LIBERACION
Despacio hasta la poza, de allí al hombre, una dos tres y hasta seis veces tuvo que realizar el viaje. En la última ocasión tuvo que dejar el cubo sobre el suelo hasta tres veces, las fuerzas empezaban a fallarle.
No quiero entrar en detalles de la operación de lavado, ni de las veces que el pobre Alejandro estuvo a punto de soltar la cena de la noche anterior. Al tremendamente desagradable olor se empezaba a acostumbrar, pero entre la serpiente escondida, la pena que el pobre viejo le daba y las ganas que tenía de salir de allí para siempre y quitarse la tensión nerviosa en la que se encontraba desde que decidió seguir en su aventura, fueron fuerzas suficientes para hacer el resto. Ahora, ya podía distinguir la pierna de la roca y las diferentes rocas que le tenían aprisionado. Se agachó y observó como una de las piedras estaba encajada desde arriba hacia abajo. Podría tener las dimensiones de un adoquín de los que se usan para construir las aceras de las calles. Por detrás se entallaba contra el paredón y por delante contra la pierna del viejo. Al intentar moverla, el viejo gruñó. –Hijo, ten cuidado eso podría llegar a partirme la pierna- pero Jandro pensó: “Si le ha dolido es porque con ese esfuerzo la he movido y si se mueve...” y le preguntó.
-¿Podría intentar tirar de su pierna hacia arriba cuando yo le diga?-
-¿Para arriba? Pero hijo, si mi pie es mas grande que mi pierna... Jandro, sin dejarle hablar repitió.
-¿Podría usted, señor?-
-Vaya, pronto empiezas a mandar, mocoso; pero, si lo haces será porque sabes lo que ocurre por ahí. Dime cuando tiro.- Jandro metió lentamente uno de sus brazos entre las dos rocas, para alcanzar el extremo de la que aprisionaba la pierna. No encontrándolo, acercó su cabeza al hueco y al mirar hacia el interior, la vio.
Lo primero fueron sus ojos, enormemente abiertos, con esa pupila vertical, alargada y tan negra como el olvido dentro del iris amarillento, a escasos centímetros de sus ojos que... ¡Como se puede olvidar una visión así, ni aunque pasen mil años! El hipnotismo que producen esas pupilas cuando se las mira de frente es algo que jamás se olvidará; pero, si debajo de ellas, se ven dos enormes colmillos, amenazadores, puntiagudos y feroces, entonces la visión se convierte en el fondo de pantalla del cajón de los recuerdos que todos llevamos dentro.
Fue tan impactante e imprevista la aparición que, no tuvo ni opción a sentir miedo, tal fue el grado de paralización que sufrió.
Le despertaron pequeños golpes sobre su muslo derecho y, de fondo, la voz del viejo que hablaba con alguien.
- Debe haber sido el esfuerzo que el pobre ha hecho. Vaya, parece que despiertas, zagal- prosiguió la voz mas animada y pararon los golpes en su muslo. –Zagal, comprendo que estés agotado, pero si no me sacas pronto de aquí, la noche se nos va a echar encima y no podrás volver a casa hasta mañana- se paró mientras observaba la reacción del chico. Este, conmocionado por el momento vivido, solo tuvo fuerzas para, sin moverse, comprobar con sus ojos que la víbora seguía en posición amenazadora, pero no la encontró. Poco a poco se rehizo y, tomando aire, intentó seguir con su trabajo. Esta vez notó como su mano llegaba al final de la piedra y pensó: “Creo que no es tan grande como pensaba y podré con ella” y, levantando la vista hacia el viejo le dijo
-Intente tirar ahora de su pierna hacia arriba- mientras él, con sus codos apoyados en los guijarros del fondo haciendo de palanca para forzar la elevación de la roca. La roca se movió, lo suficiente como para que el viejo moviera algo su pierna pero, también, para que se le escapara un bufido de dolor, que enmudeció al instante.
-Bien zagal, hemos conseguido cambiar el dolor de sitio, pero no ha estado mal. Lo intentamos de nuevo cuando me digas.
Cambió la posición de sus codos para hacer mejor palanca, clavó los tacones de sus sandalias en donde encontró un apoyo y, apretando con todas sus fuerzas le ordenó al viejo.
-¡Ahora!- Y, efectivamente, la roca se movió y observó como el pie salía de la trampa que le tenía aprisionado. Se quedó tendido sobre tan incómoda cama, recuperando aire y fuerzas, con los ojos cerrados, mientras notaba todo su cuerpo empapado por el sudor del esfuerzo, del miedo y del agua que aun seguía cayendo del cuerpo del viejo que, en pie y apoyado con sus dos manos en las paredes de la roca, se observaba la pierna.
Le miró y ¿sonrió? Bajo aquellas barbas y mugre, era bastante aventurado asegurar haber visto una sonrisa. Sentándose en el suelo, le levantó el pantalón de la pierna aprisionada para comprobar su estado. No parecía rota, aunque jamás había visto una pierna en tal estado. Algo de sangre había, pero ya formaba una costra dura sobre la que pudo ser una herida.
-¿Le duele? ¿Puede andar?- el viejo puso la mano sobre su hombro -¿ya empiezas a correr de nuevo? Ve despacio, zagal, si hoy no hubieses venido, yo estaría todavía ahí, vivo o ya muerto, que para el caso es lo mismo.
-No diga usted eso, que Dios le va a castigar- le recriminó Jandro, escandalizado por lo que había oído.
-Y ¿donde andaba tu Dios todo este tiempo que he estado ahí jodido?- No estaba Jandro acostumbrado al uso de esas palabras y aún menos, hablando de Dios. Por eso, olvidando todo lo pasado, incluso la víbora que, sin verla, sabía que andaba cerca, le contestó.
- Posiblemente ayudando a otros como usted. ¿Y quien cree que me envió aquí esta mañana?- luego le obligó a ponerse en movimiento en dirección al lugar donde había recogido el agua para limpiarle. El viejo guardó silencio unos instantes y, colocando con lentitud y cuidado su dolorido pie en el suelo, comenzó a andar, apoyado en el chico. Algo se fraguaba en una parte de su mente, mientras la otra parte la empleaba en equilibrar el cuerpo para evitar cargar todo su peso sobre la pierna dañada, pero, sin pronunciar una sola palabra, llegaron al borde de la poza donde desde las alturas, caía la perenne lluvia limpia y transparente que la alimentaba. Le ayudó a sentarse sobre el húmedo musgo y él, sin pensarlo se metió bajo el gran chorro de agua. Al golpearle, perdió el equilibrio y, resbalando por la alfombra multicolor, cayó en el centro de la poza. No dejó de mover brazos y piernas para contrarrestar el frío del agua, pero el terror, el calor y el esfuerzo vividos necesitaba expulsarlos definitivamente de su cuerpo. El viejo le contempló desde su asiento y, animado por Jandro, metió, primero los pies y poco a poco su cuerpo, hasta llegar a la cintura, límite máximo al que a un hombre de su cultura y vivencias le permitían llegar.
Jandro vio como el viejo, indicándole con el dedo, le decía que no se acercase al otro lado de la poza. No necesitaba hacerlo, por lo menos hoy; solo tenía una enorme necesidad de limpiarse, de purificarse, de sentirse otra vez nuevo.
Sintiendo cómo el frío le iba invadiendo su cuerpo, paralizándole los músculos, el chico se acercó nadando hasta el lugar donde el viejo, una vez terminado su exiguo baño, se había sentado sobre una roca.
-¿Ves zagal? Yo nunca supe mantenerme sobre el agua y veo con envidia como lo haces tú. Pero, de haber sabido, nunca hubiese aprendido otras cosas- no le dejó terminar Jandro, sorprendido de lo que oía.
-Si usted no sabe nadar, ¿cómo pudo llegar hasta este lado de la cortada? Y ¿Cómo sale de la cortada para poder alimentarse?
-Te lo contaré, pero no hoy. Supongo que en tu casa tus padres se estarán preguntando por donde andas- en ese instante Jandro tomó conciencia del tiempo que llevaba allí. Miró hacia arriba, intentando saber la hora que era por la posición del sol pero, el fondo de la cortada siempre estaba en eterna penumbra. –No lo podrás saber aquí abajo pero si sales ahora camino de vuelta, llegarás antes de que anochezca.- El chico comenzó a escalar las rocas por el mismo sitio por donde había llegado. Todos sus movimientos eran lentos y pensados porque, por más años que pasasen, el recuerdo de aquellos ojos amarillos y negros le acompañarían hasta el final de sus días. Antes de pasar al otro lado de la cortada, Jandro le preguntó
-¿Puedo decirles donde estuve? Alguna explicación le tengo que dar a mis padres, si es que me dan tiempo a hacerlo.
-Te agradecería que nada digas de este lado de la boca- se quedó un momento pensativo y decidió –dile a tu padre que yo le daré toda la explicación. Que me encontraste en la cortada; no tienes por qué explicar en qué lugar, solo en la boca del Diablo. Cuando cumplas el castigo que deben imponerte, vuelve y te contaré muchas cosas que te gustarán y que te mereces. Es la única forma que tengo para darte las gracias, pues nada tengo, solo conocimientos que te ayudarán en el futuro. Ahora, ya puedes correr, Bala está aquí abajo conmigo, pero ten cuidado, hay otras muchas Balas y piedras sueltas con las que tropezar.
Despacio hasta la poza, de allí al hombre, una dos tres y hasta seis veces tuvo que realizar el viaje. En la última ocasión tuvo que dejar el cubo sobre el suelo hasta tres veces, las fuerzas empezaban a fallarle.
No quiero entrar en detalles de la operación de lavado, ni de las veces que el pobre Alejandro estuvo a punto de soltar la cena de la noche anterior. Al tremendamente desagradable olor se empezaba a acostumbrar, pero entre la serpiente escondida, la pena que el pobre viejo le daba y las ganas que tenía de salir de allí para siempre y quitarse la tensión nerviosa en la que se encontraba desde que decidió seguir en su aventura, fueron fuerzas suficientes para hacer el resto. Ahora, ya podía distinguir la pierna de la roca y las diferentes rocas que le tenían aprisionado. Se agachó y observó como una de las piedras estaba encajada desde arriba hacia abajo. Podría tener las dimensiones de un adoquín de los que se usan para construir las aceras de las calles. Por detrás se entallaba contra el paredón y por delante contra la pierna del viejo. Al intentar moverla, el viejo gruñó. –Hijo, ten cuidado eso podría llegar a partirme la pierna- pero Jandro pensó: “Si le ha dolido es porque con ese esfuerzo la he movido y si se mueve...” y le preguntó.
-¿Podría intentar tirar de su pierna hacia arriba cuando yo le diga?-
-¿Para arriba? Pero hijo, si mi pie es mas grande que mi pierna... Jandro, sin dejarle hablar repitió.
-¿Podría usted, señor?-
-Vaya, pronto empiezas a mandar, mocoso; pero, si lo haces será porque sabes lo que ocurre por ahí. Dime cuando tiro.- Jandro metió lentamente uno de sus brazos entre las dos rocas, para alcanzar el extremo de la que aprisionaba la pierna. No encontrándolo, acercó su cabeza al hueco y al mirar hacia el interior, la vio.
Lo primero fueron sus ojos, enormemente abiertos, con esa pupila vertical, alargada y tan negra como el olvido dentro del iris amarillento, a escasos centímetros de sus ojos que... ¡Como se puede olvidar una visión así, ni aunque pasen mil años! El hipnotismo que producen esas pupilas cuando se las mira de frente es algo que jamás se olvidará; pero, si debajo de ellas, se ven dos enormes colmillos, amenazadores, puntiagudos y feroces, entonces la visión se convierte en el fondo de pantalla del cajón de los recuerdos que todos llevamos dentro.
Fue tan impactante e imprevista la aparición que, no tuvo ni opción a sentir miedo, tal fue el grado de paralización que sufrió.
Le despertaron pequeños golpes sobre su muslo derecho y, de fondo, la voz del viejo que hablaba con alguien.
- Debe haber sido el esfuerzo que el pobre ha hecho. Vaya, parece que despiertas, zagal- prosiguió la voz mas animada y pararon los golpes en su muslo. –Zagal, comprendo que estés agotado, pero si no me sacas pronto de aquí, la noche se nos va a echar encima y no podrás volver a casa hasta mañana- se paró mientras observaba la reacción del chico. Este, conmocionado por el momento vivido, solo tuvo fuerzas para, sin moverse, comprobar con sus ojos que la víbora seguía en posición amenazadora, pero no la encontró. Poco a poco se rehizo y, tomando aire, intentó seguir con su trabajo. Esta vez notó como su mano llegaba al final de la piedra y pensó: “Creo que no es tan grande como pensaba y podré con ella” y, levantando la vista hacia el viejo le dijo
-Intente tirar ahora de su pierna hacia arriba- mientras él, con sus codos apoyados en los guijarros del fondo haciendo de palanca para forzar la elevación de la roca. La roca se movió, lo suficiente como para que el viejo moviera algo su pierna pero, también, para que se le escapara un bufido de dolor, que enmudeció al instante.
-Bien zagal, hemos conseguido cambiar el dolor de sitio, pero no ha estado mal. Lo intentamos de nuevo cuando me digas.
Cambió la posición de sus codos para hacer mejor palanca, clavó los tacones de sus sandalias en donde encontró un apoyo y, apretando con todas sus fuerzas le ordenó al viejo.
-¡Ahora!- Y, efectivamente, la roca se movió y observó como el pie salía de la trampa que le tenía aprisionado. Se quedó tendido sobre tan incómoda cama, recuperando aire y fuerzas, con los ojos cerrados, mientras notaba todo su cuerpo empapado por el sudor del esfuerzo, del miedo y del agua que aun seguía cayendo del cuerpo del viejo que, en pie y apoyado con sus dos manos en las paredes de la roca, se observaba la pierna.
Le miró y ¿sonrió? Bajo aquellas barbas y mugre, era bastante aventurado asegurar haber visto una sonrisa. Sentándose en el suelo, le levantó el pantalón de la pierna aprisionada para comprobar su estado. No parecía rota, aunque jamás había visto una pierna en tal estado. Algo de sangre había, pero ya formaba una costra dura sobre la que pudo ser una herida.
-¿Le duele? ¿Puede andar?- el viejo puso la mano sobre su hombro -¿ya empiezas a correr de nuevo? Ve despacio, zagal, si hoy no hubieses venido, yo estaría todavía ahí, vivo o ya muerto, que para el caso es lo mismo.
-No diga usted eso, que Dios le va a castigar- le recriminó Jandro, escandalizado por lo que había oído.
-Y ¿donde andaba tu Dios todo este tiempo que he estado ahí jodido?- No estaba Jandro acostumbrado al uso de esas palabras y aún menos, hablando de Dios. Por eso, olvidando todo lo pasado, incluso la víbora que, sin verla, sabía que andaba cerca, le contestó.
- Posiblemente ayudando a otros como usted. ¿Y quien cree que me envió aquí esta mañana?- luego le obligó a ponerse en movimiento en dirección al lugar donde había recogido el agua para limpiarle. El viejo guardó silencio unos instantes y, colocando con lentitud y cuidado su dolorido pie en el suelo, comenzó a andar, apoyado en el chico. Algo se fraguaba en una parte de su mente, mientras la otra parte la empleaba en equilibrar el cuerpo para evitar cargar todo su peso sobre la pierna dañada, pero, sin pronunciar una sola palabra, llegaron al borde de la poza donde desde las alturas, caía la perenne lluvia limpia y transparente que la alimentaba. Le ayudó a sentarse sobre el húmedo musgo y él, sin pensarlo se metió bajo el gran chorro de agua. Al golpearle, perdió el equilibrio y, resbalando por la alfombra multicolor, cayó en el centro de la poza. No dejó de mover brazos y piernas para contrarrestar el frío del agua, pero el terror, el calor y el esfuerzo vividos necesitaba expulsarlos definitivamente de su cuerpo. El viejo le contempló desde su asiento y, animado por Jandro, metió, primero los pies y poco a poco su cuerpo, hasta llegar a la cintura, límite máximo al que a un hombre de su cultura y vivencias le permitían llegar.
Jandro vio como el viejo, indicándole con el dedo, le decía que no se acercase al otro lado de la poza. No necesitaba hacerlo, por lo menos hoy; solo tenía una enorme necesidad de limpiarse, de purificarse, de sentirse otra vez nuevo.
Sintiendo cómo el frío le iba invadiendo su cuerpo, paralizándole los músculos, el chico se acercó nadando hasta el lugar donde el viejo, una vez terminado su exiguo baño, se había sentado sobre una roca.
-¿Ves zagal? Yo nunca supe mantenerme sobre el agua y veo con envidia como lo haces tú. Pero, de haber sabido, nunca hubiese aprendido otras cosas- no le dejó terminar Jandro, sorprendido de lo que oía.
-Si usted no sabe nadar, ¿cómo pudo llegar hasta este lado de la cortada? Y ¿Cómo sale de la cortada para poder alimentarse?
-Te lo contaré, pero no hoy. Supongo que en tu casa tus padres se estarán preguntando por donde andas- en ese instante Jandro tomó conciencia del tiempo que llevaba allí. Miró hacia arriba, intentando saber la hora que era por la posición del sol pero, el fondo de la cortada siempre estaba en eterna penumbra. –No lo podrás saber aquí abajo pero si sales ahora camino de vuelta, llegarás antes de que anochezca.- El chico comenzó a escalar las rocas por el mismo sitio por donde había llegado. Todos sus movimientos eran lentos y pensados porque, por más años que pasasen, el recuerdo de aquellos ojos amarillos y negros le acompañarían hasta el final de sus días. Antes de pasar al otro lado de la cortada, Jandro le preguntó
-¿Puedo decirles donde estuve? Alguna explicación le tengo que dar a mis padres, si es que me dan tiempo a hacerlo.
-Te agradecería que nada digas de este lado de la boca- se quedó un momento pensativo y decidió –dile a tu padre que yo le daré toda la explicación. Que me encontraste en la cortada; no tienes por qué explicar en qué lugar, solo en la boca del Diablo. Cuando cumplas el castigo que deben imponerte, vuelve y te contaré muchas cosas que te gustarán y que te mereces. Es la única forma que tengo para darte las gracias, pues nada tengo, solo conocimientos que te ayudarán en el futuro. Ahora, ya puedes correr, Bala está aquí abajo conmigo, pero ten cuidado, hay otras muchas Balas y piedras sueltas con las que tropezar.
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