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sábado, 24 de octubre de 2009



El Libro de los Proverbios
Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre,
Y no desprecies la dirección de tu madre;
Porque adorno de gracia serán a tu cabeza,
Y collares a tu cuello.
…………………
La sabiduría clama en las calles,
Alza su voz en las plazas;
Clama en los principales lugares de reunión;
En las entradas de las puertas de la ciudad dice sus razones.
¿Hasta cuándo, oh simples, amaréis la simpleza,
Y los burladores desearán el burlar,
Y los insensatos aborrecerán la ciencia?
Y los insensatos aprobaron la Ley; y muchas chicas, como Belén, se dejaron llevar.
--¿Sabes, Luisa? Mañana cumplo los diez y seis. Mis padres se han ido este “finde” al apartamento y me han dejado sola.
--¿Vas a dar una fiestecita en casa? –y Luisa se quedó mirando muy seria a su amiga –No puedo entenderte, Belén. Yo, en tu situación, no tendría ganas de fiesta. ¿Has hablado con tus padres?
--¡Por favor, Luisa, déjame en paz! He tomado mi decisión y no voy a cambiarla por mucho que me digas. Tampoco tengo que hablar con mis padres. Ya sabes qué opino de ellos.
Caminaban de vuelta a sus casas. Luisa miraba de soslayo a su íntima amiga, mientras esta, una chica bastante atractiva que, nada más salir del colegio, su falda menguaba casi hasta la mitad de sus muslos, iba mirando a todos los chicos que se cruzaban a su paso.
-¡Bel, espera! –al grito, ambas se volvieron a esperar a Toni que salía de las últimas del colegio. Al llegar a su altura les preguntó --¿Dónde vais con tanta prisa?
-A mi casa, que tengo que preparar la fiesta de esta tarde –dijo Belén y, volviéndose, comenzó a andar de nuevo –si salieses del cole como todas, no tendrías que correr luego.
-Es que estaba hablando con la Seño de Historia. El Lunes tenemos que entregarle los trabajos para la calificación de este trimestre.
--¡Hija! ¿Tú no piensas en otra cosa que no sea estudiar?
--Ja, ja, aquí me quedo. ¿Me invitas, verdad? –y sin esperar respuesta entró en el portal.
-Belén, no seas así; ella no tiene ni tu cara ni tu cuerpo.
-Pues mi cara no, pero mi cuerpo ya no está para muchos desnudos; pero eso lo voy a arreglar la próxima semana.
-¡Por favor, Belén, hablas del tema como si eso fuera algo normal! ¿Estás segura de lo que vas a hacer?
--¡No empieces de nuevo, Luisa; ya lo hemos hablado; no voy a cambiar de idea!
-Pero… es que ya estás de tres meses y medio y según dicen…
-No me importa lo que digan, la que está embarazada soy yo y no me voy a desgraciar el resto de mi vida por culpa del fallo de una maldita goma. Y no hablemos más, no quiero que llegue a oídos de mis padres.
-¡Claro, como tus padres te dan todo el dinero que quieres, no necesitas decírselo para abortar!
-Si no lo tuviese yo, se lo pediría a Joca; al fin y al cabo es el culpable –y aceleró el paso.
…………………
Terminó la Semana Santa y de nuevo el Colegio. Las tres amigas se reunieron un poco antes de llegar a las puertas del Colegio.
--Por el color que traes en la cara está claro que te has ido a la playa –le comentaba Toni a Luisa, mientras Belén, algo apagada, miraba sin ver.
--Belén, te he echado de menos. ¿Te fuiste por fin con tus padres? –le reclamó la atención Luisa.
--¿Con mis padres? No, no, al final no me fui con ellos. Decidí ir a Valencia a ver a mi prima Ro.
-¡Ah! Nada sabía. ¿Qué tal lo has pasado?
-Bien, pero ahora no tengo ganas de hablar de eso. Vamos para clase y luego hablamos –y sin esperar a sus amigas, salió andando hacia el colegio.
Luisa no dejó de observar a Belén. Algo había en ella que no le gustaba, pero conociéndola bien, sabía que tendría que esperar a que Belén le quisiera contar sus problemas.
Y pasaron los días sin novedades, pero Luisa cada vez veía a Belén mas alejada y triste, hasta que aquella tarde de viernes, al salir de su casa para ir de compras, la encontró esperándola.
--Belén, ¿qué haces aquí?
--Nada. Estaba… --y sin terminar de hablar, se puso a caminar
--¿Me acompañas de tiendas? Tengo que comprarme un traje para la boda…
--¿Y tienes que hacerlo esta tarde? Entonces me voy, no tengo ganas de ir de tiendas.
--¡Espera, mujer! Vamos donde tú quieras. ¿Te apetece ir al cine?
--No sé lo que me apetece; solo quiero andar, no quiero pensar, ni estudiar, ni nada. Estoy harta de todo esto… --y sus lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Luisa, al ver el estado de su amiga, se acercó a ella y cogiéndola por el brazo, la empujó hacia un pequeño parque. Se sentaron en el suelo, junto a un gran árbol.
Fueron unos minutos de silencio, donde solo se oyó el silencioso llanto de Belén.
--¡Esa maldita doctora me enseñó el feto! –gritó de pronto Belén y, llorando de nuevo, se apoyó en el hombro de su amiga --¿Por qué tuvo que hacerlo? ¡La odio, la odio tanto que por las noches sueño con matarla!
De nuevo el silencio entre las amigas, mientras abrazada a Luisa, Belén se tranquilizaba. Luisa, en absoluto silencio, con sus ojos anegados de lágrimas, intentando evitar que su amiga no notara su tristeza, le acariciaba el pelo, mientras esperaba pacientemente un nuevo arranque de Belén.
--¡Pero si solo tenía tres meses, Luisa, solo tres meses y ya tenía piernecitas y manitas! Era como… un pequeño… muñeco… -- su llanto no la dejó terminar.
Tres largas horas de confidencias en las que Luisa lloró toda la verdad de su amiga y tomó conciencia del tremendo arrepentimiento de esta. Nada se podía hacer ya, solo afrontar los hechos, pero… ¿Quién podía convencer ahora a Belén?
Ya anocheciendo, salieron en dirección a sus casas. Por primera vez, Luisa entendió que debía romper su silencio.
--¿Lo saben tus padres, Belén?
--No, solo tú. A ellos no se lo podría decir nunca, ya sabes como son.
--En ese caso, yo creo que deberías hablar con alguien que te pueda ayudar. Yo no sé ni qué decirte.
--¿Quién me puede ayudar en esto? ¿Por qué no me avisaron de lo que luego se siente? Ya no tiene vuelta atrás y yo solo quiero morirme. No duermo desde entonces, ni tengo ganas de comer, ni de hablar. Siento vergüenza de mí misma y cuando voy al baño, tengo que apagar la luz para no verme la cara. ¡Luisa, yo ya solo quiero morirme! –y de nuevo su llanto rompió el equilibrio. Luisa la abrazó con fuerza, llorando con ella la tristeza de su amiga.
--Vamos a esperar unos días y entonces pensamos qué hacer. Intenta dormir, aunque tengas que tomarte algún calmante, debes relajarte. Finalmente, Luisa dejó a su amiga en la puerta de su casa.
Al entrar en casa, Belén encontró a sus padres, junto a unos amigos, en el salón.
--Hola hija. Ven a saludar a Ana y Germán. Belén entró con desgana y saludó a los amigos de sus padres.
--Mira, hija, esta foto es del día que naciste –y le enseñó un álbum con fotografías antiguas.
--Belén –intervino Ana, la gran amiga de su madre --¿Tú sabías que cuando tú ibas a nacer el médico le dijo a tu madre que si te tenía posiblemente muriese en el quirófano? Al oír aquellas palabras, Belén se quedó petrificada mirando a su madre; luego, sin decir una palabra, salió corriendo y se encerró en su cuarto. La madre pidió perdón a sus amigos y fue a la habitación de su hija.
--Belén, abre, por favor –Pero solo le contestó el silencio. Insistió la madre hasta que definitivamente también acudió el padre. Al ver que Belén no abría, golpeó con fuerza la puerta, que rompiéndose la cerradura, se abrió.
Solo les recibió una habitación a oscura, en silencio y totalmente deshabitada. La ventana de la habitación de aquel sexto piso estaba abierta y, a los pocos segundos un grito de horror rompió el silencio de aquel anochecer.

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