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lunes, 9 de febrero de 2009

ENCUENTROS EN EL PARQUE



Ropa limpia y bien planchada, que acompañan a zapatos relucientes, cubren los ochenta años vividos que salen del portal hacia las doce. Ya entró el verano y con él, tiempos de pasear la pesada osamenta que, como la tierra calma, al pasar de los tiempos adensa y se anquilosa; dura carga para tan pocas fuerzas. Pero ¡llegó el verano! Y las ideas afloran y rejuvenecen.

Cruza hacia el parque recibiendo el fresco aire que de él proviene, como una llamada de amor atrae su instinto y caminando lentamente, se acerca vigoroso hasta las primeras sombras. Sabe donde va, siempre vuelve a su rincón de paz, donde tantas mañanas rememora su pasado, como no queriendo perder el único hilo que le queda conectado a todo lo que fue; lo demás, se perdió en el tiempo y el olvido.

Respiración agitada y pulso acelerado llegan juntos hasta su querido banco; duro, sí, pero bien recibido, porque las fuerzas y las cargas ya no se compensan. Lentamente y con esfuerzo, logra aposentar sus 29.200 días, demasiadas vivencias para su ya escasa musculatura. Pero sentado, respalda sobre el banco y, entrecerrando los ojos, sonríe.

Nada que mirar, todo está en calma y la soledad abarca hasta el infinito; se deja adormilar por el frescor del suave aire que los árboles del parque acunan entre sus hojas haciéndolo rolar a brisa, y se adormece.

-¡Hola!- oye como un susurro entre sus sueños. Entreabre sus ojos y la ve. Sentada a su derecha, sobre su banco. No devuelve el saludo, en principio; prefiere observar antes de hacerlo. Joven, de pelo rubio y corta melena. Vestida ¡como van ahora! Cortas de todo, pantalón sin perneras, hasta los muslos, corto de talle, por no decir nulo; camiseta como si estuviese hecha con el retal de una tirada, casi sin ella y, como todas, contorsionista, pues esa forma de sentarse solo se consigue practicándola en una escuela.

La chica se agacha para coger algo de la bolsa y, el pobre viejo no puede evitar que sus ojos se fijen en el espectáculo que aparece al final de la espalda. No lo ve claro; el color si, es como rojizo, pero… ¿qué puede llevar puesto que nada le cubre?.

-¡Abuelo, saludar poco, pero mirar mucho!- le sorprende de nuevo la voz de la chica, al mismo tiempo que levantando el cuerpo, se tira del pantalón hacia arriba.

-Ya puedes tirar, ya, que como no te pongas dos al mismo tiempo…- la carcajada de la joven resuena en todo el parque.

-¿Le molesta que vaya así vestida?

-¡No, hija, no, para nada! Solo estaba algo sorprendido.

-¿Sorprendido? Pues miraba con mucho interés y para la edad que tiene…

-Cierto es que tengo edad, por eso mi desconcierto, ya que pocas cosas pueden sorprenderme.

-Pero.. ¿es que nunca ha visto las braguitas a una mujer?- sonríen los picarones ojos de la chica. Él, ante su mirada, hinche el pecho, como el pavo real abre su cola ante la hembra en celo, y sonriendo la mira despacio.

-Algunas he visto, si, aunque ya hace su tiempo; pero confundes mi mirada pues el deseo lo dejé guardado esta mañana en el baúl de mis recuerdos; miraba porque no entendía que es lo que dejabas ver…

-Pues tan fácil como mis braguitas y bajo ellas mi hucha…

-¿Tu qué? ¿Acaso había más de lo que he creído ver?

-Abuelo… pero ¿no ve la TV? Lo que ha visto es una braguita tanga y debajo mi hucha.

-Bien, bien, hija, no me expliques más que son demasiadas emociones para una sola mañana.

Sin aviso previo, la chica mira en todos los sentidos y levantándose, se baja la cremallera y el pantalón, quedándose momentáneamente en braguitas ante los anonadados ojos del pobre viejo.

-¿Ve?. Esto es una braguita tanga- y dándose la vuelta le enseña las nalgas en absoluta libertad –y esta es mi hucha- y, mirando la cara de estupefacción del hombre, suelta otra carcajada.

El buen hombre resopla sobresaltado y mientras sus ojos se van quedando en blanco piensa aun consciente: “No vuelvo, al parque no vuelvo nunca más…”

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Con lo sereno que empezó el relato. Conseguiste que al aparecer ella todo se acelerase.

Me gustó la historia, y la manera de escribirla, mucho más.

Besos

Daniel Hermosel Murcia dijo...

Jejeje, qué bueno el relato. Menos mal que no pasaba nadie por allí, si no al pobre hombre le acusarían de corrupción de menores, cuando casi estaban abusando de él, que no están las cosas para ir regalando infartos.

Anónimo dijo...

El choque entre dos generaciones. La prisa, el impetú juvenil, la espontaneidad contra la calma, el sosiego. Por mucha edad que se tenga, no se deja de aprender, ¿no, alejandro? Fantástico, ilustrativo y cómico.

Por fin puedo escribirte algo más que una adulación repetitiva. Y mi impetú juvenil te recuerda que me ibas a explicar algo sobre las musas.

Daniel Hermosel Murcia dijo...

Creo que mi comentario anterior se perdió por el ciberespacio, o se enredó en el tanga de la vecina de enfrente (que todo puede ser). Buen cuento, me hizo sonreír.

Andres Pons dijo...

Es usted un escritor brillante, seguire su obra.