Vueling

viernes, 22 de septiembre de 2006

EL VIBORAS CAP. 5







EL REENCUENTRO

Y como todo en la vida, llegó la mañana. No hubo despertador, ni agua fría, ni aviso paternal. Jandro saltó de su cama nada más marcar el reloj las siete en punto. Cuando su padre entró para despertarles, él ya estaba vestido y, como los atletas de cien metros en la línea de salida, en posición de “ya”, esperando que el perezoso y lento hermano mayor, estuviese preparado para salir de excursión hacia el encuentro con la aventura más grandiosa jamás esperada.

Fue larga y rápida la caminata hasta el segundo túnel del tren. Jandro volaba y su hermano le seguía sin decir nada; ni lo haría nunca, aun sabiendo en su interior que deseaba llegar a la cortada tanto como su pequeño hermano. Conocer a un ser tan extraño y sobre el que caían ríos de imaginarias aventuras era algo que cualquier chico, aunque él ya rozaba los veinte años, necesitaba descubrir y conocer. Por otra parte, la posibilidad de ver cómo las víboras le respetaban y hacían lo que les ordenaba, era un espectáculo que no se perdería por nada del mundo, aunque el miedo le paralizase hasta la respiración.

Desde las vías del tren bajaron por estrechos y empinados senderos de cabras hasta casi el nivel del río. El sendero se bifurcaba y tenían que coger el de la derecha. Fue en ese momento cuando oyeron el silbido. No era de una serpiente, pero el frío que les recorrió el cuerpo a ambos fue como si lo fuere. Paralizados por el miedo, se quedaron esperando un ataque, una señal divina, algo que les indicase qué pasaba. Nada ocurrió y Tonio, cogiendo a Jandro por el brazo le dijo valientemente.

-Creo que debes pasar tú delante porque él te conoce y te espera a ti- y le empujó lo suficientemente fuerte como para que Jandro ni dudase un momento que aquello no era una elección sino una orden. No le preocupó, o ni tan siquiera tuvo tiempo de preocuparle, porque comenzó a andar despacio y volviéndose hacia su hermano le dijo

-Recuerda que el señor me dijo que en los montes todos deben moverse muy despacio para que los demás no piensen que les atacas y puedan defenderse- aliviado al ver que su hermano no decía nada, Jandro siguió andando hasta donde comenzaban los grandes matorrales de adelfas, siempre floreadas en blanco y rosa, que marcaban las subidas de nivel del río en épocas de lluvias.

De nuevo sonó el silbido, pero esta vez mucho más cercano y frente a ellos. Al mirar en aquella dirección, Jandro le vio. Estaba de pié, apoyado en un gran bastón y con algunas cabras a su alrededor. Su inconfundible figura la hizo recordar momentos vividos en la cortada y levantó la mano para saludarle. El viejo, en vez de devolverle el saludo, con el bastón le indicó en qué dirección debía seguir para llegar hasta él, mientras que con la mano libre le indicaba que fuese despacio. Así lo hicieron y después de bajar hasta el río, cruzarlo por entre las grandes rocas y subir una empinada senda, llegaron hasta él.

-Veo, joven Jandro que por fin tu papá te ha dejado volver- y mirando a Tonio le saludó con un gesto con la mano- tu hermano mayor, por lo que veo. Bien, tu papá es hombre prudente y eso me agrada; también es hombre de palabra y ya es difícil encontrarlos- al ver como los dos chicos no hacían mas que mirar hacia el suelo, como buscando un objeto perdido, se sonrió –no busques a Bala, amigo, ella saldrá cuando lo considere; no siempre me acompaña, es hembra y necesita alimentar su nueva camada, pero no te preocupes, si no aparece para saludarte, la llamaré mas tarde- poniéndose en camino en dirección hacia la cima del collado donde se encontraba, le dijo – seguidme, os voy a llevar a donde pacen las cabras y allí, sentados a la sombra de una higuera y comiendo sus frutos, ahora están muy dulces y por la mañana temprano es cuando deben ser arrancados, os van a gustar, os contaré algunas cosas- y siguió andando apoyado en su bastón.

Jandro le observó cojear y le preguntó

-¿Aun le duele la pierna? ¿Se le curó la herida?- no le contestó mas que con un inexpresivo gesto con su mano izquierda, y siguió hablando- oye el campo zagal, siempre está hablando y diciéndonos cosas que nos interesan. Te hablan las plantas, los animales, el color y, algunas veces hasta las rocas te avisan de cosas que van a pasar. ¿Recuerdas en la cortada, cuando hablas fuerte como las rocas te dicen que bajes la voz?- Jandro recordó inmediatamente el pasaje y, asintiendo con la cabeza, puso toda su atención en oír y ver todo lo que sucedía a su alrededor.

Así anduvieron cierto tiempo hasta ver a lo lejos unas enormes higueras, junto a las que se encontraban paciendo cabras. El lugar ya lo conocían los hermanos pues había sido marcado por el padre como destino de alguna de las excursiones hechas, aquel u otros años anteriores. Tonio se adelantó al ver las higueras cargadas de frutos, dejándole hacer El Víboras sin decir nada, pero Jandro, enormemente respetuoso con sus mayores, se mantuvo al lento paso del viejo y detrás de él. Cuando llegaron, Tonio ya andaba por las ramas cogiendo frutos. Al oírlos llegar y, acostumbrado como estaba a gastar bromas a sus hermanos menores, le lanzó un higo a la cabeza que, golpeándole en la misma, le lleno todo el pelo de color rojizo.

-Chico, lo que acabas de hacer es quitarle el alimento a algunos pájaros y abejas y, en el monte todo está muy escaso para desperdiciarlo así- le miró, colocando sus brazos en jarra- puedes seguir haciéndolo porque yo no soy el dueño del árbol, ni de nada, pero cuando necesites algo del monte, es posible que el monte te lo niegue- y sentándose al pié de una de las higueras le dijo a Jandro- come algunos higos y ven a sentarte a mi lado que te contaré algunas cosas- dejó que el chico subiese a las ramas bajas y le aconsejó –pero no comas muchos, son dulces y te darán sed; recuerda que has estado subiendo por lo tanto, difícilmente encontrarás agua por aquí, a no ser que la lleves encima- y se acomodó tranquilamente, mirando a lo lejos.

Aquel día comenzó Jandro a entender el campo. Supo diferenciar las plantas que le podían quitar sed y hambre, las raíces que alimentaban a los animales y, por tanto a los hombres que los cuidaban. También aprendió a conocer plantas medicinales y venenosas, insectos peligrosos, aves y tantas enseñanzas que su cabeza se encontraba al límite de su capacidad cuando el viejo, callando unos instantes, se levantó despacio y les dijo

-Por hoy ya es suficiente; esta tarde no creo que os acordéis de nada pero, si intentáis vivir de lo que aprendéis, las cosas las recordareis mejor. Ahora seguidme que os voy a enseñar un lugar muy especial- antes de comenzar a andar, miró hacia el cielo y, tomando al chico por el hombro lo acercó a él y le indicó -¿ves algo en el cielo?- Jandro y Tonio miraron detenidamente y al ver volar sobre ellos un pájaro, asintió con la cabeza.

-Bien, zagales, cada vez que veáis en el cielo un pájaro que se deja llevar por el aire a esas alturas, sabed que es un buitre, que le da nombre a la cortada donde vivo; pero, si su vuelo es como el que estáis viendo es que está avisando a sus compañeros que ha encontrado alimento para todos. Si su vuelo es en círculos, solo está buscando alimento y si lo hace dando quiebros, es que está marcando sus dominios- le miró a los ojos y le dijo- así te hablan las cosas, si te colocas debajo de donde se encuentra ahora, verás algún animal muerto o a punto de morir- y sin esperar preguntas, se puso en camino hacia un altísimo farallón roquizo que se encontraba en dirección contraria al sol.

Al llegar a la base del farallón, el viejo se paró y les preguntó

-Mirad atentamente esta pared. ¿Veis algo en ella que os llame la atención?- y, conocedor de la imposibilidad de que ojos inexpertos pudieran ver nada anormal, les indicó con el bastón- allí, bajo aquella mancha rojiza. ¿Veis el matorral de espinos que cuelga de la pared?- Miraron con la ansiedad de descubrir algo maravilloso, pero solo vieron un matorral enorme que había crecido en alguna grieta de la pared y ahora, colgaba mecido a la suave brisa de la mañana en la sierra. Al volverse hacia el viejo para preguntar qué tenía aquello de especial, se quedaron atónitos al ver que El Víboras había desaparecido. Los dos hermanos miraron a su alrededor y luego, lentamente se pusieron a mover todos los matorrales que al pie del farallón habían crecido. No había ninguna oquedad donde esconderse; el sol daba de pleno y la visibilidad era total, por lo que ningún posible escondite podría quedar oculto a sus miradas.

Los hermanos se miraron desconcertados y, sin ponerse de acuerdo, se separaron instintivamente del pié del farallón, quizás con la intención de ampliar el campo de sus visiones.

Nada encontraron que pudiera ocultar al Víboras y empezaban a impacientarse cuando le oyeron como un eco saliendo del fondo del farallón

-Pero, ¿me seguís, u os vais a quedar para siempre mirando los espinos que cuelgan allá arriba?- La voz no hizo más que incrementar el grado de sorpresa que les invadía. Finalmente, Tonio, le llamó

-¿Por donde se ha ido? No vemos donde está- gritó algo enfadado al comprender el juego del viejo

-Schist, jovencito, recuerda que las rocas se enfadan mucho cuando los hombres gritamos y, en vez de gritar tanto, usa tus ojos para ver; estoy frente a vosotros- quedó un momento en silencio y continuó al ver la inmovilidad de los dos chicos –qué ciegos son los ojos que no quieren ver. Mirad al frente- así lo hicieron los dos y, cuando sus ojos escudriñaban cada milímetro de la roca que en esa zona formaba la base del farallón, vieron como, saliendo de la misma, se movía el bastón del viejo a la altura de sus ojos; luego, fue bajando hasta llegar al suelo y en ese momento El Víboras apareció ante ellos como un mago hace aparecer un conejo de una chistera. Les miró sonriendo y dijo

-¿Pero tan ciegos estáis que no veis la grieta por donde he entrado?- los dos hermanos se acercaron hasta el viejo, algo a la izquierda de donde se encontraban y al llegar a la roca, vieron como esta, en un pequeño resalte del conjunto de la pared, se separaba como unos cincuenta centímetros y no más de dos metros de altura, cerrándose arriba. Al comprender Tonio que la grieta era invisible mirando desde el frente de la pared, se alejó más hacia la derecha para ver la grieta desde el lado y de lejos pero, al hacerlo, los altos matorrales que crecían al pie de la pared la ocultaron a la vista. De nuevo volvió a la grieta viendo que El Víboras y su hermano ya habían desaparecido de su vista.

La oscuridad que se extendía a lo largo del estrecho pasillo, formado por la grieta de la mole rocosa, era suficiente como para hacer el paso lento y con cuidado de no tropezar con duros salientes. Delante ciceroneaba El Víboras, explicándoles a los chicos con un susurro, donde podían encontrar algún posible problema para seguir adelante en perfecto estado, pero, a medida que fueron avanzando, la oscuridad iba disminuyendo, sin que se pudiese entender por donde entraba la poca luz que les permitía ver con cierta facilidad.

De pronto, el viejo detuvo su avance y, volviéndose a los chicos, les indicó que mirasen hacia arriba, levantando su bastón. Al hacerlo, Jandro tuvo que semicerrar los ojos para poder distinguir algo, dentro de la penumbra que todo lo envolvía, pero, a medida que sus pupilas se fueron dilatando, empezó a tomar conciencia de la magnitud de la bóveda que la cueva tenía. Desde el techo de la misma se desprendían enormes estalactitas que, terminadas en agudas puntas, parecían terribles guardianes que amagaban con dejar clavados en el duro suelo a todos aquellos que tuviesen la osadía de entrar en aquel santuario de paz y silencio.

-No hagáis mucho ruido, el guardián de la gruta puede enfadarse y si nos lanza alguno de sus dardos...- se volvió sonriendo al ver la cara de espanto del pobre y crédulo Jandro. –Ahora- siguió susurrando- vais a ver algo que solo yo he visto hasta ahora, pero, tenemos que esperar un momento más porque la luz aun no ha venido a nuestra cita- y se quedó mirando hacia el altísimo techo abovedado de la enorme gruta. Efectivamente, segundos más tardes, por algún estratégico agujero que la curiosa naturaleza había horadado en la cara del farallón, comenzó a entrar un grueso rayo de sol que, como en los teatros, cuando va a comenzar la función, de pronto se encienden todas las luces y se ilumina el escenario, apareció ante los ojos de los hermanos la más grandiosa obra arquitectónica que la curiosa naturaleza había construido para que sus inocentes y sorprendidos ojos pudieran contemplar.

Al principio, la luz solo iluminaba una parte de la enorme bóveda de la cueva; aun así, el espectáculo era increíble, ya que las sombras de las estalactitas se proyectaban en un fondo de la pared de la cueva de color rojizo. El negro sobre rojo daba la sensación de llamaradas de fuego que salían desde el suelo hacia el techo. El color rojizo imperaba en todo el conjunto. A medida que el sol entraba más perpendicular al agujero, la luz se incrementó y fue apareciendo el fondo de la cueva. En ese momento, Jandro se dio cuenta que ellos no estaban al nivel del suelo, sino como en una especie de balcón, mucho más cercano al techo. Así, al mirar hacia abajo, vio como un ejército de seres puntiagudos se encontraba en formación, algo desordenada. La extraña transparencia y luminosidad de las puntas de las estalactitas, daba la sensación que cada una de ellas era una lámpara que iluminaba la enorme estancia.

Les dejó disfrutar un buen rato del espectáculo, hasta que consideró que la luz era suficiente para seguir avanzando por un difícil y estrecho paso entre las rocas de la pared, hasta bajar a la altura del suelo de la cueva. Mientras bajaban, el sonido del agua fue aumentando hasta convertirse en la música de fondo de aquel magnífico teatro natural. La especie de camino que les conducía a través de las estalagmitas y la pared de la cueva, terminaba junto a una enorme poza donde el agua, en absoluta calma, se almacenaba. El Víboras se agachó junto al borde y usando sus manos como cuenco, bebió lentamente. No necesitaron los chicos ser invitados a tan apetitosa acción. Ambos, imitando al viejo, saciaron su sed con el agua más fría y sabrosa de las que nunca habían probado. Aunque el profundo negro del fondo de la poza, motivado exclusivamente por la falta de luz, les intimidó algo, el ver a su amigo, tan conocedor de aquellos lugares, meter tranquilamente sus manos en el agua, les quitó cualquier tipo de duda o sensación de peligro.

Jandro, una vez bebida toda el agua que pudo, se enderezó y miró hacia el fondo de una especie de pasillo, donde se veía una cierta claridad. El Víboras, al verle mirar le comentó.

-El camino hasta esa boca es algo largo y hay que meter las piernas en el agua de vez en cuando; si estáis dispuestos a hacerlo, os llevaré hasta allí- absurda duda para la insaciable curiosidad de aquellos dos jóvenes iniciados en la sabiduría natural; sin darle opción al viejo, ambos se pusieron en camino para ver de donde procedía aquella luz. Cuando llevaban recorrida mas de la mitad de la distancia que les separaba del nuevo hueco por donde se filtraba la claridad del día, El Víbora les detuvo y en, absoluto silencio, les indicó el techo de canal por donde se movían. Al mirar descubrieron unos grandes racimos de color negro que, colgando del techo, ahora bastante más bajo que en el centro de la cueva, se movían como grandes corazones latiendo a ritmo irregular. El viejo, le puso a Jandro la mano sobre el hombro para que le mirase y, al hacerlo, vio como le movía las manos, como alas de pájaros volando. Jandro no le entendió y notándoselo en la sorprendida mirada, levantó el bastón hacia Tonio para que también le mirase. Este se volvió hacia ellos al notar el contacto y, viendo el movimiento de las manos del viejo, hizo un movimiento de arriba a abajo con la cabeza, en señal de haber comprendido. Muy despacio, los tres se pusieron en marcha en un absoluto silencio y, agachados en todo lo que sus cuerpos le permitían, siguieron caminando hacia la abertura final.

Todo lo hicieron con tal lentitud y silencio que la enorme colonia de murciélagos no se inquietó con su presencia, aunque sus continuos gritos de advertencia les acompañaron hasta llegar al final del túnel.

De nuevo ante sus ojos se ofreció la naturaleza con toda su fuerza y belleza. El hueco por el que habían aparecido los tres, era el mismo por el que el pequeño río que, partiendo del lago que se encontraba en el suelo de la cueva, corría hacia la boca del túnel con suavidad y desde allí, en una enorme y altísima cascada, caía a la poza donde Jandro, días antes, había tomado agua para dar de beber al viejo. Desde el lugar donde se encontraban, a mas de ciento veinte metros del suelo de la cortada, esta se abría hasta dejar a la vista de los chicos el valle verde, grandioso, espectacular, multicolor, aun en el agostado mes en el que se encontraban, al fondo del cual, discurría lentamente el Guadiaro, en busca del mar Mediterráneo. Hasta llegar al valle, el cauce del río estaba formado por enormes y lisas rocas que lo dejaban caer, ahora en rápidos, ahora en remansos, hasta descansar en su recorrido en el fondo verde y suave del valle.

El tiempo, cuando el alma admira y se integra en la belleza natural, pierde todo su sentido, y los sentimientos de aquellos que tienen la suerte de poder admirar la belleza perfecta, hacen que se sientan seres elegidos.

Muchas cosas más supieron aquel verano Tonio y Jandro; muchas cosas más aprendieron de cómo se puede vivir en los montes sin más ayuda que los ojos para ver, los oídos para oír y la mente abierta para comprender. La relación entre ellos, aun siendo de muy diferente edad, cambió por completo y, en ese mutuo entendimiento, ambos callaron durante muchos años todo lo que habían visto y oído, quizás movidos por la necesidad de compartir aquel bonito secreto, quizás por mantener la palabra dada a aquel viejo.
El siguiente verano, Tonio no fue con ellos a El Colmenar, pero su padre le permitió ir a visitar a su amigo solo, siempre que estuviese de vuelta antes de las doce de la mañana. Se vieron muchas veces y tantas veces aprendió nuevas cosas Jandro. Fue el último verano que Jandro pudo estar con su amigo. El siguiente junio, cuando Jandro fue a su encuentro, no oyó su silbido. Cruzó a nado la poza de la Boca del Diablo y trepando por las rocas del fondo de la cortada, pasó al otro lado. No le encontró, pero sí estaba su bastón; lo tomó y apoyándose en él, como tantas veces había visto hacer a su amigo, se acercó a la poza de la cascada para beber y allí, como acto de bienvenida, le recibió el silbido de una víbora hembra. Jandro se quedó quieto esperándola ver salir, pero en ese momento se dio cuenta que el miedo había desaparecido, como el viejo, que nunca más volvió a ver. Su bastón aun tiene un lugar en su corazón y en su casa.

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