-Debo estar entrando en esa edad en la que los expertos dicen que todo se equilibra. Será verdad; al fin y al cabo, yo no he sido capaz de ser experto en nada. Aunque, pensándolo bien, puede que en algo sí. ¿En vivir quizás?. De algo me tiene que haber servido llegar a la edad que tengo. Pero, si eso es cierto, ¿qué puede estar fallando en mi cerebro?, o, si tienen razón, “esto debe ser el condenado equilibrio ese del que hablan”. ¡Uf!. Esto tengo que pensarlo más despacio.
-“Vamos a ver si te aclaras amigo que, aunque nunca hayas sido muy despierto, supongo que para aclarar estas ideas, debes tener suficientes luces. Además, si tú mismo te excluyes esa capacidad, mejor que sigas mirándome y contemplar como juego con mis olas y te comas el coco pensando por qué tanta agua, con los siglos que llevo aquí, nunca se ha podido agotar. ¿Quizás porque, de vez en cuando, llueve?. Puede que ese sea el motivo. Pero, por lo menos, ya que tienes todo el tiempo del mundo, intenta saber qué te está pasando”.
-Reconozco que mi infancia y juventud fueron duras; nada se me regaló y mis padres no tuvieron ni medios ni tiempo para pagarme unos estudios que me hubiesen valido para empezar en la vida con cierta tranquilidad. Pero, también debo reconocer que, una vez empezado a trabajar, las cosas se fueron facilitando. Además, aquel encuentro casual con mi antiguo jefe, cuando coincidimos en las rocas pescando; aquella agradable charla que tuvo a bien tener conmigo, lógicamente sobre temas de cómo se pescaba en roca, me sirvieron para otros posteriores encuentros que terminaron, sorprendentemente para mí, en una relativa amistad.
-“Pero tú sabes que...”
-¡Sí, sí, lo reconozco!. Ya sé que me esforcé, tanto en los nuevos encuentros, como en caerle simpático, pero eso no le quita importancia al primer encuentro y, ese, yo no lo provoqué, que conste. Bueno, la verdad es que desde que empecé a trabajar con él, las cosas cambiaron para muy bien. Pude comprar un pisito, pude casarme... ¡Ah!. ¡Mi Luisa!. ¿Y eso no fue otra suerte, también?. ¡Cuarenta y dos años juntos!. ¡Qué bonitos fueron!. La pena es que ya no está. Pero, se fue contenta.
-“¿Recuerdas cuando, poco antes de morir, te dijo: “ Mito... Je,je, es que siempre te llamaba Mito. ¡La muy zalamera, cómo sabía engatusarte!; me voy contenta, ¿sabes?, me has hecho muy feliz y, ahora, ya me he ganado mi descanso”. No vayas a llorar ahora, ¡joder!, aunque estés solo conmigo”.
-Si, la verdad es que tengo mucho que agradecer. ¡Sí, lo sé! Me lo he currado bien, pero también lo han hecho otros y ya ves. ¡Mira al pobre Casildo! Y a tantos, pero yo, no sé por qué, tengo esa maldita necesidad que me apremia cada vez que paseo por tu orilla . ¡Necesito dar las gracias y, no sé a quién!...
-Cuando se lo comenté a Manuel, siempre fué mas listo y leído que yo, me dijo: "¿a quién le tienes que dar las gracias?. ¡A ti mismo, hombre; ¿acaso te ayudó alguien en la vida?."
-No sé, no sé.... algo no me convence. ¡Ya sé que todo me lo he ganado yo, pero... también los otros y...!
-“Pero no olvides aquel otro encuentro, por cierto, aquí en mi playa...”
-Sí, te he oído; no creas que tengo reparos en hablar de ello. Me acuerdo perfectamente de ese encuentro. ¿No me voy a acordar, si el tío, con las cosas que me dijo, me dejó hecho polvo más de una semana?. Pero, también tienes que reconocer que lo he pensado mucho y no me ha servido de nada. Fue por la tarde, en uno de mis paseos por tu orilla. Lo que nunca sabré es si el cura estaba allí por casualidad o, realmente, él lo hizo intencionadamente. Además, aunque hubiese sido por casualidad.... ¿a qué vino el que se acercase a mí?. Si yo no había cruzado una sola palabra con él en mi vida; ni siquiera cuando Luisa se empeñó en bautizar al sobrino...
-Pues nada, como si fuésemos amigos de siempre, se me acercó a curiosear. Y claro, como son de piñón fijo, a hablar de su Dios. ¡Mira que hablarme de Dios a mis ochenta y dos años!. Pero tienes que reconocer que fui muy correcto y le oí todo lo que me quiso contar. ¡Si llego a saber la facilidad que tienen esos curas para comerte la cabeza, le hubiese dicho que tenía prisa y.... Pero no, dos horas hablándome de Dios; y no fue más porque tenía misa a las ocho...
-En fin, mejor dejarlo. Puede que algún día tenga, otra vez, un poco de suerte y alguien sea capaz de decirme a quién tengo que agradecerle todo. Espero no morirme con esta necesidad que me quema por dentro. Espero... ¿Te veré mañana?
-“Vamos a ver si te aclaras amigo que, aunque nunca hayas sido muy despierto, supongo que para aclarar estas ideas, debes tener suficientes luces. Además, si tú mismo te excluyes esa capacidad, mejor que sigas mirándome y contemplar como juego con mis olas y te comas el coco pensando por qué tanta agua, con los siglos que llevo aquí, nunca se ha podido agotar. ¿Quizás porque, de vez en cuando, llueve?. Puede que ese sea el motivo. Pero, por lo menos, ya que tienes todo el tiempo del mundo, intenta saber qué te está pasando”.
-Reconozco que mi infancia y juventud fueron duras; nada se me regaló y mis padres no tuvieron ni medios ni tiempo para pagarme unos estudios que me hubiesen valido para empezar en la vida con cierta tranquilidad. Pero, también debo reconocer que, una vez empezado a trabajar, las cosas se fueron facilitando. Además, aquel encuentro casual con mi antiguo jefe, cuando coincidimos en las rocas pescando; aquella agradable charla que tuvo a bien tener conmigo, lógicamente sobre temas de cómo se pescaba en roca, me sirvieron para otros posteriores encuentros que terminaron, sorprendentemente para mí, en una relativa amistad.
-“Pero tú sabes que...”
-¡Sí, sí, lo reconozco!. Ya sé que me esforcé, tanto en los nuevos encuentros, como en caerle simpático, pero eso no le quita importancia al primer encuentro y, ese, yo no lo provoqué, que conste. Bueno, la verdad es que desde que empecé a trabajar con él, las cosas cambiaron para muy bien. Pude comprar un pisito, pude casarme... ¡Ah!. ¡Mi Luisa!. ¿Y eso no fue otra suerte, también?. ¡Cuarenta y dos años juntos!. ¡Qué bonitos fueron!. La pena es que ya no está. Pero, se fue contenta.
-“¿Recuerdas cuando, poco antes de morir, te dijo: “ Mito... Je,je, es que siempre te llamaba Mito. ¡La muy zalamera, cómo sabía engatusarte!; me voy contenta, ¿sabes?, me has hecho muy feliz y, ahora, ya me he ganado mi descanso”. No vayas a llorar ahora, ¡joder!, aunque estés solo conmigo”.
-Si, la verdad es que tengo mucho que agradecer. ¡Sí, lo sé! Me lo he currado bien, pero también lo han hecho otros y ya ves. ¡Mira al pobre Casildo! Y a tantos, pero yo, no sé por qué, tengo esa maldita necesidad que me apremia cada vez que paseo por tu orilla . ¡Necesito dar las gracias y, no sé a quién!...
-Cuando se lo comenté a Manuel, siempre fué mas listo y leído que yo, me dijo: "¿a quién le tienes que dar las gracias?. ¡A ti mismo, hombre; ¿acaso te ayudó alguien en la vida?."
-No sé, no sé.... algo no me convence. ¡Ya sé que todo me lo he ganado yo, pero... también los otros y...!
-“Pero no olvides aquel otro encuentro, por cierto, aquí en mi playa...”
-Sí, te he oído; no creas que tengo reparos en hablar de ello. Me acuerdo perfectamente de ese encuentro. ¿No me voy a acordar, si el tío, con las cosas que me dijo, me dejó hecho polvo más de una semana?. Pero, también tienes que reconocer que lo he pensado mucho y no me ha servido de nada. Fue por la tarde, en uno de mis paseos por tu orilla. Lo que nunca sabré es si el cura estaba allí por casualidad o, realmente, él lo hizo intencionadamente. Además, aunque hubiese sido por casualidad.... ¿a qué vino el que se acercase a mí?. Si yo no había cruzado una sola palabra con él en mi vida; ni siquiera cuando Luisa se empeñó en bautizar al sobrino...
-Pues nada, como si fuésemos amigos de siempre, se me acercó a curiosear. Y claro, como son de piñón fijo, a hablar de su Dios. ¡Mira que hablarme de Dios a mis ochenta y dos años!. Pero tienes que reconocer que fui muy correcto y le oí todo lo que me quiso contar. ¡Si llego a saber la facilidad que tienen esos curas para comerte la cabeza, le hubiese dicho que tenía prisa y.... Pero no, dos horas hablándome de Dios; y no fue más porque tenía misa a las ocho...
-En fin, mejor dejarlo. Puede que algún día tenga, otra vez, un poco de suerte y alguien sea capaz de decirme a quién tengo que agradecerle todo. Espero no morirme con esta necesidad que me quema por dentro. Espero... ¿Te veré mañana?
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