Mi muy estimado, más admirado y sorprendente amigo, con un cierto grado de vergüenza pero un enorme propósito de enmienda, me atrevo a dirigirte esta carta, después de tanto tiempo de recibir la tuya y no haberte contestado. No tengo más excusa que la sencilla verdad, me dejé llevar por los avatares de la vida y por algún que otro sueño, de los que sé que eres gran entendedor y yo gran creador. Es por ello por lo que hoy tomé la decisión de escribirte, para contarte uno de mis sueños y que me ayudes con tu siempre acertada interpretación. Estoy bien y todo sigue igual; ahora, te contaré ese sueño.
Hace ya algunas noches, volví a casa algo cansado y con dos o tres copas de más de ese buen caldo de la Ribera del Duero que tanto te gusta; no pude conciliar el sueño y, como la temperatura de la noche era ciertamente agradable, salí a la terraza y me tumbé en la hamaca, ojos entreabiertos y el cigarrillo en la mano. Y debí quedarme dormido porque al poco tiempo, sentí como de mi pecho salía algo extraño, una especie de nube blanca, etérea, informe que, sin llegar a disgregarse, fue elevándose en el negro de la noche. Al mismo tiempo, oí un desgarrador grito agónico, de ultratumba; retumbó como un enorme trallazo en esa infinita bóveda que es el espacio y, seguidamente un silencio tan denso, tan abismal, que me dejó petrificado, absolutamente sin respuesta alguna.
Pero no hay dolor que dure cien años y, suavemente, como la fina seda rozándote la piel al ser movida por el soplo de la brisa, comenzó a sonar una música tan sublime, tan espiritual, tan maravillosa a cuyo compás comenzó a danzar esa especie de nube blanca que flotaba levitando en el espacio, como esperándola.
¡Ay su hubieses podido contemplar esas imágenes!. ¡Si yo supiese expresarlas con palabras!. Solo puedo decirte que jamás en esta larga vida de experiencias y sueños llena, he podido sentir algo similar.
Pero no acabaron ahí ni mi sueño ni mi sorpresa, los cuales llegaron al climax al observar cómo, desde todos los oscuros rincones del negro vacío que ante mis ojos tenía, fueron apareciendo otras nubecillas, similares a la primera que, moviéndose cadenciosa y rítmicamente al son de la celestial música, fueron acercándose entre sí hasta formar una enorme, blanca y pura nube, al mismo tiempo que un conjunto de violines, sobreponiéndose al resto de los instrumentos musicales, comenzaron a elevar el tono y la escala hasta romper, como se rompe una fina copa de cristal de bohemia con un perfecto do prolongado, la nube que, micronizada en infinitas partículas, desapareció en el profundo negro del abismo de la noche.
Me desperté a la mañana siguiente, cuando los primeros y madrugadores rayos del sol, juguetearon con las pestañas de mis ojos. Nunca recuerdo haber dormido tan plácida y profundamente, pero, mi sueño, tenía que compartirlo con alguien que me pudiese entender y descifrar, por eso te escribo, aunque con algo de rubor y sentido de culpabilidad.
Espero que algún día me puedas explicar que ocurrió aquella noche. Un fuerte abrazo de tu amigo que no te merece.
Hace ya algunas noches, volví a casa algo cansado y con dos o tres copas de más de ese buen caldo de la Ribera del Duero que tanto te gusta; no pude conciliar el sueño y, como la temperatura de la noche era ciertamente agradable, salí a la terraza y me tumbé en la hamaca, ojos entreabiertos y el cigarrillo en la mano. Y debí quedarme dormido porque al poco tiempo, sentí como de mi pecho salía algo extraño, una especie de nube blanca, etérea, informe que, sin llegar a disgregarse, fue elevándose en el negro de la noche. Al mismo tiempo, oí un desgarrador grito agónico, de ultratumba; retumbó como un enorme trallazo en esa infinita bóveda que es el espacio y, seguidamente un silencio tan denso, tan abismal, que me dejó petrificado, absolutamente sin respuesta alguna.
Pero no hay dolor que dure cien años y, suavemente, como la fina seda rozándote la piel al ser movida por el soplo de la brisa, comenzó a sonar una música tan sublime, tan espiritual, tan maravillosa a cuyo compás comenzó a danzar esa especie de nube blanca que flotaba levitando en el espacio, como esperándola.
¡Ay su hubieses podido contemplar esas imágenes!. ¡Si yo supiese expresarlas con palabras!. Solo puedo decirte que jamás en esta larga vida de experiencias y sueños llena, he podido sentir algo similar.
Pero no acabaron ahí ni mi sueño ni mi sorpresa, los cuales llegaron al climax al observar cómo, desde todos los oscuros rincones del negro vacío que ante mis ojos tenía, fueron apareciendo otras nubecillas, similares a la primera que, moviéndose cadenciosa y rítmicamente al son de la celestial música, fueron acercándose entre sí hasta formar una enorme, blanca y pura nube, al mismo tiempo que un conjunto de violines, sobreponiéndose al resto de los instrumentos musicales, comenzaron a elevar el tono y la escala hasta romper, como se rompe una fina copa de cristal de bohemia con un perfecto do prolongado, la nube que, micronizada en infinitas partículas, desapareció en el profundo negro del abismo de la noche.
Me desperté a la mañana siguiente, cuando los primeros y madrugadores rayos del sol, juguetearon con las pestañas de mis ojos. Nunca recuerdo haber dormido tan plácida y profundamente, pero, mi sueño, tenía que compartirlo con alguien que me pudiese entender y descifrar, por eso te escribo, aunque con algo de rubor y sentido de culpabilidad.
Espero que algún día me puedas explicar que ocurrió aquella noche. Un fuerte abrazo de tu amigo que no te merece.
1 comentario:
Yo otra vez.
Pues me animé a buscar algo más, un poco a voleo, y di con este.
Y al igual que el otro me gustó, aunque me siento más identificado y unido a este tipo de prosa. Mientras leía el penultimo parrafo me vino a la cabeza el pasaje previo a que Dante encuentre a Beatrice, a su llegada al cielo.
Es curioso como algunos textos llegan a evocar a otros.
Da gustó seguir encontrado textos escritos con elegencia, y con un vocabulario rico.
Un placer leerte, compañero.
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