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martes, 30 de septiembre de 2008

LA VENTANA INDISCRETA



Rod descalzó de un solo y adiestrado golpe su vieja y enmohecida vespa y, apoyando su pié izquierdo sobre la palanca de arranque, dio un fuerte pisotón, acelerando simultáneamente. No corrían buenos tiempos para su destartalada montura, pero enamorado de ella, tantas veces se estropeó, otras tantas la arregló.

Hoy no tenían buen día; ni ella, arrugada por los años y por los golpes sufridos, ni Rod, después de otra alcoholizada y mala noche. Cuarenta años aplastados por sus desvanes y mala vida. Tanta fotografía de estudio de cariñosas mujeres, o las tomas en lugares inhóspitos buscando ese gran premio que nunca llegaba; la soledad, la buena mesa y el mucho beber le estaban arruinando una vida que según él, ¿de qué valía si no se disfrutaba a tope?.

Taconeó la palanca de nuevo, con tal fuerza que, el rebote de la misma, le golpeó la tibia rompiéndosela en dos. No se sabe que fue más fuerte, si el grito o el dolor, pero instantes más tarde se encontró sentado en una silla de ruedas y escayolado desde la rodilla hasta el tobillo de su pierna izquierda.

Mientras la hierática enfermera empujaba su silla, sacó el móvil para llamar a algún amigo que le sacara de allí; infructuosa tarea de alguien que a lo largo de muchos años se había preocupado muy mucho de no permitir a “ajenos” entrar en la intimidad de su vida. Pidió a la enfermera que llamara a un taxi, en el que, tras muchos esfuerzos pudo sentar su dolorido cuerpo. Poco después llegaba a su apartamento.

Al entrar, tuvo que sentarse y colocar la pierna en alto, el dolor amenazaba con superar su capacidad de resistencia. Tomó consciencia de que aquella mañana tenía prometido entregar unas fotos. El sobre que las contenía había quedado en la vespa. Sacó el móvil y localizado un número, esperó la llamada.

-Soy Rod, lamento no haber llegado con los negativos, pero he tenido un accidente y me he roto una pierna...

-Lo sé, pero me encuentro inmovilizado en mi apartamento y la pierna escayolada. Le ruego me envíe a alguien para que recoja el sobre con la serie de negativos.

-No se preocupe, estaré en casa; ya le he dicho que estoy inmovilizado- y levantándose lentamente, se acercó al laboratorio que tenía instalado en el apartamento y comenzó a revelar nuevos negativos.

Terminado el trabajo y sentado en el sillón, colocó la pierna en alto; giró la mirada por el salón buscando algo que hacer. Ni radio, ni TV, odiosos aparatos. Finalmente observó el enorme ventanal y contemplando el grisáceo cielo de Londres, se quedó dormido.

Del sueño le despertó un extraño impulso, pues todo a su alrededor era silencio y quietud. No movió ni un músculo; sus ojos se abrieron mirando inexplicablemente hacia una de las ventanas de las viviendas que había enfrente de su calle. Su vista se fijó en uno de los apartamentos sin motivo aparente, en el que pudo observar como un hombre hablaba y gesticulaba mirando hacia un lugar que no era visible desde su ventana. Instintivamente se levantó y apoyado en la muleta, caminó hacia su equipo de fotografía. El dolor volvió a aumentar, pero su necesidad de buscar la foto perfecta pudo más y tomando la máquina le cambió el objetivo a largo alcance, la colocó junto a la ventana y graduó para observar detenidamente la escena que se desarrollaba en aquel apartamento.

Al recuperar la visión, comprobó que había una mujer junto al hombre. Su máquina comenzó a clickear; ambos gesticulaban fuertemente hasta que el hombre, lanzando su mano izquierda, golpeó a la mujer, cayendo ésta al suelo. Él siguió sus gritos y amenazas hasta que, levantando las manos, se sentó en un sillón.

Debió tomar conciencia del espectáculo que había montado frente a la ventana y levantándose de nuevo se acercó a la misma con intención de cerrarla cuando, al levantar algo la vista, se dio cuenta de la existencia del vouyeur y su equipo de fotos. Los gestos con mano amenazante informaron a Rod de su indiscreción, al mismo tiempo que la mujer apareció por detrás con un enorme cuchillo de cocina para asestarle una puñalada por la espalda. Rod clickeó de nuevo su indiscreta máquina justo cuando el hombre se giró con violencia, clavándose el cuchillo en su hombro. Tan rápida fue la escena como rápida la máquina de Rod que en ningún caso ocultó su intención fotográfica. Arrancó el cuchillo con su mano izquierda, nuevo click y tal como salió de su hombro, entró hasta el corazón de la mujer que cayó fulminada al suelo.

Rod vio la amenazante figura del hombre mirándole mientras salía corriendo hacia la puerta del apartamento. Sus nervios se tensaron y miró hacia la puerta de entrada, comprobando que se encontraba cerrada. Quitó la máquina de la ventana y miró a su alrededor para comprobar donde se encontraba su móvil. Al pasar por la ventana vio como su vecino salía corriendo desde el portal cruzando la calle, cuchillo en mano. Los nervios le dominaron, dudando qué hacer. En ese segundo de duda, sonó el timbre de entrada y, alcanzando un estado de nervios febril, salió corriendo hacia el sillón junto al que había dejado su móvil. No llegó; de nuevo su rota pierna le falló y su cabeza, al caer, se golpeó fuertemente contra la esquina de acero de la mesita frente al sillón. Cayó cuan largo era al suelo y, mientras el mensajero seguía insistiendo en su llamada para recoger unas fotos, de la cabeza inmóvil de Rod comenzó a brotar un suave, lento y rojo hilo de sangre en el que, sin poderlo evitar, se fue escapando su vida.

Al comenzar un nuevo día en Londres, un viandante se paró en el kiosko de prensa para comprar, asombrado por el titular de The Times, el suicidio de un hombre en la estación de Goodge Street, portando en su mano izquierda un ensangrentado cuchillo de cocina.

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