Siempre le recordaré, enjuto, triste. Enea mecida por el viento de la indiferencia. Aislado como un ciprés junto al camino del infinito. Mirada perdida en el horizonte, mirando sin mirar, pero viendo. Tristeza de un atardecer de otoño lluvioso, pero sintiendo.
Nunca le vi llorar, sonreír menos. Tan parco en palabras que hacía hablar al silencio, pero, aun siendo así, siempre estaba presente en todo acontecimiento; como la sombra al sol; como el agua a la vida; como el olor al perfume, como la hoja al viento. Sentirle, le sentiré siempre. Atento, serio, quieto, en silencio.
¿Verle?. Con solo mirar al final, siempre detrás de todos. Como sigue el polvo al viento. Sobresaliendo del resto; alto, tanto, que a veces pensé que llegaba al cielo.
Cierta vez, creo que en un bautizo, de un familiar o un amigo, no lo recuerdo, quedé solo en una esquina pensando; no sé si en una travesura o en un juego, ya no lo recuerdo. Su mano sobre mi cabeza cortó todos mis pensamientos.
- Hijo. ¿Te encuentras bien?- Me miré en sus ojos profundos, negros; tristes, como el luto de un ser querido, pero nunca me producían miedo. Me expresaban tanta serenidad, tanta preocupación, tanto consuelo que, aun ahora, siento sobre mi cuerpo un halo de protección, como la sombra de un árbol en el desierto. ¡Cuánto lo recuerdo!.
- Si, padrino. Solo descansaba un rato
- No quiero que olvides, nunca, que cuando ya nada más puedas hacer, cuando todas las ayudas se hayan agotado, cuando lo posible se haga imposible, aun te quedaré yo. Y, ahora, no dejes de jugar, hijo, que aun no llegó tu tiempo de otros juegos.
Y seguí jugando. ¡Como no!. Sabiéndolo junto a mí. Siempre presente, tanto a mi vista como en mi pensamiento.
Así transcurrieron los años de mi niñez, de mi juventud, de mi madurez. Siempre cubierto por esa sombra protectora que, aun hoy, sigue extendida, de horizonte a horizonte, tanto de mi vida como de mis sentimientos. Murió mi padre, ya mayor, quizás de viejo y, en nuestra tristeza, comenté a mi madre.
- Ya de su familia solo queda mi tío.
- ¿Tu tío?. Pero, si de los tres hermanos, tu padre es el último que ha muerto.
- Entonces, mi padrino. ¿No era su hermano?.
- ¿Tu padrino?. ¡Claro!. Tu tío Andrés. Hijo, él murió cuando tu tenías dos años.
- Pero madre, ¿Qué me estás diciendo?. Hablo de mi padrino; el alto, el serio, el que no habla nunca, el...
- Hijo, tu tío Andrés. Él fue tu padrino. Murió joven y soltero. Si me acordaré de él...- la miré a los ojos y...
-Ya, si madre, ahora lo recuerdo...- Pero, yo, a mi padrino, aun le sigo viendo.
Nunca le vi llorar, sonreír menos. Tan parco en palabras que hacía hablar al silencio, pero, aun siendo así, siempre estaba presente en todo acontecimiento; como la sombra al sol; como el agua a la vida; como el olor al perfume, como la hoja al viento. Sentirle, le sentiré siempre. Atento, serio, quieto, en silencio.
¿Verle?. Con solo mirar al final, siempre detrás de todos. Como sigue el polvo al viento. Sobresaliendo del resto; alto, tanto, que a veces pensé que llegaba al cielo.
Cierta vez, creo que en un bautizo, de un familiar o un amigo, no lo recuerdo, quedé solo en una esquina pensando; no sé si en una travesura o en un juego, ya no lo recuerdo. Su mano sobre mi cabeza cortó todos mis pensamientos.
- Hijo. ¿Te encuentras bien?- Me miré en sus ojos profundos, negros; tristes, como el luto de un ser querido, pero nunca me producían miedo. Me expresaban tanta serenidad, tanta preocupación, tanto consuelo que, aun ahora, siento sobre mi cuerpo un halo de protección, como la sombra de un árbol en el desierto. ¡Cuánto lo recuerdo!.
- Si, padrino. Solo descansaba un rato
- No quiero que olvides, nunca, que cuando ya nada más puedas hacer, cuando todas las ayudas se hayan agotado, cuando lo posible se haga imposible, aun te quedaré yo. Y, ahora, no dejes de jugar, hijo, que aun no llegó tu tiempo de otros juegos.
Y seguí jugando. ¡Como no!. Sabiéndolo junto a mí. Siempre presente, tanto a mi vista como en mi pensamiento.
Así transcurrieron los años de mi niñez, de mi juventud, de mi madurez. Siempre cubierto por esa sombra protectora que, aun hoy, sigue extendida, de horizonte a horizonte, tanto de mi vida como de mis sentimientos. Murió mi padre, ya mayor, quizás de viejo y, en nuestra tristeza, comenté a mi madre.
- Ya de su familia solo queda mi tío.
- ¿Tu tío?. Pero, si de los tres hermanos, tu padre es el último que ha muerto.
- Entonces, mi padrino. ¿No era su hermano?.
- ¿Tu padrino?. ¡Claro!. Tu tío Andrés. Hijo, él murió cuando tu tenías dos años.
- Pero madre, ¿Qué me estás diciendo?. Hablo de mi padrino; el alto, el serio, el que no habla nunca, el...
- Hijo, tu tío Andrés. Él fue tu padrino. Murió joven y soltero. Si me acordaré de él...- la miré a los ojos y...
-Ya, si madre, ahora lo recuerdo...- Pero, yo, a mi padrino, aun le sigo viendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario