Aun sin saber por qué, pesa sobre mis hombros el plomizo estado de la tarde; no por ello detengo mis pasos que, como siempre, como todos los días, me llevan inexorablemente a mi encuentro con el infinito, con el qué seré, con el que quizás ya estoy siendo desde hace años. Y sobre la arena descalzo mis pies. Es como la tierra de nadie; unas veces el mar me la cede y otras la defiende con su oleaje, como si de ella dependiese su vida. Y allí hablamos.
Horizonte gris plomizo, entre líneas trazadas con mano inocente e inexperta, que desde lo más profundo de su ser, el océano transporta a la superficie, con lentitud, sin tiempo, sin parada, todos sus sentimientos, todas sus vivencias, todo lo que es y fue, pues, en esas líneas escritas por manos limpias e inocentes, quedan gravadas para el eterno recuerdo las vivencias, inmaculadamente puras, de todo lo que pudo ser y fue; de todo lo que pudo existir y existió; de ti, océano inabarcable en donde todo ocurrió. De mí, conclusión atemporal de una fase de la evolución libre y aleatoria de un universo pensado, o, pensante.
El mar no habla, a lo más, llega a un monólogo monótono y rítmico; sin embargo, yo dialogo con él.
¡Sí!, son cosas de la edad que, a medida que te va quitando la memoria, te va aumentando la imaginación. La edad no es solo el tiempo vivido, es mucho mas; es quien te hace crecer en conocimiento; es quien te hace conocerte; es quien va adecuando tu cuerpo, no a tus necesidades, sino al hábitat en el que desarrollas tu actividad. La edad hace que la luz no te ciegue, sino que te ayude a ver lo que antes ni imaginabas, ni tan siquiera conocías. La edad hace que ensordezcan tus oídos, para que puedas oír lo que de verdad la naturaleza nos dice. La edad hace que tus fuerzas te fallen para que no te puedas resistir a que tu cuerpo se vaya integrando lentamente en el medio del que salió. Te enseña a leer lo que el mar escribe sobre las olas; te enseña a oír lo que el mar le cuenta a la brisa que, sonriente y a hurtadillas le cuenta a las aves, mientras juegan.
La edad nos va haciendo cada vez más insensibles a todo lo que nos rodea para, quitándonos las distracciones innecesarias que la vida día a día nos va presentando, dediquemos más atención e interés por nuestra verdadera y única realidad, nuestro interior, nuestro ser, nosotros.
La edad, con la suavidad de la mano de una madre, te va empujando lentamente hacia esa simbiosis que tarde o temprano ha de producirse entre tu ser y la naturaleza; entre tú y el universo, mientras miras hacia tu destino, sonriendo.
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