Sentí al silencio corroer mi dolorida alma, cuando la claridad del saber se ocultó en sus ojos, semicerrados por el peso de la sabiduría y perdidos entre las arrugas de su rostro; y me negó la sapiencia, el conocimiento. Me negó la vida y lloré sin entender su silencio.
¡Cuantas veces soñé que llegaría a entenderle, solo viéndole hacer, oyendo sus consejos! ¡Aquella ilusión con la que emprendí el camino, el duro y empinado camino de la sabiduría, quedó desparramada en el negro olvido ante unos ojos opacos, que se negaron a iluminar el resto de mi camino. Y lloré de impotencia, de tristeza al ver mi vida perdida.
Libro de sabiduría, enciclopedia de experiencia, eran para mí sus maravillosas lecciones y mi avidez por saber me llevó a la impaciencia que terminó secando la fuente de la que bebía.
-¿Dime, maestro? ¿y si le miro con fijeza, podrá mi mente leer sus pensamientos?
-¿Dime también? si le hundo en la tristeza, ¿sabré extraer de su mente sus deseos?
-¿Dime?... ¿Dime?...- ¡Tanto le pedí y fueron tantas veces que inconscientemente se fue hundiendo, sin querer parar mi sed de conocimientos.
¡Cuantas preguntas quedaron perdidas en la profundidad del silencio de una mente saqueada! Su mirada vidriosa caía sobre mí agonizando, al tiempo que su quebrada voluntad se rompía de impotencia.
Miré a la sabiduría a los ojos, ya secos y turbios, pero, en un instante, apareció ante mí una chispa de luz y al verla, quise hacerle una última pregunta
-¿Dime maestro, donde encontraré la fuente de la sabiduría?- Y recibí por respuesta la oscuridad y el silencio.
Aquella pequeña chispa de vida se fue apagando ante mis ojos.
Aquella mente privilegiada, huyó de mí, de mi avaricia, refugiándose para siempre en la locura. Y lloré tristemente su silencio.
¡Cuantas veces soñé que llegaría a entenderle, solo viéndole hacer, oyendo sus consejos! ¡Aquella ilusión con la que emprendí el camino, el duro y empinado camino de la sabiduría, quedó desparramada en el negro olvido ante unos ojos opacos, que se negaron a iluminar el resto de mi camino. Y lloré de impotencia, de tristeza al ver mi vida perdida.
Libro de sabiduría, enciclopedia de experiencia, eran para mí sus maravillosas lecciones y mi avidez por saber me llevó a la impaciencia que terminó secando la fuente de la que bebía.
-¿Dime, maestro? ¿y si le miro con fijeza, podrá mi mente leer sus pensamientos?
-¿Dime también? si le hundo en la tristeza, ¿sabré extraer de su mente sus deseos?
-¿Dime?... ¿Dime?...- ¡Tanto le pedí y fueron tantas veces que inconscientemente se fue hundiendo, sin querer parar mi sed de conocimientos.
¡Cuantas preguntas quedaron perdidas en la profundidad del silencio de una mente saqueada! Su mirada vidriosa caía sobre mí agonizando, al tiempo que su quebrada voluntad se rompía de impotencia.
Miré a la sabiduría a los ojos, ya secos y turbios, pero, en un instante, apareció ante mí una chispa de luz y al verla, quise hacerle una última pregunta
-¿Dime maestro, donde encontraré la fuente de la sabiduría?- Y recibí por respuesta la oscuridad y el silencio.
Aquella pequeña chispa de vida se fue apagando ante mis ojos.
Aquella mente privilegiada, huyó de mí, de mi avaricia, refugiándose para siempre en la locura. Y lloré tristemente su silencio.
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