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jueves, 21 de septiembre de 2006

DEPORTE O SEXO




CAPITULO I: EL ESCENARIO

Érase una vez, o dos, o tres, no llega con la necesaria nitidez su memoria a aquellas lejanas vivencias de antaño, cuando la España de nuestras tristezas érase gobernada por un general altísimo, o eso creía el chaval, pues muchos años estuvo convencido de que Generalísimo era una popular contracción de General altísimo. La vida, que tan dura, cruda y cruel es, y aun más con quienes tienen la desgracia de permanecer en la inocencia más de lo estrictamente necesario, le sacó pronto y secamente de tamaño error.

No viene a cuento el momento pero, metidos ya hasta el cuello en recuerdos y añoranzas, propios y propias de quienes tienen la suerte de llegar a ver más de tres generaciones entre su niñez y su mayoría de edad, sería interesante dedicarle unos minutos de esta historia a recordar cómo el famosísimo General, se hacía conocer por aquellos que pocos años mas tarde, formarían el grueso de los “españolitos de a pié” que devolvieron a nuestro país al lugar que le correspondía en el concierto internacional; a base de trabajar, eso sí, en absoluto silencio político; claro está que, como algunas veces comenta en la intimidad: “Para ver lo que estoy viendo, igual sigo en silencio, pero ahora voluntariamente, que debe ser un mayor grado de libertad”.

Cierta mañana que, como todos los días lectivos que en la semana iban de lunes a sábados por la mañana, de aquellos negros, tristes y deprimidos años, Jandro llegó al colegio y fue a reunirse en el patio del recreo con sus amigos. Notó cierta actividad impropia de los típicos rostros somnolientos y adormiladas mentes que a aquellas horas acostumbraban a prevalecer en patios, rincones y puertas de clases del colegio, e, intrigado ante tanta expectación fue a preguntar cuando su buen amigo Luís se le acercó gritando:

-¿Te has enterado de la buena noticia?- sin tiempo a decir más, Jandro le contestó

-Se ha muerto D. Julián, ¿verdad?-

-¡Qué bruto eres, tío; si te oye, te mete un suspenso en Comportamiento y nota negra esta semana!-. ¡Sí!. En aquel sorprendente pero querido colegio, no solo se daban calificaciones semanales de todas las asignaturas de cada curso, sino que, para mayor INRI de los pobres alumnos de los Marianistas, las daban sobre una cuartilla adornada con unas orlas que tenía colores. Aunque no tiene nada que ver con la historia a relatar, viene a cuento ahora y, por ello, habrá que reseñarlo.


El negro era catastrófico y precursor de un gran castigo en casa que podía durar todo un trimestre. El castigo podía ser complementario de otro en el Colegio si el preceptor del curso lo consideraba oportuno o tenía referencia de cierta debilidad de algunos padres.

Le seguía el morado muy de cerca, tan de cerca que, llevar una nota morada a casa, era preludio de un castigo mensual y alguna pequeña caricia paterna; eso sí, dada con el mayor cariño y toda la buena intención de la que pudieran ser capaces los insignes progenitores de cada cual.

Ya algo mas alejado andaba el color verde, muy propio de los que no atendían las explicaciones de clase y lógicamente, cuando los profesores les preguntaban, navegaban por el limbo de la inconsciencia, siendo despertados del sueño con el correspondiente reglazo en los nudillos de las manos, “voluntariamente” extendidas. A este color le solía corresponder el castigo semanal, con sábados y Domingos incluidos, excepto la Misa del día del Señor, que no se la saltaba nadie ni estando con un pié en la tumba.

Ya, en el lado de los aprobados de los “chicos de bien”, comenzaba la historia con el color azul. Aunque Jandro raramente recibía ese color, él era mejor estudiante, cuando le “tocaba la lotería”, ya sabía que, su padre, al firmarlo porque, por supuesto, todas las notas debían ser devueltas al día siguiente, el viernes, firmadas por el correspondiente progenitor, sus palabras siempre se repetían: “Bueno, bueno, Jandro, esto hay que mejorarlo. ¿Qué te parece si esta misma tarde le damos un repaso a los temas de la semana para que no se nos queden lagunas que luego, en los exámenes finales, pueden traernos problemas? Como podréis comprender, ¿qué hijo bien educado y cariñoso podría negarse a tan agradable y desprendida invitación?

Tendría que aclarar que las notas se daban todas las semanas los jueves por la mañana. Ese mismo día, por la tarde, no había clases, y se podía practicar deportes en los campos que el Colegio tenía a las afueras de la ciudad. Para Jandro era el gran día pues, desde bien pequeño, el deporte fue su gran debilidad, hasta el extremo que, cuando sus amigos ya empezaban a “perder” el tiempo pasando interminables horas en las esquinas, esperando ver pasar a las chicas que salían del Instituto o del colegio de chicas, Jandro se iba a los campos de deporte a jugar al fútbol o a practicar salto de altura o longitud; en aquellos negros, tristes y miserables años de la España de la posguerra, poco más del fútbol y el atletismo se podía practicar. Es por ello por lo que, llegar a casa con una nota azul, para él era el mayor de los castigos.


Y al azul, le seguía el rojo, signo inequívoco de pertenecer al club de los elegidos. Mucho han cambiado las cosas en este tema. Hoy en día, aquellos estudiantes que andan rondando los notables altos y sobresalientes, los triste y peyorativamente mal llamados “empollones”, son escarnio de compañeros, objetivos de insultos y menosprecio de la sociedad infantil y juvenil que pueblan esos lugares de perversión, mal llamados colegios públicos o concertados. Sin embargo, en aquellos negros, tristes y lamentables años, sacar nota roja era pertenecer al club de los envidiados, de los elegidos; de aquellos en los que se fundaría la reestructuración de la nueva España, del futuro. En realidad, ellos, los sobresalientes, lo único que buscaban era disfrutar de unas buenas y bien pagadas vacaciones.

Y por fin, el no va más, el summun, la gloria, el color dorado, la matrícula de honor. Este sí que merecía la pena; conseguir este color era como tocar el cielo. Los Padres Marianistas hacían fotos a los elegidos y aparecían en unos cuadros que adornaban los pasillos de los despacho de los profesores: “El pasillo de la gloria”. ¡Ah, que gran honor!. ¡Qué maravilloso era ver como los profes le ponían como ejemplo a los demás!. Bueno… también había una pequeña, nimia gratificación, como premio al esfuerzo realizado y que consistía en ¡¡¡no tener notas durante las tres siguientes semanas!!!

CAPITULO II: LOS PERSONAJES

Bien, sigamos la historia de aquellos… llamémosles, inocentes años del púber jovencito.

En el patio del Colegio, un viernes de Octubre de un año ya perdido en unos tiempos a los que la memoria no alcanza y en los que todo pudo ocurrir, o no.

-¿Qué ha pasado entonces?- le preguntó interesado a su amigo Luís.

-¡Que hoy nos dan vacaciones, hasta el lunes!. Estamos montando irnos al puerto en bici. ¿Te vendrás, no?- Jandro miró a Luís algo sorprendido, momento en el que se acercaron Joaquín y Salva.

-¿De qué me estás hablando?. Algo ha tenido que ocurrir, los “cuervos” no dan vacaciones porque sí- referencia cariñosa a los siempre vestidos de negro profesores que conformaban la congregación mariana a la que pertenecían.

-Aun no lo sabemos- comentó Joaquín –pero dice Manolo que es porque viene el Generalísimo.

-¿El Generalísimo?- se quedaron todos expectantes y mirándose con nerviosismo. “El mismísimo Generalísimo”, pensó Jandro mientras esperaba más información de sus amigos.


¡Por fin iba a conocer al hombre más famoso del país!. En el fondo sentía algo de miedo porque la fama que disfrutaba tan altísimo personaje, según a quien le oyese el comentario, podía estar rayana a la santidad o cercana al mismísimo infierno, y siempre queda más gravado lo malo; eran tantas las referencias que un chico de su edad tenía en aquella época del “hombre que salvó a la Patria del hundimiento económico, político y social”, que, dependiendo del lugar que su familia ocupaba en el orden social que se había formado después de la guerra, el “gran salvador” o el “monstruoso dictador” eran referencias obligadas en las charlas familiares y, por tanto, en los inocentes oídos de los chavales de su generación. Las fotos en la cabecera de las clases de los colegios; los rezos por el buen gobernar de todos los curas en las misas dominicales… El correspondiente referente del comienzo de todas las emisoras de radio, ya que la TV, en los años en que el pobre Jandro fue púber, ni existía. En realidad, para ellos, tanto de un lado como de otro, lo único importante era disfrutar de la vida; la política, como las mujeres, ya llegarían algunos años más tarde.

Pronto sonó la campana que marcaba el comienzo de las clases y todos, en absoluto silencio y perfectamente organizados en dos filas, esperaron la salida del prefecto de la semana para, una vez corregidos los errores de la formación escolar con su delgada pero flexible y larga vara, ordenar la entrada en las respectivas clases o aulas del colegio.

En el mismo orden y con el mismo silencio y pulcritud disciplinaria, Jandro y sus amigos entraron en clase y se colocaron en pie junto a sus correspondientes pupitres.

Poco fue el tiempo que tuvieron que esperar. Segundos más tarde, cuando ya todos ocupaban sus puestos en clase, se abrió la puerta de profesores y entró d. Julián.

No les miró ni un instante, desgraciadas cucarachas manchadas de envilecedores pecados, nunca lo hacía; se fue directamente a la mesa de profesores y después de inclinar ligeramente la cabeza ante la foto del Generalísimo y santiguarse ante el crucifijo que dominaba la clase encima de la pizarra, tan negra como el traje que siempre vestía se sentó y esperó a que todos estuviesen sentados.

-Bien, hijos míos, ayer recibimos la noticia de la llegada del Generalísimo a nuestra ciudad y, como buen católico que es- se les quedó mirando a todos y prosiguió- ya le podríais imitar y mejor os iría en la vida, se dará una misa en su honor en la Colegiata. A ella asistirán, aparte de autoridades, Jefes locales del Movimiento, empresarios y demás personas de la vida Social, representantes de todos los Colegios, nosotros los primeros.- Tomó un respiro mientras con la mirada escudriñaba hasta el más mínimo movimiento de labios o rostros de las rastreras cucarachas.

Jandro, siempre que, a lo largo de los años de estudio en su colegio, estuvo bajo la prefectura de d. Julián, sintió la sensación de que aquél profesor se pasaba la vida buscando motivos entre los alumnos para castigar, o humillar ante sus compañeros, a cualquiera que tuviese algún pequeño fallo. Jandro había sufrido aquella situación en una sola ocasión, pero los motivos son casi otra historia que harían interminable la que ahora nos ocupa. Lo que sí sabía era que sus buenas notas y la importancia que su padre tenía en la ciudad, eran un buen escudo para parar las penetrantes miradas de d. Julián.


-Lógicamente, todos los asistentes a la misa y posterior acto de agradecimiento, tendrán la oportunidad de dirigirse al Jefe del Estado; entre ellos, un representante de este Colegio tendrá el honor de darle las gracias en nombre del mismo y de todos los alumnos que lo componen- una nueva pausa y, mientras con un pañuelo inmaculadamente blanco se limpiaba los labios, apareció una de las pocas sonrisas que el chaval tuvo la oportunidad de ver en su rostro, prosiguió- Este representante será elegido de entre los alumnos del colegio y, esta clase, la que yo tengo a mi cargo y gracias al tremendo esfuerzo que uno de vosotros ha realizado esta pasada semana, tiene el privilegio de enviar a la selección a su mejor alumno. La selección se realizará en media hora en el aula de 6º A, entre los cinco únicos alumnos de todo el Colegio que esta semana han obtenido una nota máxima. Como ya suponéis, estoy hablando de nuestro admirado y querido Jandro- instante en el que, como norma del Centro, Jandro se puso en pié nada más ser nombrado.

La vida y la frágil memoria de nuestro querido chaval no le han conseguido robar la experiencia del momento sublime en el que se vio inmerso, cuando d. Julián le nombró. Sus manos, al ponerse en pie, se asieron con todas las fuerzas de su cuerpo y alma al pupitre, descargando sobre la madera de que estaba hecho todos sus nervios y estado de ánimo.

El Santo Job, un manojo de nervios descontrolados comparado con la paciencia que Jandro demostró, estoicamente en pie junto a su pupitre, mientras que duró la alocución que el Prefecto les soltó al resto de la clase, poniéndole de ejemplo a imitar. Hasta tal extremo llegó su capacidad de autocontrol que, finalizando d. Julián, él se encontraba pensando: “Este cuervo es tan “cuervo”, que está alargando el tema para fastidiarme”. Y, en estos pensamientos de encontraba su mente cuando le oyó decir.

-Jandro, anda sube a 6º A que te estarán esperando para sortear quien de los cinco hablará en nombre del Colegio y, si tienes la suerte de ser el elegido, no olvides que estarás hablando en nombre y representación de todos; no nos defraudes.- Viendo que el chico no se movía del pupitre, quizás porque la madera del mismo había aprisionado sus manos y no le permitía moverse, le ordenó “cariñosamente”- ¿Te has quedado dormido en el limbo?. ¡Vamos, hombre, que te esperan arriba!.

Era su especialidad, salir corriendo batiendo records (referencia a su encuentro con “El Víboras” en las Buitreras). No recuerda haber abierto ni puertas ni ventanas, ni subir escaleras; su memoria solo le permite recordar como se dio de bruces con la voluminosa tripa del Padre Hipólito que, algo impaciente le esperaba en la puerta de la clase 6º A.

-¡Vaya, Alejandro!. ¿Te persigue la tentación?- y cogiéndole por los hombros- Tranquilo hijo, toma aire y entra, que vamos a elegir al representante del Centro.- Abrió la puerta y le dijo al ver que Jandro iba en dirección a la fila de cuatro alumno que estaban en pie en el centro de la clase- Ponte el primero, para hacer verídicas las palabras de Jesucristo: “Los últimos serán los primeros”.- Y él se dirigió a la tarima sobre la que se encontraban las mesas de profesores de todas las clases del Colegio.


-Queridos hijos, como ya todos conocéis, uno de entre vosotros cinco tendrá el honor de dirigirse al Jefe del Estado, en nombre del Colegio y de quienes lo componemos, para darle la bienvenida y las gracias. Como es lógico, las palabras que deberá leer han sido escritas por nuestro querido director y, para que quien sea designado pueda preparar su lectura, tengo aquí una copia con el fin de que empiece a estudiarse, junto conmigo, la forma de leerlo. Bien; ya que todos habéis obtenido una calificación de sobresaliente esta semana y con ello, entrado en la historia del colegio- momento en el que, como de común acuerdo, el pecho de todos los chicos se hinchó como globo de feria –tengo delante estas dos cajas en las que se han introducido cinco bolas, numeradas del uno al cinco. De la primera extraeréis cada uno su bola y de la segunda sacaré yo la que será premiada- Les miró cariñosamente sonriendo, posiblemente ufano de cómo había explicado la situación.

Ante el absoluto silencio e inmovilidad de los presentes, siguió.

-Jandro, acércate y elige tu bolita- Jandro miró a sus compañeros como pidiéndoles perdón por ser el primero y se acercó al Padre Hipólito mientras extendía su brazo izquierdo para meter la mano en la caja. Al hacerlo, la mano del sacerdote entró en la caja junto a la suya y, antes de que sus inocentes dedos tocasen bola alguna, el sacerdote le puso una en la palma y le dijo –bien, hecha tu elección, vuelve a tu puesto y espera.- Posteriormente se fueron acercando sus compañeros mientras que él observaba cómo en cada caso la mano del Padre entraba en la caja al mismo tiempo que sus manos. Jandro nada entendía, pero algo raro veía en toda aquella actuación del sacerdote. Finalmente, cuando ya todos habían elegido sus respectivas bolitas, habló de nuevo.

-Bien, bien. Ahora sacaré una bola y al que le coincida el número será el elegido- y, sin más, metió la mano en la segunda caja y extrajo una bola. La miró, miró hacia el suelo y sonriendo les miró a ellos. El número extraído es el cuatro. ¿Quien lo lleva?.

¡Pues claro que Jandro!. ¡Qué sentido si no tendría esta historia?.

La tierra tembló bajo sus pies; el sudor comenzó a manar por todos los poros de su cuerpo, como grifos abiertos al mar. Los miró a todos sin mirar a nadie. Su pecho no se hinchó como en clase, cuando le comunicaron su elección, sino que se desplegó por delante de la cara de sus compañeros, como se despliega la cola del pavo real ante la pava de sus sueños. Sus pies no tocaban el suelo, levitaba como Santa Teresa cuando escribía sus versos: “Vivo sin vivir en mi y…”; claro que vivía sin vivir, ni en él ni en ningún sitio.

No era en sí el hecho de estar por encima de los de Cuarto, Quinto y Sexto cursos, que era suficiente, era el saber que aquella misma mañana, estaría delante del altísimo General de todos los ejércitos, aunque solo eran tres, tierra, mar y aire y le hablaría de tú a tú; de pronto, le vinieron a la memoria las palabras que el Padre Hipólito había dedicado a la Virgen el pasado doce de Octubre, día del Pilar: “…en el momento de la ascensión, ella debió sentirse la mas grande de los seres humanos, como entre algodones blancos de gloria y poder…”; si, puede que la sensación fuese la misma.

Como entre sueños, le entregaron las notas que tenía que aprenderse de memoria, mientras solo dos de sus compañeros le felicitaron por su suerte. Tomó las notas y comenzó a leer: “Excelentísimo Señor D. Francisco Franco Bahamonde, Generalísimo de los Ejércitos, Caudillo de España, gloria y honor …”.


CAPITULO III: ALTURA O GRADUACION

¿Diez, cincuenta, cien? No recuerda las veces que leyó y releyó con el Padre Hipólito aquel panfleto, desde el Colegio hasta la Colegiata, andando despacio para dar tiempo al sacerdote que ya andaba pasados los setenta y para llegar justo a las once treinta, hora fijada por las autoridades para ocupar el puesto que cada cual tenía reservado. Sentados en sus sillas se encontraban el director del Colegio, todos los “cuervos” a sus dos lados y delante, sus cuatro compañeros; entre ellos y en el centro, dos sillas, la de el Padre Hipólito y la suya. Hecha la correspondiente genuflexión ante el altar mayor de la Colegiata, Jandro, lleno de orgullo y excitación por los momentos que estaba viviendo y el gran momento que se acercaba, se sentó en su silla y comenzó a buscar con los ojos, mientras se preguntaba donde se sentaría el Generalísimo.

Con media hora de antelación, hubo tiempo para todo, incluso para que tanto el director como d. Gregorio, su profe de matemáticas y su mejor aliado en el colegio, le preguntaran por cómo llevaba preparado el discurso. Mientras disfrutaba de estar sentado en el centro de la gloria, notó una mano cariñosa en su hombro. No necesitaba volver la cabeza para saber que era la mano de d. Julio, su profesor de Educación Física y al que tanto admiraba, y oyó como le decía casi al oído.

-Hazlo tan bien como tú solo sabes hacerlo.- Al oír aquellas palabras, todas sus fuerzas se vinieron abajo y la tensión nerviosa que soportaba desde hacía casi dos horas, hizo saltar por los aires su buena voluntad, saliéndole dos indiscretas y enormes lágrimas de sus ya bastante castigados ojos. No hizo gesto alguno para no romper el hechizo del momento, pero notó como su corazón comenzó una veloz y alocada carrera hacia ningún sitio, como queriéndose salir del ya enorme pecho donde se encontraba.

El sacerdote se inclinó hacia él y le comentó a oído.

-¿Ves aquellos cuatro sillones rojos, encima de la escalinata?- Jandro miró hacia su derecha y comprobó lo que el Padre le decía, asintiendo con la cabeza. –Pues ahí se sentarán Doña Carmen, Su Excelencia el Generalísimo, el Señor Obispo y el Prelado de la Colegiata. La misa la oficiará el recién nombrado Obispo de Sevilla, D. José María Bueno Monreal. Después, se irán acercando hasta el pie de la escalinata las distintas personalidades encargadas de darle la bienvenida a la ciudad y, entre ellos, estarás tú.- Le tomó la mano y prosiguió –hazlo bien, como te ha dicho d. Julio.-

El chico ya solo tenía ojos para mirar aquel enorme, imponente e importante sillón forrado de terciopelo rojo, brazos dorados y una corona rematando el centro del respaldo. Delante, a los pies del mismo, un pequeño taburete, forrado en el mismo color rojo y con borlas doradas. Sin embargo, los otros tres sillones delante solo tenían un cojín en el suelo. ¡Claro, pensó Jandro, es que él es el Caudillo! y miró hacia su izquierda donde, al fondo, se divisaba la enormísima puerta de la colegiata con sus dos puertas abiertas. De nuevo pensó: “¿Habrán hecho las puertas tan grandes para que pueda pasar?” y convencido de su gran capacidad deductiva, siguió paseando su inquisidora mirada por entre los asistentes a la misa.


De pronto notó un cierto revuelo en las puertas de la Colegiata y, sin darle tiempo a entender qué pasaba, el magnífico órgano de la iglesia comenzó a desgranar las notas del himno nacional; todos, como catapultados por un común impulso eléctrico, se pusieron en pie y el chico, al hacerlo e ir a mirar hacia la entrada, notó la presión de una mano sobre su cabeza impidiéndoselo. No lo hizo, pero las órbitas de sus ojos giraron rápidamente hacia su izquierda; al no poder observar la puerta desde su posición y sabiendo ya que al mover la cabeza la mano de d.Julián o cualquier otro “cuervo” le impediría el movimiento, abrió al máximo sus ojos e intentó llevar sus retinas lo más a la izquierda posible, hasta producirse daño. “Así no hay quien vea nada” pensó mientras frunciendo los músculos de la cara, se enfadó en silencio con todos los presentes, incluido el altísimo general de todos los ejércitos que era el culpable de que allí no se moviesen ni las llamas de las velas. ¿Por qué no querrá que le miremos?, se estaba preguntando Jandro cuando, por su izquierda, comenzó a entrar en el ángulo de su forzada visión la comitiva que precedía al Jefe del Estado.

Sus nervios se pusieron en tensión y, a partir de ese momento, todo, pensamientos, escenario, participantes y, hasta el discurso, desaparecieron de su mente que quedó absorbida por la sensación que le iba a producir la inmediata presencia ante su vista del semi-dios que, desde aquella mañana, presidía todos sus pensamientos.

Y comenzó la interminable procesión de personas, personajes y personajillos que, en aquellos tristes y lúgubres años, acompañaban cualquier acto social, religioso o civil. No por todo lo anterior, que en la cabeza del chaval aun no habían tomado forma dichos conceptos, Jandro perdió interés; todo lo contrario, la parafernalia que la Iglesia tenía por costumbre hacer acompañar a todos sus acontecimientos, la vestimenta de gala, la lentitud del paso, el recogimiento de los que formaban las interminables filas de acompañantes, los colores vivos de cardenales y obispos, la música que, en este caso, se limitó al himno nacional, le atraían de tal forma que todo quedó grabado en su frágil memoria a fuego.

De pronto, ante sus ojos apareció el palio (la casita), portado por cuatro solemnes monaguillos, en blanco y negro, bajo el que el Papa había tenido a bien dispensar al Generalísimo entrar en todos sus centros religiosos. Y bajo el palio él y la “señora” a su lado. El chico miraba los cuatro largos varales que soportaban el palio y al Caudillo; su mirada pasaba del Caudillo a su mujer y otra vez al Caudillo. Finalmente llegaron hasta su altura y entonces comprendió su grave error. Aquel gran hombre no era altísimo, todo lo contrario, era mas bien bajito, o su mujer muy alta. En este pensamiento se mantuvo mientras el cortejo recorría los últimos metros hasta llegar a los sillones, delante de los cuales se mantuvieron en pie.

Presenció la misa, cantada, como las que tanto le gustaban las noches de Navidad, no porque las entendiera, ya que el latín se le atragantaba totalmente, sino porque como las misas eran en ese “idioma”, por lo menos, al cantarla los “curas”, se entretenía con la música sacra, al mismo tiempo que el bello de sus brazos se le ponía de punta. Nunca entendió esa curiosa relación entre la música sacra y sus bellos en punta, pero siempre fue así, hasta bien entrado en los 18. Y llegó el momento en el que la mano y la voz del Director del Colegio le empujaron suavemente hacia delante para que se acercara al comienzo de la escalinata y leyera su discurso.


Nada más salir de la fila tomó conciencia de que aquellos ojos que durante todo el acto religioso se mantuvieron impertérritamente fijos en el Altar donde los oficiantes concelebraban la Misa, se fijaron en él y, ¡Dios mío! Aquella cara sonrió. ¡Y le sonrió a él, a él solo!. Explicarles en qué grado de la escala celestial se encontraba el chico en aquellos momentos, sería imposible porque jamás estuve ni cerca de dicha escala. Los ángeles y arcángeles, potestades y querubines, según los sabios teólogos de la Santa Madre Iglesia, eran seres que superaban en mucho al mejor de los humanos.

Fue a comenzar su lectura cuando al mirar al Generalísimo antes de hacerlo, tal y como le había indicado el Padre Hipólito, vio como con la mano le indicaba que subiese la escalinata.

Sorprendentemente, Jandro no estaba nervioso. Su templanza, que por cierto desconocía totalmente, el hecho de haber visto a tantos antes que él hacer lo mismo, las veces que el Padre Hipólito le había dicho que les estaba representando a todos ellos, fueron los que le dieron el aplomo necesario para acercarse hasta él sin sentir el lógico miedo, y que ni tan siquiera le temblaran ni piernas ni ideas. Lo cierto fue que, después de seis pasos, se encontraba a medio metro del Generalísimo y fue en ese instante cuando este, sin que nadie lo esperara, se puso en pie y le puso la mano en el hombro.

¡No fue orgullo!. ¡Ni admiración incontrolada!. Ni que los nervios le descompensasen en ese instante. Sencillamente fue que Jandro tomó de pronto conciencia de que el Caudillo era… ¡¡¡Hasta más bajito que su padre!!!. ¿Entonces, lo de Generalísimo? Y en esos pensamientos se encontraba cuando comenzó a leer.

-¡“Excelentísimo Señor D. Francisco Franco Bahamonde, General de los Ejércitos, Caudillo de España, gloria y honor …”!. Terminó su lectura con el desparpajo propio de un experto conferenciante y con la interna satisfacción de haber llamado General al Caudillo.

Fue su padre quien, una vez vuelto a casa, le felicitó y corrigió su error.

-Hijo, Generalísimo es por ser el General de los Generales, es su graduación, no porque sea el más alto de ellos.-

CAPITULO IV: JUGANDO A MAYORES

La tarde de aquella mañana de jueves en la que Jandro, creyendo tocar el cielo, lo único que tocó fue la realidad lisa, llana y palpable, mientras él viajaba por el éter de los sueños de un púber de aquellos tristes, pobres y sacrificados años de comienzo de una “demócrata dictadura” que ningún chaval supo entender, sus amigos, Luis, Joaquín y Salva, se dedicaban a un nuevo arte de perder el tiempo, escondidos entre las sombras de los portales, acusadoras esquinas y transparentes arbustos de los jardines, secos como la paja en agosto por falta de agua y de mano que los regase, para sus inocentes ojos, pero en ningún caso para los avispados y maravillosos ojos de las chicas que, distraída o conscientemente, les lanzaban insinuantes miradas al cruzarse con ellos.

Aquella tarde, Jandro no pudo asistir a los campos de deporte porque los “cuervos” se habían reunido para celebrar no sé qué acontecimiento. Años más tarde supo que el acontecimiento fue la aprobación, por parte del Gobierno de España y del Alcalde de la Ciudad, de un nuevo colegio para los Marianistas, justo donde en esos momentos se levantaban los campos de deporte de Santa Fe. Después de comer con su familia que, para celebrar el honor con el que el Colegio le había dispensado, había preparado un ágape al gusto y placer de su ya incipiente exquisito paladar, se fue a buscar a sus amigos, sin encontrar a ninguno de ellos.


Pero el ser humano, absolutamente convencido de su libertad, hace y deshace según sus criterios, aunque la vida, que ni piensa, ni siente, ni padece, o eso parece, en realidad es la que maneja todos los hilos de las inocentes y crédulas polichinelas humanas, de tal forma que lo que tiene que ser siempre es, aunque esté vestido de una tupida casualidad aleatoria.

Volvía Jandro, algo entristecido por no poder contactar con sus íntimos y, de camino, contarles las nuevas y embriagadoras sensaciones que aquella mañana le había hecho sentir, así como su decepción por la figura del que, hasta entonces, había sido su Guerrero del Antifaz vivo, cuando se encontró de frente con una chica. No vestía de colegio, aunque él sabía a qué colegio iba. Nunca había sido su objeto de deseo, ni tan solo de sus sueños, porque en él, aun no se habían despertado las hormonas que en esos años determinan si, independientemente de que el cuerpo corresponda a un macho o a una hembra, ellas tiren en el sentido que a bien les venga, pudiendo, con esa libertad aleatoria de que están dotadas, crear en el incipiente cuerpo y mente de cualquier chico una correspondencia lógica con su organismo o todo lo contrario. No, no iban las intenciones por ahí, ni por parte de ella, haciéndose intencionadamente la encontradiza, ni por él, que en ese campo navegaba cual patera a la deriva de las corrientes del estrecho.

-Hola Jandro- le sonrió colocándose a su lado y paso. El la miró algo sorprendido, aunque con mirada ausente de cualquier oculta intencionalidad. Al fin y al cabo, él tenía dos hermanas y por tanto, tratar con chicas no le era en absoluto novedoso.

-Hola, Angus. ¿No has ido al colegio esta tarde?-

-Tuve que ir con mi madre a la modista.- le miró de reojo y le preguntó -¿Dónde vas?. ¿No estás con tus amigos esta tarde?- Fue a contestarle cuando al mirar hacia ella, observó como la chica daba dos pasos muy seguidos, mientras le miraba esperando su respuesta. Jandro, olvidándose por completo de las preguntas que le había dirigido Angus, se quedó mirando cómo ella, cada dos o tres de sus zancadas se iba quedando detrás y, para ponerse a su altura, tenía que dar algunos pasos casi corriendo. La miró sorprendido, comprobando que no solo era como él de alta, sino que quizás tenía algún centímetro más. No entendiendo lo que pasaba, se paró de pronto en su caminar, comprobando cómo ella, sin esperar su reacción, seguía andando unos pasos más, forzada por la semi carrera que él involuntariamente le hacía llevar.

-¿Por qué en vez de ir casi corriendo no das los pasos más largos?- Le preguntó de pronto.

-¿Cómo?- ella se quedó absolutamente con la mente en blanco, al no esperar ni la repentina parada ni la sorprendente pregunta que le hacía Jandro.

-Te estoy mirando y veo que vienes a mi lado corriendo. Si eres como yo de alta, ¿por qué tienes que correr?-

-No lo sé; yo no puedo dar los pasos tan largos como tú- le contestó rápidamente y algo molesta por el cambio de conversación. Jandro comprobó que no llevaba falda estrecha, algo que en aquellos años y una niña de 14 difícilmente conseguiría que sus padres le permitieran salir a la calle así vestida, y sin entender nada comenzó de nuevo a andar, pero en esta ocasión algo más lento para que ella no tuviese que ir corriendo a su lado.

Nunca hubo ni habría atracción física ni amorosa entre ellos, pero ella, involuntariamente, le hizo dar el primer paso hacia ese maravilloso, sorprendente y atractivo mundo en el que la mujer vive y se desenvuelve, haciendo, sin pedírselo, como acostumbra a ser, que adecuase su caminar al de ella. Y no le desagradó, como nada de lo que a partir de ahora comenzaría a conocer.

Al contestarle Jandro que se dirigía a casa porque no había conseguido encontrar a sus amigos, ella le preguntó que si le importaba acompañarla hasta su colegio, para encontrarse con sus amigas a la salida del mismo y así le explicaran que habían estudiado esa tarde. No le importó hacerlo y caminaron juntos casi sin hablarse; para el chico, hablar con una chica era algo complicado porque si oyendo a sus hermanas en casa nada le interesaba de lo que comentaban, hacerlo con una conocida con la que solo había cruzado algún que otro saludo, le parecía una enorme pérdida de tiempo.

Fue a cruzar la calle para ir directamente hacia el colegio de ella cuando Angus le corrigió.

-No, no cojas por ese lado, mejor por donde yo voy.

-Pero niña, si por aquí se va directo- insistió él mientras seguía su camino.

-No, es que si...- dudó un instante, demasiado pequeño como para que la inocente y simple mente del chico lo notase, y prosiguió –me gustaría pasar por la calle Caracuel para comprar unos caramelos- y mientras le hablaba le tendió la mano al mismo tiempo que esbozó una inocente y picaresca sonrisa. Jandro se paró, se volvió, dobló su cabeza al mismo tiempo que la miraba y, sin entender su propia reacción, retrocedió y se puso a su lado; por supuesto que no le hizo el menor aprecio a la “repelente y blandengue” mano extendida de ella.

El segundo paso dado hacia el mundo de la mujer en una misma tarde no fue suficiente como para llegar a encender algún piloto rojo de aviso en el complicado cerebro del púber e inocente chico. Simplemente lo hizo, eso sí, sin entender por qué.

Tras caminar a lo largo de toda la calle, comprar los caramelos y ofrecerle uno, llegaron a la plaza en la que se encontraba el colegio, pero en la esquina contraria, justo donde, metidos en un portal, Jandro pudo ver a sus amigos en animada charla. De no haber llegado por la calle elegida por ella, no los hubiese podido encontrar, ya que el camino que Jandro había comenzado les llevaba exactamente a la puerta del colegio. Al verlos, la primera reacción de Jandro fue separarse de ella y caminar en su dirección, pero Angus, que en todo lo que estaba haciendo había una intencionalidad oculta, le siguió los pasos.

Al verlos llegar, su amigo Luis salió del portal y empujándole hacia la calle le preguntó.

-¿Tu vienes con Angus?. ¿Dónde te la has encontrado?- le tiraba del brazo mientras le preguntaba. Lo nervioso de sus palabras y movimientos le extrañaron a Jandro que le dio un pequeño empujón y le preguntó en voz algo más alta.

-¿Qué te pasa?. ¿Eres tonto?- al pronunciar estas preguntas con la suficiente fuerza como para que su voz llegase a los oídos de amigos y “chica adjunta”, el regordete rostro de Luis se encendió como las bombillas del portal de la feria, mientras su cara se convertía en una muesca compleja y de difícil interpretación. Sin darle la mayor importancia, Jandro le preguntó -¿Qué hacéis aquí?- comprobando, al mirar hacia atrás, que estaba los cuatro juntos, ya que Miguel Angel también estaba entre ellos; fue él precisamente el que le contestó

-Aquí estamos desde hace una hora…- Joaquín le empujó para callarlo mientras miraba a Luis que, disimuladamente se había escondido de la mirada de la chica detrás de Jandro.

Hubo un instante de silencio durante el que Jandro les miró a todos, excluida lógicamente la chica y, sin esperar más de sus amigos les dijo.

-Yo me voy a casa- y comenzó a andar sin esperar respuesta alguna. Pero la hubo; su amigo Miguel Angel, el más pequeño de edad de todos, salió corriendo hasta alcanzarle y ponerse a su altura.


-Es que a esos tontos les ha dado ahora por vigilar a las chicas y llevamos toda la tarde esperando a que salgan del colegio- Jandro le preguntó sorprendido.

-¿Vigilar a las chicas?. ¿Para qué?. Si con esas no se puede hablar de nada y además, cuando hablas con ellas, las tontas se ponen a mirarte con una cara de cordero degollado y los ojos se le ponen bizcos. ¡Claro, como a esos no les gusta el deporte y se aburren, se vienen a perder el tiempo vigilando si las chicas van del colegio a casa!. ¡Valiente tontería!- y comenzando una rápida carrera, se vuelve hacia su amigo. –A ver quien llega antes. El primero elige si portería o balón.-

Jugaron al futbol en casa de Jandro, como tantas tardes y fines de semana y, alrededor de las siete aparecieron los otros tres. Ni les saludaron; se sentaron en un rincón del patio, alejados del obligado paso de cualquier otra persona que inesperadamente pudiera aparecer, cuchicheando entre ellos.

Finalmente y cansados de jugar, se acercaron los dos deportistas.

-Cada día estáis más aburridos- les increpó Jandro al acercarse. Al oírle, se echaron a reír y Joaquín, indiscutiblemente el más avispado de ellos, le contestó.

-Si, si, aburridos; vosotros dos sois los aburridos que aun no habéis salido del cascaron. Todo el día dándole patadas a un balón redondo para luego correr detrás de él a ver si lo cogéis- se sentaron juntos pero sin decir palabra, esperando oír lo que entre ellos hablaban. Como siempre, Joaquín tomó la palabra.

-Luis, tenemos que decidir quien de los dos sale con Angus, porque como Salva e Irene se gustan- Luis refunfuñó al oírle, no parecía convencerle mucho el tener por contrincante a Joqui. De pronto se le iluminó la cara y le preguntó

-Oye, Joqui ¿Y si salimos una vez cada uno con ella?- por esos derroteros seguía la conversación, en la que cualquier espectador externo podría comprobar la importancia que para ellos pudiera tener la opinión de la chica, cuando Jandro, levantándose, les dijo.

-¿Estáis hablando de salir con chicas en vez de irnos al club juntos?. Pero si las niñas son todas unas plastas y no hay quien las entienda…- Salva no le dejó seguir.

-A ver si te enteras, niñato, que ya es hora que espabiles. Irene me ha dicho que le gustas mucho a Loli y que te convenza para que salgas con ella. ¿Es que a ti no te gustan las chicas?. Lo que hay que hacer por los amigos. Mira, el sábado por la tarde hemos quedado con Angus para que nos encontremos con ellas en el parque; van a ir todas y tú tienes que venir porque si no lo haces y una se queda sola, estropea todo el plan, así que vete pensando si sigues con nosotros como amigo o te vas solo al club a jugar al tenis- no esperaba Jandro aquello y se quedó algo cortado, pensando. Todos le miraban y su mirada se posó en Miguel Angel. Joaquín, como leyendo su pensamiento, le atajó la salida.

-Miguel Angel va a salir con Carmen.


-¡Eso no te lo crees ni tú; si quieres sal tú con ella. Valiente callo!. Además, yo no necesito salir con esas tontas- saltó Miguel como un resorte. Inconscientemente se acercó a Jandro, como para sentirse más fuerte.

-Yo estoy de acuerdo. Tampoco a mi me gusta Loli, está muy gorda, aunque tenga los ojos muy bonitos y, lo de Carmen es para reíros del pobre Miguel. ¿Por qué no vas tú con ella en vez de pelearte con Luis por ir con la tonta de los ojos de ovejita muerta?- Luis, bastante más tranquilo que Joaquín y mucho menos bromista, intervino.

-Es que si no venís, las amigas no querrán hacerlo tampoco y ya sabéis como son los padres de Angus; no la dejarán.

-Pues que no las dejen; nos vamos nosotros al club y nos lo pasamos mejor- intervino Jandro de nuevo.

-Pero es que Angus me ha prometido que si nos vemos en el parque mañana, me dejará que le dé un beso… en la boca- y miró a Joaquín.

-¡¡¡Asccccccc, qué puercos!!!- gritó Miguel- ¡¡¡un beso lleno de babas de una niña!!!- y se puso a saltar como si le hubiese picado una avispa; momento en el que Joaquín saltó sobre Luis como una fiera, echándole las manos al cuello y gritando.

-¡¡¡Eres un cerdo. Eso era lo que tenías que hablar con ella a solas!!!- le dio un empujón y se fue mientras decía –ahora, el que no va mañana soy yo. Que vaya él solo a limpiarle los mocos a esa tonta- y, sin esperar a ninguno de ellos, se fue para su casa.

Allí quedaron los cuatro mirándose mutuamente sin saber qué hacer ni decir. Nunca, hasta ese momento, se habían enfadado entre ellos. Se gastaban bromas, se pegaban amistosamente, a veces se gritaban, pero jamás llegaban al extremo en el que en ese momento se encontraban. “Y todo por una niña tonta que no sabía ni por qué no andaba más rápido”, pensó Jandro.

-Yo me subo a casa y mañana en el cole decidimos qué vamos a hacer el sábado, pero, Luis, tu entiendes que a mi, eso de pasar la tarde en el parque con esa niña, no me apetezca nada y a Miguel menos aun- se quedó pensando viendo las caras de Salva y Luis –bueno, mejor lo hablamos mañana- y, sin darles opción a contestar, se subió a casa.

CAPITULO V: EL TERCER Y ULTIMO PASO

Con trazos extraños define la vida los caminos que cada uno ha de recorrer, imponiéndose hasta a los más asentados y versados criterios, tanto si son de nuestros progenitores como de todos aquellos que dedican la vida a enseñar a quienes no saben y desean saber. Si, tantos años pisando el barro de este miserable mundo para sacar esta única conclusión. Aunque, a veces, la dureza de la vida se torna suave y, hasta temporalmente agradable al sentir de quien es llevado de la mano involuntariamente por dichos trazos. Agradable he dicho, sí, y lo mantengo.

Alguna vez tenía que aparecer entre ellos una pelea de chicos, pero, como pensaba el pobre chaval, “¡No por culpa de una estúpida niña!”. Aquellos dos días de colegio se convirtieron en un ir y venir de Luis a Joaquín, de Joaquín a Luis, pero Joqui no parecía dispuesto a perdonar el atropello premeditado y alevoso que Luis había cometido. Poco lectivas fueron las clases, papelitos arriba y abajo, de pupitre en pupitre, de mano en mano y siempre, la misma piedra, Luis.

La cabeza de Jandro anduvo dando vueltas y volteretas, paseos y carreras hasta que, al final de la mañana del sábado, saliendo del colegio, se le ocurrió la solución. Se acercó a Luis, previa conversación con Miguel y le detuvo.


-¿Tu estarías dispuesto a no estar a solas con Angus esta tarde?.- Siguió sin darle opción a contestar –si me lo prometes, Miguel y yo aceptaremos ir al parque con las niñas, pero con la condición de estar todos juntos- Luis se le quedó mirando detenidamente. Su cabeza daba vueltas y revueltas que, por ahora, Jandro no entendía. Finalmente aceptó.

-De acuerdo, pero Joqui tampoco-

-Ninguno; las niñas harán lo que nosotros queramos, que somos los hombres- ¡Inocente chaval!. Pero, ¿cómo es posible que un futuro hombre llegue a la edad de casi 14 años sin que nadie le haya dicho nada sobre Dios y la mujer?. Pero, ¿por qué la Iglesia se empeñaba en ocultar la más grande verdad: “Dios propone y la mujer dispone”?. Me entran ganas de llorar amargamente cuando evoco estos momentos de la vida de este párvulo, púber e inocente animalito de presa.

¡Dios mío!. ¡Cuantos desaguisados se podrían evitar si alguien nos avisase de tan dura realidad. En fin, sigamos con el relato de aquellos tristes, oscuros y nefastos días de la postguerra y comienzo de la dictadura.

Nada más oír a Luis, Jandro salió corriendo en busca de Joqui.

-Luis me ha prometido que no se quedará a solas con Angus, pero que peleará hasta el final para que ella salga con él. Así que, ya no tienes excusa para volver a la panda. Eso sí, Miguel y yo nos vamos a tragar una tarde que gracias a vosotros…- le puso la mano en el hombro para animarle.

-¿A que hora hemos quedado?- preguntó inmediatamente Joaquín, signo inequívoco de las ganas que tenía de encontrar una solución.

Y quedaron. Y casi una hora antes, Luis y Joaquín, ya amigos como siempre, esperaban a Jandro en el patio de su casa. Llegó Salva y finalmente Miguel y aquellos cinco jinetes de la Apocalipsis, salieron hacia el parque, a su primera cita con unas chicas. No todos llevaban el mismo talante, pero todos, como los mosqueteros, se aunaron y prepararon la forma de hacer que ese primer encuentro fuese una toma de contacto generalizada. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!. Inocentes criaturas, nacidas de vientre materno.

Llegaron al parque, pero no tuvieron que esperar mucho, pronto se dejaron oír las “tontas risitas” de las que, a partir de ahora, se iban a convertir en la obsesión de aquellos pobres inocentes.

Venían corriendo, empujándose unas a otras y Jandro, como el restos de los jinetes, no pudo evitar mirar como aquellas cortitas faldas y expresivos escotes, al correr, saltar o agacharse, dejaban entrever un mundo nuevo pero soñado por los pobres ignorantes. Por supuesto que, todas ellas, al salir de casa vestían largas faldas y blusas abrochadas hasta el último botón bajo el cuello. El milagro de la conversión del “agua en vino” nadie sabe donde ocurrió.

Y se contaron chistes. Y hubo inocentes roces; también se habló de los respectivos colegios y de las artes de cada cual; en fin, una clásica y sencilla forma de romper el hielo para que ellas, de forma disimulada e inocente, fuesen tomando posiciones estratégicas, envidia de los mejores generales del Caudillo; en aquellos años no había otro.

No más de una hora necesitaron las chicas para comenzar los respectivos ataques. Cada una lo hizo a su estilo y aire y Loli, la gordita, hoy se la llamaría maciza, y bien plantada electora de Jandro, optó por las bromas de empujarle, ponerle ramitas en la cabeza, y tantas otras formas que una mujer tenía en aquellos lánguidos años para hacer que él fijase su mirada y mente en ella.

Se complicaron las cosas y en un movimiento inocente e involuntario de Jandro, tocó con sus dedos en lo que debería ser por la edad incipiente pecho pero que, en Loli, ya era mas bien abultado. Aquello lo conturbó y ella, tomando conciencia del momento psicológicamente débil que él pasaba, saltó sobre él, tirándolo desde el banco al suelo y ella cayendo, ¡sorprendentemente¡, sentada sobre su pecho, con sus piernas abiertas y un pie a cada lado de él.

Ante los ojos de Jandro apareció de pronto todo un mundo de nuevas imágenes. Piernas, muslos y al fondo, el color blanco de la pureza tapando el monte de Venus y toda su belleza. Su corazón comenzó a golpearle el pecho, como queriendo romper sus costillas y salir galopando y gritando al viento su nacimiento a la nueva vida. Todo un borbotón de sangre, errando el camino a seguir por culpa de la inexperiencia, subió a su rostro y este, sin poderlo contener, se tiñó de rojo intenso. Loli, viendo su expresión y la dirección de su mirada, rompió a reír mientras, lentamente, se fue acercando a él y pegándose con todo su peso y fuerzas le besó en los labios.

Largo, tan enormemente largo fue aquel primer encuentro con la sensualidad que una mujer es capaz de expresar que, Jandro, creyó haber pasado horas tendido de espaldas sobre la seca hierba del parque, con Loli sobre su cuerpo, enseñándole cuantas maravillas puede esconder la ropa en una mujer y para qué sirven unos labios sensuales y carnosos.

Nunca lo olvidaría. Tanto que, el deporte pasó a ser un “obligado” trabajo semanal, como ir al colegio.

Aquella noche, una imprevista e inoportuna explosión de espermas inundó las albas y hasta entonces puras sábanas de un chico de bien que había dado el tercer y último paso en el maravilloso hábitat donde nacen, crecen, se reproducen y jamás mueren las mujeres.

Dos semanas mas tarde, saliendo del baño de fin de semana, se quedó absorto contemplando como del pubis comenzaban a brotarle fantásticos y negros bellos, aunque la realidad era que solo una insignificante pelusilla medio poblaba su entrepierna.

¡Qué poder tan enorme el de una mujer!. Y alguien me comentó una vez : “Y Dios, arriba, mirando y sonriendo”. En fin…

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