Entre la sombra y el sol;
entre amores y recuerdos;
Entrelazadas las manos,
pasean dos esperanzas
por los senderos.
Es al atardecer, amarilleando el cielo,
cuando se calman las fieras,
cuando despiertan los árboles,
cuando se duermen las flores,
cuando se impone la tregua entre los odios rivales
para, entre silencio y tristeza,
dar sepultura a sus muertos,
esos que hallaron la paz
cuando, disparando sus armas,
querían imponer sus derechos.
No lo consiguieron.
Ellas, las dos esperanzas,
fuertes ante el desaliento,
llevan sus ojos tapados,
no queriendo ver la sangre,
ni la muerte, ni los miedos.
Sus ojos sólo pueden ver
el velo que las aísla
de la crueldad de la guerra
entre los pueblos.
Una esperanza sueña que su amiga,
algún día, pueda obtener sus derechos,
pueda tener libertad,
pueda amar y sonreír,
pueda realizar sus sueños.
La otra sueña también.
¡Cómo no ha de soñar,
si eso no cuesta dinero!.
Y sueña también con su amiga;
quisiera verla reír,
quisiera verla pasear,
segura y en libertad,
por esos senderos,
antes llenos de sangre
de esos locos guerreros
que luchaban por su Dios,
por Alá o por otros cielos,
utopías que jamás,
ni unos, ni otros vieron.
Quisiera llenarla de amor,
de ese amor que lleva dentro,
sin poderlo compartir,
desde hace tanto tiempo…
que su memoria olvidó tenerlo.
Pasean las dos esperanzas por los senderos.
Una vestida de blanco,
su amiga vestida de negro.
Pero, los velos que cubren sus ojos,
hechos con sus propios sueños,
en la de negro es blanco;
en la de blanco es negro.
Ya no suenan los disparos, ni las bombas,
ni los gritos de odio y terror.
Ya no; ya solo se oye el silencio.
Y a lo lejos, perdiéndose entre las brumas,
de un atardecer de otoño,
soñando van las dos amigas,
una en blanco, la otra en negro,
por los senderos.
Volvieron las lluvias de nuevo;
volvió la esperanza a la tierra,
agostada del estío, abrasador y eterno.
Volvió la vida a renacer,
como siempre, como debe ser,
como nada ha de cambiar,
ni las guerras, ni los odios, ni el poder,
ni tan siquiera el infierno.
La vida nació para ser y así seguirá siendo.
Y en ella se posó el alma,
la invadió de su poder
y juntas seguirán siendo,
siempre, eternas, imperturbables y,
de común acuerdo, imaginaron sus sueños.
Volvió la vida a renacer y,
con ella, despertó mi alma,
magnificando mi cuerpo.
Y, en ese maravilloso trance,
entre inconsciente y etéreo,
vuelvo a recordar aromas
de los campos agostados,
agradeciendo al cielo;
de rocas brillando al pudor
de sus desnudos cuerpos;
de árboles devolviendo vida al universo;
de animales inteligentes
que salen de sus silencios,
sabiendo que volvió la vida y,
con ella, sus alimentos.
¡Sí!. De nuevo volvió la vida,
mi alma se despertó,
e imaginé nuevos sueños.
Sentado en la tierra húmeda,
en soledad y silencio.
Cigarrillo entre mis dedos,
jugando a crear nubes
de un imaginado cielo,
por el que levita mi alma,
viendo como enciende el rayo
el fuego en forma de vida,
donde calentar mi cuerpo;
oliendo el suave perfume
con el que la agradecida tierra
engalana su cuerpo;
sintiendo la vida explotar
en el monte, en el desierto,
entre las frías rocas,
en los reverdecidos prados,
en el mar, en el universo.
Ya es tiempo de imaginar,
de dejar mi alma contar sus sueños.
De olvidar las singladuras de este barco que,
en un navegar borrascoso,
dejó escritas en un cuaderno.
Y todo volvió a su ser,
las esperanzas sonrientes,
van cogidas de la mano;
ahora solo necesito
un suave y eterno silencio.
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