregunta el padre de Jandro -¿Podrías pagar unas clases de tenis?- mirándolo con su clásica sonrisa entre irónica y burlona

“-Si trinco un buen fardo de estraperlo, seguro que pueo, pero prefiero trapichearme ante una buena muleta, que la que tengo está mas remendá que el cuerpo Bermonte”

-¡Vaya, vaya, Rafael… de modo que lo que a ti te gusta es torear! ¡Ya me parecía a mi que algo no me cuadraba en todo este asunto y…- e irguiendo su cuerpo y apoyando los codos sobre la mesa para dominar mas a la pareja de amigos que tenía delante -¿para qué quieres aprender a jugar al tenis?... y no mires a mi hijo para contestar que me entiendes perfectamente- termina la frase agravando su voz para darle mayor firmeza a sus palabras. Rafi, tieso como cuando se pone delante de un toro y queriendo mirar a Jandro pero sin torcer un milímetro su cabeza, balbucea

-“Es que, verá usté, no siempre pueo ir a las capea que me invitan y…- intentando que el padre no le vea, mueve muy despacio su pié hacia la pierna de Jandro para que este le ayude a salir del trance, pero d.Antonio, el padre de Jandro, mira a su hijo sin decir palabra, mirada que Jandro conoce perfectamente y que es suficiente para no intervenir en ayuda de su pobre amigo –y…, como usté comprenderá… -y sin poder aguantar más, se vuelve hacia Jandro y le increpa -¡es que no vas a desí na joé, ¿no ves que me tié contra las tablas?...

-Un momento, Rafael, tranquilízate que nadie te está presionando- y viendo la tensión con la que el chico se encuentra enfrentado, se apoltrona de nuevo en su sillón y le invita a sentarse junto a Jandro. Rafi lo ve como una salida y, sentándose, respira profundamente. –Vamos a ver, hijo- prosigue d. Antonio –si te consideras suficientemente mayor para saber que quieres ser torero, también debes ser lo suficientemente mayor para ir con la cara bien alta por la vida y, eso, solo se consigue si llevas la verdad como bandera. Por tanto, me gustaría oír de tus labios el motivo por el que quieres que mi hijo te enseñe a jugar al tenis.- y, con una casi sonrisa en los labios, se acomoda en el sillón en espera de que Rafi sea capaz de reaccionar.

Un largo e inmóvil silencio se hizo en el despacho, mientras por la cabeza de ambos chicos pasaban ráfagas de posibilidades futuras, hasta que Rafi, en un gesto que Jandro conocía tan bien, pero que solo se lo había visto cuando llegaba a la altura del toro de turno, se irguió en su sillón, hinchó el pecho y, dirigiéndose a d. Antonio

-“Si señó, yo siempre voy con la cabeza mu alta, pero a los pobres la via les dá mas corná que un toro y pa salí palante solo tenemos el estraperlo, algún alijo pa trapiche o meterte en una plaza pa que un toro te mande a la gloria o al cementerio. Como cada vé hay mas vigilancia, mi pare y yo no tenemos pa da de comé a mi mare y como nadie me invita a los tentaeros para praticá porque somo pobres, pa está en forma quiero hasé teni y cuando tenga una oportuna ir a una novillá a vé si me vé un empresario”- y soltando todo el aire de sus pulmones, se sentó como si hubiese terminado una faena perfecta.

-Bien, bien; parece que las cosas se van aclarando. ¿No vas a la escuela?

-“¿A la escuela, le parece poca escuela la via misma?. Sé leé y argo describí..

-¿Tu padre no tiene un trabajo fijo?

-“No, señó”.

-Bien, dile que venga a verme, intentaremos resolver ese problema, siempre que tu me prometas dos cosas. Primera, aprender a leer y escribir correctamente porque si llegas a ser un buen torero necesitarás de ello. Segundo, que el tiempo que mi hijo te dedique que sea aprovechado por ti al máximo. El solo puede practicar a fondo su tenis en verano y no quisiera que perdiese el tiempo contigo. En invierno sus estudios son lo único y primordial- termina mirando más a Jandro que a Rafi.

-“¿Le va a dá usté currele a mi pare?. Y… ¿no podría dárselo cuidando la plaza toro de Jeré? Es que sabemo que er que la cuia se va jubilá y…”

-¿La plaza de toros? Interesante, muy interesante. Veré que puedo hacer. Dile que venga a verme- y levantándose dio por terminada la charla –Ahora dejadme que tengo algunas cosas que hacer.

Y se fueron a la mayor velocidad que les permitieron sus piernas y la curiosidad de Rafi por todo lo que le rodeaba. Llegados a la puerta principal del edificio, Rafi se dirigió a ella llenando su pecho de aire y suficiencia y, al ver que Jandro se dirigía hacia las escaleras de acceso a su casa, le conminó

-“¡Eh, chavá, mañana a las ocho en punto en la puerta er club…”- y salía como pavo real en su terreno cuando se volvió de nuevo –“… y no te orvide de llevá mis trastos”

-Como usted ordene, maestro

-“Ezo… maestro…”- y todo ufano salió por la puerta principal como torero por la puerta grande una tarde de gloria

Casi un mes ininterrumpidamente se vieron en la puerta del club; casi un mes de aprendizaje en el que Rafi demostró una gran habilidad para el deporte, hasta aquella mañana de julio en la que al encontrarse en la puerta, Rafi le echó el brazo por los hombros

-“Chavá, hoy es el úrtimo día; mañana hay una novillá en San José y voy de relleno”

-¿Te han dado una novillada en un pueblo de Jerez?. ¡Rafi, eso es estupendo! ¿Quién te la ha conseguido?

-“No lo sé, mi pare dise que estaba en las oficinas de la plasa de toro cuando er jefe le llamó pa preguntarle que si yo era er maletilla que quería sé novillero. ¡Er tío, como si yo fuera un principiante y llevo mas morlacos a la esparda que to los novilleros de Cái”

-Supongo que eso se lo tendrás que demostrar en la plaza…

-“Claro que se lo voy a demostrá, pero pa eso er novillo tie que trincá bien trincao a un de la terna”

-¡Hombre, Rafi, no seas bruto, que lo puede matar!

-“Pero ellos ya tienen carté y yo necesito jacermelo y… o aprovecho la oportuniá o no me dan otra. Esto der toro es mu difisi”- y se dedicaron a la practica del tenis hasta que su tiempo terminó

El sábado, Jandro salía con sus amigos al anochecer, cuando se encontró con su padre que entraba en el edificio

-Buenas tardes, jovencitos. ¿Hacia donde va la troupe?

-Hola, d. Antonio. Primero vamos a los Jesuitas a jugar unas partidas de ping-pong- mientras Joqui contestaba, el padre de Jandro tomó a este por los hombros

-Id delante, que ahora os alcanza Jandro- y dirigiéndose a este -¿Sabes de donde vengo?

-De trabajar, como siempre

-Pues hoy no, hijo; hoy me invitaron a una novillada en Jédula y de allí vengo ahora- Jandro le miraba esperando alguna aclaración mas, ya que no era normal que su padre le hiciese ni ese ni parecidos comentarios de su vida y hacienda –en la que, desgraciadamente el segundo novillo ha empitonado al novillero y no ha salido muy bien parado, pero… ¿sabes quien le ha sustituido?- inmediatamente Jandro se dio cuenta de lo pasado y, aun desconociendo a qué pueblo había ido a torear, le interrumpió

-¿Rafi? ¿Ha podido torear Rafi? ¿Y tu lo has visto?

-Sí, sí, sí- contestó el padre lacónicamente, sonriendo al ver la alegría de Jandro. En ese momento el chico se olvidó de sus amigos y de jugar a nada que no fuera saber cómo le había ido a su compañero de andanzas. Ante la avalancha de preguntas, prosiguió –Está bien, no te impacientes, pero antes tengo que darte dos noticias, una buena y otra casi mala. Hemos ido juntos algunos del Casino y en el viaje me han comentado que, en el club, algunos socios se han enterado de las entradas de Rafi y le han pedido al Presidente que también les permita a sus hijos llevar amigos durante el verano. Ante esa situación, d. Luis me ha pedido que Rafi no vuelva al club o tendría que dejar pasar a todos los jóvenes de Jerez. Por otra parte, no debe importarte mucho, ya que la semana que viene nos vamos a Gaucín de vacaciones y, como bien sabes, allí pasaréis el resto del verano

Jandro, pensándolo detenidamente, comprendió y aceptó de buen grado; sabía que cualquier otra solución hubiese comprometido a su padre y él sabía que no debía pedírselo.

-¿Esa es la casi mala?

-Exacto. Pero no todo es malo. En la plaza me senté junto a d. Miguel, actual concesionario de la plaza de toros. Me ha informado que entrevistó al padre de Rafael y le ha parecido adecuado para que lleve el mantenimiento de la plaza de Jerez, aunque al principio estará algún tiempo solapado con el actual mantenedor para que vaya conociendo el trabajo. El padre de Rafael aun no lo sabe, pues d. Miguel tiene que hacer aun algunas investigaciones con ciertos organismos oficiales para conocer su trayectoria, ya que su “hoja de servicio” debe estar perfectamente limpia. Esto no lo entenderás aun, pero debes saber que vivimos unos tiempos en los que las personas que formamos la clase media y baja, aunque también muchos de la clase alta, no nos podemos permitir el lujo de ensuciar nuestra “hoja de servicio”, ya que hay mucha envidia y recelo y cualquier denuncia podría acabar muy mal para quien cometa un error. Por tanto, espera a que termine la investigación, aunque yo ya sé que, excepto el tema del estraperlo que por ahora no tiene consideración de delito, el padre de Rafael está bastante limpio- y, tomándose un pequeño respiro mientras paseaban por el gran patio árabe, decorado en blanco mármol tanto en el suelo como el friso de las paredes y columnas centrales, todo él cubierto por una majestuosa y enorme montera de acero y vidrio que dejaba pasar la mortecina luz del atardecer de Julio, y que formaba el centro distribuidor de las grandes oficinas de la empresa en la que d. Antonio era el director, prosiguió –Con respecto a la novillada de esta tarde, he de reconocer que, después de la triste cogida de Pepe Luís que, además, es el hijo del capataz de la ganadería de Torre Alta y que, el pobre, se encontraba en la plaza en burladeros, la salida de Rafael ha sido realmente espectacular. Si, no me mires así que es cierto. Ha hecho una faena a un novillo ya resabiado bastante buena, pero, lo mejor se lo ha guardado para el quinto de la tarde. Yo sé que tú no entiendes de toros y que yo tampoco soy un gran aficionado, pero por los comentarios a mi alrededor de personas que viven por y para el toro, Rafael ha hecho una faena extraordinaria

-¿De verdad, papá?- le pregunta Jandro con todos los vellos de su cuerpo en punta por la emoción de ver a su amigo camino del triunfo que tanto buscaba

-Si, hijo, si; yo también me he sorprendido. Y hay mas cosas que me han comentado en la misma plaza y volviendo en el coche, pero no puedo adelantarte nada ya que, estas cosas, cuando se hablan fuera de lugar y hora, llevan al traste todo lo que se piensa. Ya te irás enterando por él mismo cuando vuelvas de las vacaciones

-Gracias papá y no te preocupes que nada diré mientras no deba hacerlo- esperando que su padre le indicase que había terminado, al ver el gesto, Jandro salió corriendo hacia la calle mientras gritaba

-¡Ah, el lunes empieza el torneo de El Puerto; cuando vuelva te lo cuento, aunque ya mamá lo sabe todo- y siguió corriendo sin dar opción a su padre a mas preguntas.

El domingo, al terminar la misa de doce, Jandro salió hacia el club para acordar con su entrenador el plan del lunes y, al doblar la última esquina de la calle Honda, camino de la carretera, le salió al paso Rafi. Al verlo, Jandro dio un frenazo y, casi tirándose en carrera a la acera, se le quedó mirando sonriente.

-¡Maestro! ¡En hombros y por la puerta grande, nada menos!

-“¡Quieto ahí, chavá, que estás parlando con un torero de verdá!”- serio, como siempre, enjuto y estirado como el cuello de una jirafa y, sacando más pecho que la María Callas en un aria, le echó el brazo por los hombros y le abrazó, eso si, a su especial manera –“Puse la plasa en pié, niño; er quinto no era un novillo, era un morlaco con má de 400 kilos. Me salió recto, derecho ar centro la plasa y allí se me plantó bufando; vamos, que le metió mieo a tor tendio, meno a mí, ar maestro. Le enseñé er capote desde er burlaero, pa encelarlo y cuando lo tuve fijo, salí a los tercios y allí se marrancó. Le di una gaonera y le metí la cadera pa rozarle el cuarto trasero; na má me sintió, se revorvió y lo recibí con una chicuelina y dos medias verónicas que le rompieron los riñones y lo dejó seco. Mira, chavá, me separé de él unos pasos y ahí me vorví loco. Cuando, echando la vista ar tendio me di cuenta de onde estaba y que tos estaban mirandome, me entró una dezazón por dentro y le hice maravilla”.- Tomó aire y prosiguió –“La plasa en pié. Yo, Rafael, er maestro, tenia la plasa a mis pie y ar toro encelao en er capote. Pero, claro, argo tenía que dejá pa la muleta. Mabia tocao la suerte y tenía caprovecharla. Cuando salí con la muleta, marrimé tanto que, ar pasá er bicho le olía hasta elaliento. La primera tanda pegao a tablas, como debe sé, pero claro, tos querían verme y me lo llevé a los medios y allí puse la plasa en pié”- de nuevo toma de aliento, recuperación de la respiración, mientras ambos caminaban hacia el club y… -“¡Como sería el morlaco que, cuando cogí el estoque de matá y macerqué al bicho, me dí cuenta de la artura que tenía y que no podía rematarlo recibiendo, así que tuve que encelarlo en el capote pa humillarlo, vamo pa bajarle la cabeza, porque no le llegaba ar morrillo”- miró a Jandro por encima del hombro, con displicencia –“¡ Ar volapié, a la primera, derecha, en tor morrillo y hasta la crú! ¿Tú sabes lo ques eso pa sé la primera vé que mato un toro?. Morreó dos veses, er tiempo de llegá la cuadrilla der Joseluí y la plasa mas en pié que un sanbenito, chavá. ¡Que ties tratos con un maestro que en un año he roto en dos toas las plasas de españa, reventá de no cavé la gente!”- nada que añadir, nada más que comentar. Aquel sábado, por suerte del destino, a Rafi se le abrieron las puertas de la fama.

Y pasó el verano en la serranía de Ronda, donde Dios creó el paraíso, que aunque nadie lo haya querido reconocer, Jandro da fe de que por allí aun anda la víbora maldita que engañó a Eva y de nuevo Jerez, con su rutina para todos, después de la libertad que se disfruta pasando un mes sin mas límites que la propia imaginación, con todo por descubrir. Pero para Jandro, la vuelta a casa tenía un aliciente especial, tener noticias de su amigo Rafi, al que suponía ya en la gloria. Dulce inocencia que la vida aun no le había tirado por tierra.

Pero llegó octubre sin mas noticias que alguna reseña en los periódicos que su padre leía. Novillada por aquí, capea por allá y poco más. Octubre, en aquellos tristes años, era mes de aguas y bastante frío, que ya no pararían hasta los soleados abriles. Si, Jandro recuerda aquellos meses como los más tristes del año porque, aquellos que disfrutan del aire libre y del deporte como forma de vida, fuera de los estudios, las lluvias lo paralizaban todo, incluso las corridas de toros, novilladas y capeas, por eso, aquel soleado sábado, al salir del club, le vio esperándole en la puerta.

-¡Vaya, la figura del toreo se digna visitar a un amigo! ¡No te has equivocado de plaza?- el irónico recibimiento de Jandro, aprendido de su padre en su obsesión por ser como él, no estaba al nivel intelectual de su amigo que lo tomó como un halago

-“Es que ya me fartan horas pa to lo que no sea er toreo. Pero como ya ha entrao la temporá baja y yo aun no pueo jasé las américa, pos me voy a prepará pa la prósima temporá. Chavá, necesito que me dé una informasión”- Viendo estrepitosamente fracasado su primer intento de echar en cara a Rafi su alejamiento, insistió

-¿Cómo es que todo un virtuoso de la gloria como tú, necesita información de un pobre terrícola como yo?- pero, como tirar piedras contra un muro de hormigón, o Rafi se hacía el sordo o, realmente, estaba muy por encima de las irónicas envestidas de su amigo, o, realmente, ser conato de novillero se le había subido a la cabeza, lo cierto era que no reaccionaba a la mala intención de Jandro

-“Me ties que desí las medias der campo de teni, la distansia que hay entre las raya, que las necesito y to lo que mide la malla der medio”

-Y, ¿tú para qué quieres esas medidas? Ni que te fueras a dedicar a hacer pistas de tenis…

-“¡Chavá, tanto jugá y tanta historia y no te sabes lo que mie er campo! ¡No te digo yo!”

-¿Y no me vas a decir para qué lo quieres?

-“Entoavía no, que las cosas que se cuentan luego no salen. Pero seguro que te va gustá”- Jandro, al comprobar que su amigo pretendía hacer algo en secreto, no quiso insistirle mas porque, da haberlo hecho y conociendo el caracter de Rafi, seguro que el secreto hubiese dejado de serlo esa misma tarde. Tal y como le pedía, le pintó una pista de tenis con sus correspondientes medidas, a lo que Rafi, al ver el croquis se acercó al amigo

-“Yo es que zoy mu burro. ¿Cuá es la malla que está en er centro?...”- y siguieron las explicaciones hasta que todo quedó claro en la cabeza, bastante mas lista de lo que pudiera parecer, de Rafi.

Salía Jandro del colegio aquel mediodía de un jueves de Noviembre, sorprendentemente soleado. No iba con sus acostumbrados amigos pues los jueves por las tardes las dedicaba a jugar al fútbol y este, no era deporte para ellos, quizás ningún otro. Parados en la puerta del colegio acordando a qué hora se jugaría el partido contra los chicos de La salle, Jandro oyó un fuerte silbido, inequívoca señal y sonido de que su amigo rondaba las inmediaciones; pero tenía que esperar, pues le interesaba estar informado de todo lo que correspondía al partido de esa tarde.

Corto fue el intervalo con el segundo aviso y, conocedor de las reacciones siempre imprevistas de Rafi, se despidió de los compañeros y, con la mirada, le buscó en la calle. Allí le vió, junto a uno de los grandes árboles que llenaban la calle del colegio de agradables sombras veraniegas y de ingentes cantidades de pequeñas bolitas amarillentas en aquellas épocas del año que, en muchas ocasiones, habían sido motivo de caídas de los peatones jerezanos. Brazos en jarra, pecho altivo y mirada indiferente a todo lo que le rodeaba; eso sí, su gran nariz y esa seriedad que jamás dejó traslucir sus emociones, componían la figura de alguien que nació perdido entre los mortales comunes y se reveló contra su destino a costa del dolor y del miedo.

Jandro se acercó hasta donde le esperaba porque, en sus encuentros, Rafi jamás dio un paso hacia su amigo, siempre era Jandro quien tenía que acercarse a él; el chico lo interpretaba como forma de ser, la personalidad sensible que dominaba la voluntad de Rafi.

-“¿Es que voy a tené que traerme una silla pa esperá a que termine? ¡Como no estáis tiempo juntos en er colegio, ar salí toavía tenéis que darle a la machiri! ¡Anda que, y yo con tó lo que tengo que acarrear, esperando!

-Perdona Rafi, es que esta tarde tenemos partido y necesitaba saber a que hora quedamos...

-“¿Partido? ¿Esta tarde? ¡Pos va a sé que no, chaval, que esta tarde tu y yo tenemo que ir a otro lao!”- y, como siempre, dándose la vuelta y dando todo por resuelto, comenzó a andar en dirección a la casa de Jandro

-Esta vez, me temo que no va a poder ser, porque en el colegio no entienden de amigos y si esta tarde no voy al partido, mañana los curas me dan un cero en conducta y me estropean las Navidades- casi gritaba Jandro, al mismo tiempo que intentaba alcanzar a su amigo con la maleta llena de libros a cuesta. Rafi semivolvió la cara para atajarle

-“Ahora resurta que tor trabajo que yo ma cargao en las esparda y to lo que tenío que apañá pa que tú me digas que no pues vení”- pero comprendiendo que la excusa de Jandro era lógica, cambió el tono de su voz; la cadencia nunca. Rafi, aunque por lo general, bastante poco hablador, cuando se expresaba, siempre lo hacía despacio, cadencioso, como todos sus movimientos. –“Entonse vendré a buscarte el sábado por la mañana. ¡Ah! Y tráete los trasto que vamos a jugá ar teni”

-¡Otra vez con ese tema Rafi! Sabes que al club no puedes entrar por que los socios...

-“¡Qué clú ni clú! ¿Quien ha dicho ná der clú? Nosotro, los maetro vamo a otro lao; pero no te digo ná hasta er sábado”- y sin esperar respuesta, como siempre, se fue andando hacia la alameda, meciendo el aire con sus caderas y mirando siempre al tendido, por encima de todos lo mortales.

Se encontraron el sábado y, con los trastos del tenis, salieron por la puerta del garaje en dirección para Jandro desconocida. Pasaban frente a la puerta grande de la plaza de Jerez cuando, Rafi, se detuvo mirándolo; siempre Jandro iba tras él, por edad y por altura

-“Aquí me verás argún día, chavá; eso si, en barrera, en er mejón sitio que te las ganao bien y te brindaré mi primé toro y si no me sale remolón, te vas a jartá de vé toreo der güeno”- siguió andando hasta la altura de la pequeña puerta de acceso a cuadrillas del tendido seis. La empujó y le cedió el paso

-“Pasa, que mi pare está entro esperando”

-Y ¿para qué vamos a ver a tu padre?

-“Tor día preguntando, quillo; tu pare tié que está amargao perdio- mientras recorrían el estrecho pasillo que les llevaba directamente al callejón del ruedo. Al llegar a este, la luz del sol le dio de lleno y mientras sus ojos se iban aclimatando al resplandor del sol, vio como el padre de Rafi se dirigía hacia ellos desde el centro de la plaza, levantando el brazo.

-“Buenos días, tú eres er hijo de d. Antonio ¿verdá? Yo soy er pare de Rafaé y mira lo que te hemos jecho entre los do”- y se volvió hacia el centro del ruedo, señalando con su mano izquierda.

Jandro se quedó estupefacto mirando con sus pequeños ojos completamente fuera de sus órbitas al ver, desde el burladero en el que se encontraban, una red de tenis colocada en todo el centro de la plaza. Haciendo caso a Francisco, salió por el burladero y se fue acercando y comprobando como en el suelo y de una forma bastante bien trazada, estaban perfectamente dibujadas las líneas de una pista de tenis. Se acercó a la red. No llevaba tensores, pero ellos habían colocado dos pequeños puntales inclinados para forzar la tensión de la misma. El albero hacía el mismo efecto que la tierra batida donde acostumbraba a jugar y, la falta de redes de contención de las bolas, tanto en laterales como en fondos, le sorprendió gratamente. Tanta espaciosidad le daba mayor sensación de libertad. Se volvió a Rafi sonriendo.

-¿Para esto eran las medidas? ¿Y la red; habéis comprado una red con lo caras que son?

-“¿Comprá? Aquí no se compra ná. La ha jecho mi mare y mi títa y er cable lo hemo apañao en ca Sisto, que ahí naide pregunta de onde viene ná”- y volviéndose hacia las tablas –“Enga, chavá, que tengo gana de probarla”

Y la probaron. Y siempre que Jandro iba, la pista se encontraba en perfecto estado, recién regada por d. Francisco y la red lo más tensa posible que aquel curioso artilugio le permitía. Lógicamente se lo comentó a sus padres

-¿Una pista de tenis en el centro de la plaza de Jerez? Curioso e interesante... aunque... os pasaréis el tiempo recogiendo bolas por todo el ruedo...

-No, papá, las recoge d. Francisco, el padre de Rafi

Y el invierno siguió tranquilo, monótono. Rafi en sus capeas; ahora sí le invitaban a muchas capeas para que estuviera en forma al comienzo de la temporada ya que, aunque no lo haya referido, el conato de torero, después su primera novillada en Jédula, tuvo dos mas en pueblos de alrededores y un afamado torero le apadrinó un tal Bernardo Muñoz, necesario para que le permitiesen la entrada en haciendas y cortijos.

Allá por el mes de Mayo, saliendo del colegio un jueves, Rafi le esperaba en la ancha acera, bajo la sombra de un enorme árbol.

-“Chavá, saluda ar maestro...”

-Ya me he enterado, ya. Has firmado tu alternativa en la plaza de Ronda. Enhorabuena.

-Don Migué ma disho que ha invitao a tu pare y yo le he disho que tú ties que ir también-

-Lo sé, Rafi, lo sé. Pero desgraciadamente el lunes comienzan los preparativos para los exámenes de Reválida y mi padre no permite que bajo ningún concepto puedo perder ni un solo día

-“¿Entonses no pues vení?”

-Creo que no

-“No importa, cuando me presente en Jeré te brindaré dos oreja y er rabo, pa que tor mundo sentere de quien es mi amigo”- y echándole el brazo por los hombros, le acompañó hasta la puerta de su casa

Al año siguiente se presentó en Jerez en una corrida con caballos; la entrada, entregada en mano por un peón de su cuadrilla, de barrera, encima del burladero donde posteriormente se colocarían el novillero y su gente; Jandro tuvo la suerte de poder ir a verle esta vez.

El primero del cartel y con todo el arte que su figura le deparaba, de espaldas, como mandan los cánones, montera al aire y Jandro, en pie, la recibió con ambas manos. Ni una mirada, ni un gesto más; en esos momentos, su cerebro al completo estaba en las idas y venidas de un novillo, tan grande como media plaza y tan suelto y sin fijar que más parecía un papel al viento de levante que un novillo. Nada podía presagiar Jandro, era la primera vez que asistía a una corrida de toros y, desgraciadamente, como tantas otras veces a lo largo de su dilatada carrera, el miedo y la inseguridad inundaron el ruedo y, desde allí, toda la plaza.

Un silencio absoluto cubrió el ambiente aquella soleada tarde de Mayo cuando, terminada su faena, se acercó a la barrera, estoque y muleta tan alicaídos como la gallardía de aquel amigo que no supo vencer su miedo otra vez.

Nunca mas le contactó Rafi y, Jandro, obligado por los estudios, se fue de Jerez para siempre. La vida les separó aquella nefasta tarde y jamás se volvieron a encontrar; el mundo, a veces, es demasiado grande, o nosotros somos demasiado pequeños, o, quizás, los pequeños sean los lazos de amistad que creemos que nos unen.

Dicen las crónicas de aquellos azarosos tiempos que hay dos líneas de toreros, los de arte y los comunes. Los primeros comenzaron con Pepe Hillo, Belmonte, Curro Romero y Rafi; hoy parece que solo quedan los comunes.

¡Vá por ustedes, amigos del tintero!

sábado, 1 de diciembre de 2007

LA INJUSTICIA


Como la sombra de las negras alas del buitre leonado, paseando con la suavidad de la engañosa seda de la muerte sobre los distorsionados cuerpos de aquellos que, tarde o temprano, se convertirán en carroña y, posteriormente, en el alimento de tan bellas aves, así pasea la injusticia por la vida, oteando los cada vez más reducidos lugares donde aun existe la justicia para, con su voraz y lúgubre implantación, acabar con ella; allá donde se esconda, allá donde aun campee, allá donde la pisada de esa fiera implacable y antinatural, llamada ser humano, holle la tierra, el espacio o cualquier imaginario lugar hasta donde sea capaz de llegar su pensamiento, hasta allí llegará la injusticia y, con la implacable frialdad que la caracteriza, hará pronta carroña de ella.

¿Es, acaso, esa bella mujer que, con extendido brazo, soporta la balanza de la verdad, tan insufriblemente débil?. ¿Será posible que ningún ser, salido de vientre de mujer, logre cambiar el signo de esta guerra sin cuartel que ya se extiende inexorable y unívocamente hasta los confines del más alejado lugar imaginado por el ser humano?.

Paseo lentamente, arrastrando mis pies, con paso cansino y desilusionado, por esas sucias y estrechas aceras de uno de los arrabales de la ciudad donde vivo, oyendo en la lejanía el eco de un blues, que algún marginado músico lanza al denso e irrespirable aire de una calurosa noche de julio, no sé si con la malévola intención de sumir a quienes le oyen en esa tela de araña de tristezas y añoranzas. Con las manos en los bolsillos, el cigarrillo a medio arder en la comisura izquierda de mis labios, abandonado, como mis pensamientos, me dejo llevar por mis pasos, hacia ningún sitio; quizás ese sea el mejor lugar en donde estar en estos momentos.

En mi lento pasear, observo de soslayo un pequeño movimiento a mi derecha, en un negro y sucio recodo de la acera, y pienso: Otra escondida fiera, esperando saltar sobre su carroña para calmar su sed de injusticia de esta absurda noche. Pero un débil gemido me alerta. Un gesto de tristeza es lo último que espero encontrar en aquel lugar y, sorprendido, vuelvo la cabeza hacia ese trozo de carbón que ennegrecen aun más la falta de luz y la suciedad.

Me acerco sin precaución. ¿Para qué?. Nada tengo ni nada le debo a la vida. Acurrucado y tembloroso encuentro a un rapaz que no supera los siete años. ¿Necesitas ayuda, muchacho?.

Niega con la cabeza, mientras extiende su mano con la palma abierta hacia arriba. Ya. Meto mi mano en el bolsillo y busco el billete de 5 dólares que mañana hubiese podido acortar mi ayuno. Se lo entrego y sigo paseando sin sentir la menor emoción por lo hecho.

Un grito de dolor me hace volver la cabeza, al tiempo que observo como algún otro depredador arrebata al mísero rapaz su botín de esa noche. El chico queda tendido en el suelo, mientras la fiera sale andando en dirección opuesta.

¿Para qué volver?. Es la ley da la selva. Y sonrío. La injusticia sigue imponiendo su implacable depredación. Así siempre fue y seguirá siendo.

EL PADRINO

Siempre le recordaré, enjuto, triste. Enea mecida por el viento de la indiferencia. Aislado como un ciprés junto al camino del infinito. Mirada perdida en el horizonte, mirando sin mirar, pero viendo. Tristeza de un atardecer de otoño lluvioso, pero sintiendo.

Nunca le vi llorar, sonreír menos. Tan parco en palabras que hacía hablar al silencio, pero, aun siendo así, siempre estaba presente en todo acontecimiento; como la sombra al sol; como el agua a la vida; como el olor al perfume, como la hoja al viento. Sentirle, le sentiré siempre. Atento, serio, quieto, en silencio.

¿Verle?. Con solo mirar al final, siempre detrás de todos. Como sigue el polvo al viento. Sobresaliendo del resto; alto, tanto, que a veces pensé que llegaba al cielo.

Cierta vez, creo que en un bautizo, de un familiar o un amigo, no lo recuerdo, quedé solo en una esquina pensando; no sé si en una travesura o en un juego, ya no lo recuerdo. Su mano sobre mi cabeza cortó todos mis pensamientos.

- Hijo. ¿Te encuentras bien?- Me miré en sus ojos profundos, negros; tristes, como el luto de un ser querido, pero nunca me producían miedo. Me expresaban tanta serenidad, tanta preocupación, tanto consuelo que, aun ahora, siento sobre mi cuerpo un halo de protección, como la sombra de un árbol en el desierto. ¡Cuánto lo recuerdo!.

- Si, padrino. Solo descansaba un rato

- No quiero que olvides, nunca, que cuando ya nada más puedas hacer, cuando todas las ayudas se hayan agotado, cuando lo posible se haga imposible, aun te quedaré yo. Y, ahora, no dejes de jugar, hijo, que aun no llegó tu tiempo de otros juegos.

Y seguí jugando. ¡Como no!. Sabiéndolo junto a mí. Siempre presente, tanto a mi vista como en mi pensamiento.

Así transcurrieron los años de mi niñez, de mi juventud, de mi madurez. Siempre cubierto por esa sombra protectora que, aun hoy, sigue extendida, de horizonte a horizonte, tanto de mi vida como de mis sentimientos. Murió mi padre, ya mayor, quizás de viejo y, en nuestra tristeza, comenté a mi madre.

- Ya de su familia solo queda mi tío.

- ¿Tu tío?. Pero, si de los tres hermanos, tu padre es el último que ha muerto.

- Entonces, mi padrino. ¿No era su hermano?.

- ¿Tu padrino?. ¡Claro!. Tu tío Andrés. Hijo, él murió cuando tu tenías dos años.

- Pero madre, ¿Qué me estás diciendo?. Hablo de mi padrino; el alto, el serio, el que no habla nunca, el...

- Hijo, tu tío Andrés. Él fue tu padrino. Murió joven y soltero. Si me acordaré de él...- la miré a los ojos y...

-Ya, si madre, ahora lo recuerdo...- Pero, yo, a mi padrino, aun le sigo viendo.