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martes, 6 de octubre de 2009

SU DESVAN

LA SOMBRA


Horribles gritos de dolor retumban en el ya atormentado cerebro de Neo, mientras con trabajosa lentitud recupera la verticalidad. Golpe contundente contra la abierta puerta de cristal del edificio de Prensa. Llevándose una mano a la rodilla y otra a la frente, intentando extraer el dolor del fuerte golpe recibido, prosigue su alocada carrera. Calle arriba, sin elección posible, la negra sombra que se abate sobre la ciudad no le da otra opción.

Neo para un instante al doblar una esquina para recuperar algo de aliento. Vuelve la cabeza y comprueba como la negra y terrorífica sombra sigue avanzando, abarcándolo todo en su mortífero abrazo. Al respirar profundamente oye de nuevo los gritos de dolor y sufrimiento de aquellos que quedaron bajo su opaco manto.

¿Qué hacer? ¿Dónde ocultarse? ¿Cómo huir de tan espantosa realidad? Preguntas que martillean su cerebro mientras con la mirada busca una inexistente solución. No le preocupa la muerte que se avecina, sino el dolor que la acompaña. Sin capacidad para pensar, sigue su absurda carrera hacia la nada, queriéndose alejar de la oscuridad que le persigue.

Al pasar junto al edificio donde vive, mira hacia su piso queriendo avisar con la mirada a su familia de la cercanía del dolor y, en ese instante, aparece ante sus ojos la imagen de la puerta del trastero, en el sótano del edificio; su desván, como él lo ha llamado desde pequeño. Se detiene de nuevo un instante y, sin mirar atrás, se toca el bolsillo, para comprobar que lleva encima las llaves de casa. No lo piensa, toma aire y sale corriendo en dirección al edificio.

¡Grita desesperado al tener que detenerse para abrir puertas! Sus piernas tiemblan de pánico y cansancio y debe apoyarse en la pared para mantener el equilibrio. Nada le responde, ni manos, ni piernas y su respiración, a medida que la puerta se resiste, se hace más dificultosa.

Se vuelve hacia la sombra gritándole su culpa al quitarle el oxígeno que necesita para respirar. Finalmente la puerta se abre y, como una fiera rabiosa, se lanza escaleras abajo. En su segundo salto, la pierna le falla y cae con todo su cuerpo en la meseta de la escalera. Su rodilla golpea la pared y se oye un crujido seguido de un agudísimo dolor en la articulación. Nada le detiene, llorando de desesperación, sigue pasillo adelante hasta llegar a la puerta de su desván. A cada paso, una aguja se le clava en la rodilla, llegándole el dolor hasta el mismo cerebro. Tras muchos intentos, consigue que la llave gire en la cerradura, al mismo tiempo que al fondo del pasillo comienza a oírse el mismo terrorífico zumbido que acompaña a la sombra. Abre la puerta y la cierra tras de sí, colocando contra ella todo lo que sus manos alcanzan a encontrar en el “desván”. A tientas busca telas y plásticos que sabe que están en los estantes y cubre todos los resquicios de la puerta; dolorido y cansado, se sienta en el suelo, abrazando su rodilla con ambas manos.

De pronto, recuerda que en una ocasión bajó una vela al “desván”. La busca al tacto y una vez que la encuentra, la enciende. Mira a su alrededor. Todo es desorden y quietud; la fija en el suelo, a su lado y se queda dormido.

La vela, sin llegar a consumirse, se apaga lentamente…

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