Vueling

jueves, 21 de febrero de 2008

REQUIEM POR UNA MADRE



No ocultes tu belleza madre bajo esa negra ropa, ni escondas a mi mirada las huellas que en tus rodillas dejaron los duros suelos. No madre no, nada tienes que ocultar, ni tan siquiera a tu hijo. ¿No me veías siempre, orgullosamente erguido, cuando contigo caminaba por las aceras del barrio?.

¿Cuántas veces en mi vida, escondido entre las sombras te observaba admirado en la cocina guisando, cosiendo la vieja ropa, barriendo y fregando suelos, lavando, ordenando, tendiendo y planchando sucios monos de trabajo, trabajando sin el menor descanso y siempre con una sonrisa, como agradeciendo a la vida la suerte de poder vivirla?. Y al terminar la jornada, allá por la media noche, cuando mi mente y mi cuerpo soñaban un nuevo día, el beso que nunca faltaba, lleno de amor, de esperanza, lleno de ti madre, de vida.

Ahora lloro y sonrío, me quejo y siento alegría, me contradigo y sueño. Sueño que sea verdad, aunque yo no pueda creerlo, que existe un Dios justiciero que, ahora que ya te fuiste, te busque y tome tu mano, con el amor que mereces, con la sonrisa que regalaste, con la humanidad con que viviste, y te lleve a algún lugar donde recibas con creces tanto como nos diste, a mi, a padre a quienes serviste; porque si ese Dios no existiese, aunque mi incredulidad lo niegue, entonces… ¿para qué sirvió todo el amor que repartiste?.

Hoy sentí como se rompía mi cordón umbilical y comprendí que hasta ahora, aunque estuvieses lejos, aunque ya fueses anciana, siempre me cubrió tu sombra, siempre velabas por mí. Ahora ya no te tengo y mi egoísmo retuerce mis entrañas hasta hacerme daño porque, ¡te quería tanto, tanto te necesitaba! que me olvidé de ti, de que ya estabas cansada, que te habías ganado a pulso el querer y poder morir. Que ese Dios que no existe te bendiga para siempre.

No hay comentarios: