LA REDENCION
Y volvieron de la excursión, tantas veces que Jandro terminó pensando que aquel castigo empezaba a ser demasiado largo cuando, un día, alrededor de las once, como casi siempre, volvieron todos de la excursión y, antes que el padre, algo más retrasado, llegase, su hermano mayor se le acercó y le dijo - Papá ha estado hablando con El Víboras, pero no sabemos nada más porque no nos ha querido decir nada- el chico se quedó pensativo y sentado, con otro libro de un tal Platón, del que aquella mañana había escrito en su cuaderno de resúmenes: “No hace más que hablar y preguntar, pero no le entiendo nada”, sobre sus manos, esperando la llegada de su padre. Lo hizo poco tiempo después, entró de inmediato en el despacho, le miró y sonriéndole por primera vez desde aquél triste día, le preguntó -¿Has hecho el resumen de hoy?- Jandro asintió con la cabeza pero él, sin darle tiempo a nada siguió –bien, voy a ducharme, mientras, ve con tus hermanos pero no te alejes que tu madre y yo tenemos que hablar contigo- salió y cerró la puerta tras sí. No le dio Jandro mucha ventaja a su padre pues, nada más cerrar la puerta, salió disparado hacia la otra que conectaba con el recibidor y, antes que su padre llegase a la escalera, él ya se encontraba en el jardín, haciendo sonar la grava bajo sus alpargatas, en busca de sus hermanos. El jardín estaba construido en dos alturas e interconectados por unas enormes escalinatas. A ambos lados de la misma habían construido unos pretiles de fábrica y sobre ellos, a forma de remate, habían colocado una hilada de piedra de granito pulida. Por supuesto, difícilmente se podría ver bajar las escalinatas a alguno de los hermanos o amigos que casi siempre tenían invitados pasando con ellos algunos días. Todos se deslizaban a modo de tobogán por encima de las barandillas y, al llegar a la parte baja del jardín, saltaban hasta dar con las manos en una especie de jardines colgantes que mantenían esa parte ajardinada siempre en sombra. Bajo dichos jardines colgantes se dibujaban caminos separados entre sí por altos setos, a modo de laberinto y, justo en el centro del gran cuadrado que ocupaba todo el jardín, se encontraba un enorme y frondoso árbol, cuyas ramas, altas y alargadas, se extendían como un verde paraguas sobre el jardín colgante. Para subir al gigantesco árbol, primero era necesario acceder al jardín colgante y, posteriormente, por una de las esquinas que coincidía con el lugar por donde una de las alargadas y horizontales ramas del árbol pasaba. Claro es que, también para subir al jardín colgante, era necesario conocer exactamente donde se encontraba la oculta escalera de metal que el jardinero tenía siempre puesta para podar y limpiar de maleza la tupida y verde sombrilla. Lugar de encantamiento y con encanto que, los hermanos y amigos, usaban para esconderse de los mayores y relatar cuentos, aventuras y desventuras de gentes de la sierra y otros maléficos y tétricos lugares. Cuando Jandro llegó al lugar donde estaban, ya sabían que llegaba, ya que, no solo era un lugar “esotérico” y “privado”, sino que si los padres les hubiesen encontrado a esas alturas sentados como bien podían entre ramas y tablas puestas a modo de suelo y fijadas a las ramas y tronco del árbol como Dios les dio a entender, posiblemente el castigo y la “expulsión del paraíso” hubiese sido sonada en toda la provincia. Todos tenían su lugar exclusivo aunque el suyo se lo había cedido a su amigo Luis mientras duraba su castigo, por lo que, al llegar, tuvo que quedarse con la espalda pegada al enorme tronco y en pié. Sin esperar a que se acomodara, las preguntas le cayeron como el agua por la cascada de la cortada. No pudo evitar un gesto de importancia ante tan enardecido público, ávido de sus noticias. -¿Te han dicho quien es El Víboras? -¿Qué te ha contado papá? - ¿Qué le dijo a papá? -¿Vas a volver a ver al Víboras? Y tantas otras que Jandro no pudo por menos que mirarlos a todos y pedir que alguno le dejase sentarse en su sitio. Todos sus movimientos los hacía lentamente, quizás recordando las palabras del viejo o imitando a los protagonistas de las películas del oeste; en aquellos tiempos no había otras y si las hubo, Jandro nunca tuvo noticias de ello. Finalmente, una vez acomodado y habiendo guardado el consabido silencio, absolutamente necesario para que las preguntas parasen y el “público” prestase la “obligada” atención, comenzó a contestar. -Aun no he hablado con papá, pero me ha dicho que no me aleje, que me van a llamar enseguida. Yo no sé que le habrá contado El Víboras, pero si le ha dicho lo que pasó, supongo que podré volver a verle. Yo quiero ir otra vez porque me dijo que me iba a enseñar muchas cosas que nunca había visto nadie. El pequeño Enzo, que siempre se encontraba en la parte más baja de las ramas por orden directa del capitán, el hermano mayor, le tiró del pantalón preguntándole. - ¿Jandro, tenía víboras el señor?- Jandro se le quedó mirando mientras pensaba cómo le iba a contestar sin que nada del miedo vivido se trasluciese a través de sus palabras. “¡Qué bueno es tener un hermano pequeño para que te haga las preguntas que estás deseando que te hagan y, al contestarlas, tu público te tome en brazos y te eleve hasta la cúspide del Olimpo de los elegidos dioses!” y, Jandro, aunque aun joven, no desperdició la ocasión. -¿Víboras? Tantas que nos rodeaban por todos lados. Se ponían en pié, sobre sus colas y sacaban esos colmillos enormes amenazándote para que no te puedas mover. Pero yo no sentí miedo en ningún momento porque como sabéis que las víboras, mientras mueven la cabeza no atacan, pues me dediqué a curar al señor- su hermano el mayor saltó como un gato sobre él en ese instante, dándole tal susto que estuvo a punto de caer al jardín colgante desde la rama donde se encontraba sentado. -¿Moviendo la cabeza? ¡Claro, ahora bailan la danza del festín antes de pegar el mordisco! ¿Ya te estás inventando otra trola? No le hagáis caso; este no ha visto una víbora ni de lejos- y salió saltando por las ramas hacia el suelo. Los otros le siguieron mirando en espera de una respuesta. -Sí, mueven la cabeza, de un lado al otro, muy lentamente porque, en el campo, todo se mueve lentamente, excepto cuando se lanzan al ataque. Me lo dijo el señor, que sabe todo lo que pasa en el monte; pero yo no le dije nada a papá porque sé que papá lo sabe eso. También es verdad que cuando estaba sacándole la pierna de la roca, me encontré con la víbora a menos de una cuarta de mi cara. Tenía los ojos amarillos y lo negro de dentro del ojo, no es redondo como los nuestros, sino alargado de arriba a abajo. -¿Y no te picó? ¿A mi tampoco me van a picar?- le preguntó la inocente mirada de su hermano. -No me picó pero yo creo que no lo hizo porque estaba ayudando a su amigo- en ese momento sonó de nuevo la voz del hermano mayor que desde abajo le reclamaba. -Papá dice que vayas corriendo y deja ya de enrollarte con todos- la gloriosa subida al Olimpo de los dioses se vino abajo de un zarpazo. Cerrando los ojos un momento, comenzó a descender del árbol. Pero no le importó, sabía que si las cosas eran como tenían que ser, recobraría el momento glorioso y, poniendo los pies en el suelo, salió corriendo hacia la casa. Entró en el despacho como queriendo batir algún imaginado record de velocidad y, parándose delante de sus padres, esperó que hablaran. -Siéntate hijo, lo que tenemos que hablar contigo es largo, pero, cierra primero la puerta; tus hermanos se enterarán de todo en el momento oportuno- mientras Jandro volvía sobre sus pasos para cerrar y sentarse, sus padres le miraban sonriendo. De nuevo, su padre tomó la palabra -Bien Jandro, durante este tiempo que ha pasado desde que te fuiste sin autorización a las Buitreras, tu madre y yo hemos hablado bastantes veces del tema. Posteriormente, tu amigo El Víboras se puso en contacto conmigo y me contó su versión de los hechos. La conclusión de todo ello es la siguiente. Por una parte, tú realizaste una acción que en ningún caso tus padres te hubiesen autorizado, irte solo hasta las Buitreras y estar casi todo el día fuera del control y conocimiento nuestro. Por ello recibiste un castigo que creemos ha sido justo y justificado. Ya lo has cumplido- se quedó en silencio unos instantes, como esperando alguna reacción de su hijo, pero este no hizo amago alguno de hablar o moverse. En aquellos tiempos, por mucho amor, amistad, confianza o mala educación que hubiese, tanto por parte de los hijos hacia los padres o de estos hacia sus hijos, lo que sí imperaba en casi todos los hogares era el respeto que los hijos tenían y demostraban hacia sus padres. Ese respeto era el que, mientras su padre estuviese hablando, jamás Jandro le interrumpiría. Y así siguió siendo. El padre siguió - Por otra parte, hijo, tanto tu madre como yo, actuamos de una forma que en ningún caso tu te has merecido y, hemos necesitado que El Víboras nos confirmase tu versión para darnos cuenta del error que hemos cometido contigo. Nunca nos has mentido y en este caso tampoco lo hiciste pero, nosotros, no te hemos creído. Por ello, tanto tu madre como yo, te pedimos perdón por nuestra falta de confianza en ti, pero te prometemos que jamás volverá a ocurrir. Esperamos que tú nos perdones- y se quedó en silencio mirándole. ¡Cómo explicar con palabras la sensación de perplejidad, los sentimientos de admiración y profundo respeto que de pronto inundaron el alma del pobre chico al ver a sus queridísimos padres, el dios de la razón y la justicia, la diosa del amor y la paciencia, pidiéndole perdón por algo que Jandro ni llegaba a entender. ¡El nudo que se le formó en la garganta fue tan determinante que las lágrimas afloraron a sus ojos y no pudo reaccionar! Su madre, viéndolo totalmente desarmado, se levantó de su sillón y cogiéndolo por los hombros lo atrajo hacia sí, dándole un fuerte abrazo y diciéndole -Gracias hijo por ser como eres. Pero siéntate, tu padre quiere contarte algo sobre tu amigo El Víboras que creemos te va a interesar- Le separó de sí y al mismo tiempo que le sentaba, le dio un pañuelo para que se secara las lágrimas que él se intentaba quitar con los puños. - ¿Estás bien?- Jandro asintió con la cabeza mirando a su padre- en ese caso te contaré una pequeña historia que ocurrió en Ronda hace bastantes años- se acomodó en su sillón observando cómo el brillo de los ojos de su hijo se normalizaba. -En el año 1.917 o 18, en un cortijo cercano a Ronda se cometió un crimen. Parece ser que el motivo fue que el hijo del dueño del cortijo se enamoró de una chica muy guapa pero que ya estaba casada con otro hombre que trabajaba de aparcero en el cortijo. Bueno, por cuestiones que tú aún no entenderías, el aparcero mató al hijo del cortijero y salió huyendo hacia la sierra. Lo buscaron muchos años, tanto las fuerzas locales como la Guardia Civil, pero nunca nadie supo más de ese hombre. Hace diez o doce años, empezó a correr por estas sierras la noticia de que había un montaraz que convivía con víboras y cuidaba un pequeño rebaño de cabras que encontraba desperdigadas por los montes. -Cuando me contaste tu historia y me hablaste de la víbora, enseguida supe que era él, pero hasta que esta mañana él mismo me lo ha confesado, no he sabido que El Víboras es el mismo hombre que mató al cortijero hace ya cuarenta años- en ese momento llamaron a la puerta del despacho. La madre se levantó para abrir y salir de la habitación. El padre esperó a ver por qué les interrumpían y, viendo como su mujer le hacía una seña desde la puerta, se levantó y salió también. Al poco tiempo, su madre volvió a entrar en el despacho. -Jandro, te puedes ir a jugar con tus hermanos hasta que tu padre te llame de nuevo; ha venido la Guardia Civil, por el tema del Víboras, pero creo que tu padre lo podrá arreglar, no te preocupes. Jandro se quedó algo sorprendido y le preguntó -¿Por qué papá ha llamado a la Guardia Civil? ¿Los ha avisado por lo del Víboras? -No hijo, no. Los llamó para que nos ayudaran a buscarte; luego para avisarles que ya habías vuelto a casa y, lógicamente, quisieron saber qué había pasado. Ahora supongo que tu padre les estará contestando a sus preguntas. Es una obligación que todos tenemos con ellos; son los que intentan mantener en orden todos estos montes- y empujándole cariñosamente –anda, ve con tus hermanos que luego te seguirá contando la historia. Falta lo mejor- y dándole un beso lo envió hacia la puerta que daba al cuarto de estar, para que saliese por la cocina en vez de la entrada principal, donde se encontraban hablando su padre con la Guardia Civil. No volvió a hablar con sus padres hasta la noche. Coincidieron las visitas de otras personas y unos amigos que llegaron para pasar el fin de semana con ellos. Así pues, con el paso de las horas, Jandro estuvo haciendo conjeturas de todos los colores, sobre todo por la posibilidad de que la Guardia Civil fuese a buscar a su amigo y ya no le pudiese enseñar sus secretos. Aunque si no lo habían encontrado en tantos años, él no estaba dispuesto a revelar cómo había dado con él y donde se encontraba su escondite. Justo cuando su madre les llamaba para cenar, también su padre se acercó al salón donde cada noche se reunían los hermanos y amigos para contar aquellas historias de miedos y asesinos que a los más pequeños encantaban pero que, a la hora de ir a dormir, les ataban a los pantalones de sus hermanos mayores y no se les podía dejar solos en sus dormitorios hasta que el sueño le ganaba la partida a todos los miedos y monstruos del mundo. Cuando se acercó al comedor para cenar, su madre le dio una bandeja con su cena y le indicó la puerta del despacho. -Ve a cenar al despacho, mientras tu padre termina de contarte todo y no olvides que mientras que él no te autorice, nada puedes decir a tus hermanos. Puede que no lo entiendas pero papá te lo explicará. Anda, ve que te está esperando- y allí fue, seguro de que aquella noche sabría toda la verdad de su amigo El Víboras. Entró y se sorprendió al ver que el amigo de su padre, al que todos llamaban tío Lorenzo, estaba sentado con él charlando de cosas de mayores, pero él, obediente, se acercó a su padre y se le quedó mirando. -Bueno hijo, ¿seguimos con la historia de El Víboras? Siéntate y cena mientras te cuento y no te preocupes, el tío Lorenzo ya lo sabe todo- aquello último no le gustó mucho; nada tenía contra su tío pero que supiese antes que él toda la historia no le pareció bien. -Este hombre, Manuel o Manolo el Largo, como le apodaban en el cortijo, una vez que mató al hijo del cortijero, huyó por las sierras que tan perfectamente conocía, ya que uno de sus trabajos consistía en buscar y recuperar cabezas de ganado perdidas, ya que el aparcero de una de las vegas del cortijo, era su padre. Así fue como desapareció de la vista de todos. Nada me ha contado sobre su vida a partir de esos momentos, solo conozco lo que la Guardia Civil me ha referido con respecto a El Víboras, pues ya hace casi diez años que muchos le han visto por los montes recogiendo plantas y animales perdidos y luego los lleva a pastar por zonas de muy difícil acceso- se quedó un momento en silencio, pensando -Pero dime, hijo. Hay algo que no me cuadra en todo este tema. Cierto es, y ya te lo he dicho, que la historia que me has contado es exactamente igual que la referida por él, pero... ¿Donde le encontraste?- Alejandro, que en ese momento estaba masticando parte de su comida, se atragantó y tosiendo tuvo que dejar la bandeja en la mesa y ponerse en pie para no ahogarse. Durante esos instantes, le dio vueltas en su cabeza a la contestación que tenía que darle a su padre sin mentir pero, como le había prometido al Víboras, sin poder decir la verdad. Unos golpecitos en la espalda y un buen trago de agua le quitaron la tos y le dieron el tiempo necesario para saber qué iba a contestar. -Cuando crucé la poza nadando hasta la orilla del la cortada, seguí andando hacia adentro unos metros y fue allí dentro donde le oí quejarse. -Todo perfecto excepto un pequeño detalle. Un hombre del campo, con su edad, difícilmente puede cruzar a nado la poza y sus víboras aun menos porque temen el agua. ¿Cómo pudo entrar en la cortada? ¿Llegaste a ver el final de la cortada por el otro extremo, hijo? - Al final vi una enorme cascada y otra poza, pero más pequeña que terminaba en unas grandes rocas, pero el señor no me dejó que me acercase al borde. - En ese caso, por el otro lado de la cortada, por donde está el puente de los franceses debe estar la entrada. Bien, como es posible que te autorice a verle de nuevo, lógicamente acompañado de tu hermano el mayor o por mí mismo, ya le preguntaremos por donde accede a la cortada; me gustaría conocer el paraje. Y creo que has sido muy valiente al ser capaz de sacarle del apuro en el que se encontraba. Me hizo prometerle que te autorizaría a verle de nuevo pues se encuentra en deuda contigo, según él le salvaste la vida, y quiere devolverte parte del favor- Se puso a comentar algo con el tío Lorenzo, momentos que Jandro aprovechó para pensar todo lo que le habían contado y cuando se atrevería a pedirle a su padre que le dejase volver con El Víboras. Pero, en ese momento le vino a la mente el recuerdo de la visita de la Guardia Civil y, olvidando las buenas costumbres, interrumpió la charla de su padre. -Papá...- el padre le miró algo sorprendido, pero sonriente. -Dime hijo. -¿La Guardia Civil va a ir a buscarlo por lo del cortijo?- el padre le miró con cariño y poniéndole la mano sobre su cabeza, le dijo -Anda, vete a terminar de cenar al comedor y, no te preocupes por tu amigo, nadie va a ir a buscarle- -Pero, si mató a un hombre, eso es un pecado. Jajá jajá, las risas del padre y del tío sonaron en toda la habitación, sorprendiendo al chico que, con los ojos muy abiertos les miraba atónito sin entender donde estaba la gracia. -Hijo, un pecado es una falta cometida contra las leyes de Dios y solo Dios puede castigarle por ello. Lo que él hizo fue también un delito contra las leyes de los hombres y aunque hubo durante muchos años una orden del gobierno de caza y captura contra él y, posiblemente aun esté vigente, nadie tiene ni intención de arrestarle ni motivos para hacerlo, porque solo nosotros sabemos quien es realmente; así que quédate tranquilo que por ese lado no peligra la libertad de tu amigo. Y, ahora, déjanos solos que tenemos que hablar. Volvieron las excursiones con su padre y hermanos; volvieron las horas de estudio preparando el siguiente curso, como acostumbraba a sentenciar el dios del conocimiento, el padre, tanto si se había aprobado todo como si hubiese quedado alguna asignatura para setiembre. La verdad es que en aquella casa no es que todos fueran superdotados, no, es que, suspender una asignatura en junio, podía ser como la excomunión de la Santa Madre Iglesia. Nunca recordaba Jandro un suspenso, ni suyo ni de algún hermano. El programa durante aquellos maravillosos tres meses de vacaciones en aquella perdida pero paradisíaca casona, cerca de la estación de Gaucín, también llamada El Colmenar, junto al río Guadiaro y muy cerca de su nacimiento en las Buitreras, era algo singular, pero realmente denso en contenido y, por tanto, entretenido. Todos los días sonaba diana, con lluvia artificial, a las siete aproximadamente; solo se podía tomar leche con colacao, para evitar pesadez de estómago durante las largas caminatas por los montes y valles de alrededor. Excursión diaria hasta las diez u once, dependiendo del programa que el padre hacía. La más larga de ellas era la que les llevaba a la Boca del Diablo, en la entrada a la garganta o cortada de las Buitreras. También iban al pantano donde se encontraba la central eléctrica de la Sevillana, a la cumbre del monte Hacho, desde la que los días claros se podía ver África y otros muchos lugares de cierto interés paisajístico o cultural, como el bosque de pinsapos, único en Europa. A la vuelta de la excursión, cansados, sucios y sudados, todos los chicos, en bañador, se lanzaban a una poza que el sinuoso río hacía en una preciosa curva al tropezar en su recorrido con una cortada de roca granítica pura; en el lado contrario a la curva, se había formado una pequeña playa de grava y una especie de piscina con gran profundidad pero de aguas tan claras que el fondo se podía ver perfectamente desde las altas rocas desde donde se lanzaban los atrevidos chavales. Una hora de baño máximo, por orden gubernamental, ya que no estaba considerado como una diversión sino como un acto de limpieza y relajación de músculos. A la vuelta a casa, les esperaba un desayuno de esos que nada más verlo, la boca se deshacía en largos hilos de baba y el estómago comenzaba a rugir de tal forma que, en ocasiones, se formaban verdaderos conciertos matinales. La enorme mesa del comedor en la que en alguna ocasión llegaron a sentarse hasta treinta personas, los siete hermanos y los cuatro o cinco amigos que siempre había invitados por los padres, se acomodaban en una esquina en la que ya estaban esperándoles sendas tazas de colacao y en el centro de la mesa, el gran festín. Dos o tres enormes fuentes de pan frito, cortado en tiras para mojar en el colacao; dos o tres enormes fuentes de huevos fritos, con chorizo o morcilla de Ronda que olían como los mismos ángeles. Jamás la madre pudo entender cómo tal cantidad de comida podía desaparecer en tan poco tiempo. No sé si la madre tenía mano para la cocina o el hambre con el que aquellos tragones llegaban después de la excursión era descomunal, lo cierto es que, el momento del desayuno, era esperado y conocido, entre todos los que alguna vez tuvieron la suerte de vivir en aquel maravilloso lugar de vacaciones, como el momento de la gloria. Pero, no todo era diversión, después del bendito desayuno, comenzaban las horas lectivas, tanto para hijos como para invitados. Una por las mañanas y dos por las tardes; nadie se llevaba a engaño pues, tanto hijos como invitados, tenían conocimiento de dichas “costumbres”. Por supuesto que no todo era tan malo; después de la consabida hora de estudios, el fantástico baño en el río. A diferencia del “aseo” de las once, este no tenía limitación de tiempo; el problema consistía en que el agua estaba tan fría que, a las dos horas todos tiritaban bajo las toallas buscando un lugar al sol. El juego diario estaba relacionado con el aprender a nadar y bucear mejor que los demás. Cada chico disponía de una pequeña bandera triangular de color, atada a un alambre. Se lanzaban al agua y las escondían entre los recovecos de las rocas y piedras que formaban el vaso de la enorme piscina natural o entre las altas y verdes hierbas que crecían en el fondo del río. Quien “cazaba”, encontraba, una bandera de otro, le retaba a un largo nadado en la piscina natural, con la diferencia que el cazado salía nadando desde un extremo de la “piscina” mientras que el cazador se lanzaba desde lo alto de una roca. Se ganaban puntos que, al final de la semana, se sumaban para que el ganador fuese galardonado por los demás con el consabido paseo a hombros por el jardín, alrededor de la casona y presentado a los mayores como el campeón. Algún regalo siempre caía por parte de los padres, tíos o amigos de ellos. Jandro, buen buceador y mejor nadador, consiguió ganar aquella semana y, cuando era presentado, a hombro de sus esclavos, a los mayores, su padre le sorprendió con un regalo. -Como ganador de esta semana, te autorizo a que vayas mañana a visitar a tu amigo; por supuesto que acompañado de tu hermano- levantando sus manos al cielo, con los dedos corazón e índice extendidos, Jandro se consideró el chico más feliz del mundo y, ordenando imperiosamente a sus esclavos que le llevasen hasta la escalinata de entrada a la casona, salió corriendo escaleras arriba hasta su dormitorio donde, lanzándose de cabeza sobre su cama, se tendió boca arriba. Dejó fluir libremente su imaginación hasta que le despertó un chorro de agua sobre su cara. -Te estamos esperando para comer- le dijo su padre mientras salía del dormitorio. Saltó de la cama y se reunió con el resto de los comensales.
Y volvieron de la excursión, tantas veces que Jandro terminó pensando que aquel castigo empezaba a ser demasiado largo cuando, un día, alrededor de las once, como casi siempre, volvieron todos de la excursión y, antes que el padre, algo más retrasado, llegase, su hermano mayor se le acercó y le dijo - Papá ha estado hablando con El Víboras, pero no sabemos nada más porque no nos ha querido decir nada- el chico se quedó pensativo y sentado, con otro libro de un tal Platón, del que aquella mañana había escrito en su cuaderno de resúmenes: “No hace más que hablar y preguntar, pero no le entiendo nada”, sobre sus manos, esperando la llegada de su padre. Lo hizo poco tiempo después, entró de inmediato en el despacho, le miró y sonriéndole por primera vez desde aquél triste día, le preguntó -¿Has hecho el resumen de hoy?- Jandro asintió con la cabeza pero él, sin darle tiempo a nada siguió –bien, voy a ducharme, mientras, ve con tus hermanos pero no te alejes que tu madre y yo tenemos que hablar contigo- salió y cerró la puerta tras sí. No le dio Jandro mucha ventaja a su padre pues, nada más cerrar la puerta, salió disparado hacia la otra que conectaba con el recibidor y, antes que su padre llegase a la escalera, él ya se encontraba en el jardín, haciendo sonar la grava bajo sus alpargatas, en busca de sus hermanos. El jardín estaba construido en dos alturas e interconectados por unas enormes escalinatas. A ambos lados de la misma habían construido unos pretiles de fábrica y sobre ellos, a forma de remate, habían colocado una hilada de piedra de granito pulida. Por supuesto, difícilmente se podría ver bajar las escalinatas a alguno de los hermanos o amigos que casi siempre tenían invitados pasando con ellos algunos días. Todos se deslizaban a modo de tobogán por encima de las barandillas y, al llegar a la parte baja del jardín, saltaban hasta dar con las manos en una especie de jardines colgantes que mantenían esa parte ajardinada siempre en sombra. Bajo dichos jardines colgantes se dibujaban caminos separados entre sí por altos setos, a modo de laberinto y, justo en el centro del gran cuadrado que ocupaba todo el jardín, se encontraba un enorme y frondoso árbol, cuyas ramas, altas y alargadas, se extendían como un verde paraguas sobre el jardín colgante. Para subir al gigantesco árbol, primero era necesario acceder al jardín colgante y, posteriormente, por una de las esquinas que coincidía con el lugar por donde una de las alargadas y horizontales ramas del árbol pasaba. Claro es que, también para subir al jardín colgante, era necesario conocer exactamente donde se encontraba la oculta escalera de metal que el jardinero tenía siempre puesta para podar y limpiar de maleza la tupida y verde sombrilla. Lugar de encantamiento y con encanto que, los hermanos y amigos, usaban para esconderse de los mayores y relatar cuentos, aventuras y desventuras de gentes de la sierra y otros maléficos y tétricos lugares. Cuando Jandro llegó al lugar donde estaban, ya sabían que llegaba, ya que, no solo era un lugar “esotérico” y “privado”, sino que si los padres les hubiesen encontrado a esas alturas sentados como bien podían entre ramas y tablas puestas a modo de suelo y fijadas a las ramas y tronco del árbol como Dios les dio a entender, posiblemente el castigo y la “expulsión del paraíso” hubiese sido sonada en toda la provincia. Todos tenían su lugar exclusivo aunque el suyo se lo había cedido a su amigo Luis mientras duraba su castigo, por lo que, al llegar, tuvo que quedarse con la espalda pegada al enorme tronco y en pié. Sin esperar a que se acomodara, las preguntas le cayeron como el agua por la cascada de la cortada. No pudo evitar un gesto de importancia ante tan enardecido público, ávido de sus noticias. -¿Te han dicho quien es El Víboras? -¿Qué te ha contado papá? - ¿Qué le dijo a papá? -¿Vas a volver a ver al Víboras? Y tantas otras que Jandro no pudo por menos que mirarlos a todos y pedir que alguno le dejase sentarse en su sitio. Todos sus movimientos los hacía lentamente, quizás recordando las palabras del viejo o imitando a los protagonistas de las películas del oeste; en aquellos tiempos no había otras y si las hubo, Jandro nunca tuvo noticias de ello. Finalmente, una vez acomodado y habiendo guardado el consabido silencio, absolutamente necesario para que las preguntas parasen y el “público” prestase la “obligada” atención, comenzó a contestar. -Aun no he hablado con papá, pero me ha dicho que no me aleje, que me van a llamar enseguida. Yo no sé que le habrá contado El Víboras, pero si le ha dicho lo que pasó, supongo que podré volver a verle. Yo quiero ir otra vez porque me dijo que me iba a enseñar muchas cosas que nunca había visto nadie. El pequeño Enzo, que siempre se encontraba en la parte más baja de las ramas por orden directa del capitán, el hermano mayor, le tiró del pantalón preguntándole. - ¿Jandro, tenía víboras el señor?- Jandro se le quedó mirando mientras pensaba cómo le iba a contestar sin que nada del miedo vivido se trasluciese a través de sus palabras. “¡Qué bueno es tener un hermano pequeño para que te haga las preguntas que estás deseando que te hagan y, al contestarlas, tu público te tome en brazos y te eleve hasta la cúspide del Olimpo de los elegidos dioses!” y, Jandro, aunque aun joven, no desperdició la ocasión. -¿Víboras? Tantas que nos rodeaban por todos lados. Se ponían en pié, sobre sus colas y sacaban esos colmillos enormes amenazándote para que no te puedas mover. Pero yo no sentí miedo en ningún momento porque como sabéis que las víboras, mientras mueven la cabeza no atacan, pues me dediqué a curar al señor- su hermano el mayor saltó como un gato sobre él en ese instante, dándole tal susto que estuvo a punto de caer al jardín colgante desde la rama donde se encontraba sentado. -¿Moviendo la cabeza? ¡Claro, ahora bailan la danza del festín antes de pegar el mordisco! ¿Ya te estás inventando otra trola? No le hagáis caso; este no ha visto una víbora ni de lejos- y salió saltando por las ramas hacia el suelo. Los otros le siguieron mirando en espera de una respuesta. -Sí, mueven la cabeza, de un lado al otro, muy lentamente porque, en el campo, todo se mueve lentamente, excepto cuando se lanzan al ataque. Me lo dijo el señor, que sabe todo lo que pasa en el monte; pero yo no le dije nada a papá porque sé que papá lo sabe eso. También es verdad que cuando estaba sacándole la pierna de la roca, me encontré con la víbora a menos de una cuarta de mi cara. Tenía los ojos amarillos y lo negro de dentro del ojo, no es redondo como los nuestros, sino alargado de arriba a abajo. -¿Y no te picó? ¿A mi tampoco me van a picar?- le preguntó la inocente mirada de su hermano. -No me picó pero yo creo que no lo hizo porque estaba ayudando a su amigo- en ese momento sonó de nuevo la voz del hermano mayor que desde abajo le reclamaba. -Papá dice que vayas corriendo y deja ya de enrollarte con todos- la gloriosa subida al Olimpo de los dioses se vino abajo de un zarpazo. Cerrando los ojos un momento, comenzó a descender del árbol. Pero no le importó, sabía que si las cosas eran como tenían que ser, recobraría el momento glorioso y, poniendo los pies en el suelo, salió corriendo hacia la casa. Entró en el despacho como queriendo batir algún imaginado record de velocidad y, parándose delante de sus padres, esperó que hablaran. -Siéntate hijo, lo que tenemos que hablar contigo es largo, pero, cierra primero la puerta; tus hermanos se enterarán de todo en el momento oportuno- mientras Jandro volvía sobre sus pasos para cerrar y sentarse, sus padres le miraban sonriendo. De nuevo, su padre tomó la palabra -Bien Jandro, durante este tiempo que ha pasado desde que te fuiste sin autorización a las Buitreras, tu madre y yo hemos hablado bastantes veces del tema. Posteriormente, tu amigo El Víboras se puso en contacto conmigo y me contó su versión de los hechos. La conclusión de todo ello es la siguiente. Por una parte, tú realizaste una acción que en ningún caso tus padres te hubiesen autorizado, irte solo hasta las Buitreras y estar casi todo el día fuera del control y conocimiento nuestro. Por ello recibiste un castigo que creemos ha sido justo y justificado. Ya lo has cumplido- se quedó en silencio unos instantes, como esperando alguna reacción de su hijo, pero este no hizo amago alguno de hablar o moverse. En aquellos tiempos, por mucho amor, amistad, confianza o mala educación que hubiese, tanto por parte de los hijos hacia los padres o de estos hacia sus hijos, lo que sí imperaba en casi todos los hogares era el respeto que los hijos tenían y demostraban hacia sus padres. Ese respeto era el que, mientras su padre estuviese hablando, jamás Jandro le interrumpiría. Y así siguió siendo. El padre siguió - Por otra parte, hijo, tanto tu madre como yo, actuamos de una forma que en ningún caso tu te has merecido y, hemos necesitado que El Víboras nos confirmase tu versión para darnos cuenta del error que hemos cometido contigo. Nunca nos has mentido y en este caso tampoco lo hiciste pero, nosotros, no te hemos creído. Por ello, tanto tu madre como yo, te pedimos perdón por nuestra falta de confianza en ti, pero te prometemos que jamás volverá a ocurrir. Esperamos que tú nos perdones- y se quedó en silencio mirándole. ¡Cómo explicar con palabras la sensación de perplejidad, los sentimientos de admiración y profundo respeto que de pronto inundaron el alma del pobre chico al ver a sus queridísimos padres, el dios de la razón y la justicia, la diosa del amor y la paciencia, pidiéndole perdón por algo que Jandro ni llegaba a entender. ¡El nudo que se le formó en la garganta fue tan determinante que las lágrimas afloraron a sus ojos y no pudo reaccionar! Su madre, viéndolo totalmente desarmado, se levantó de su sillón y cogiéndolo por los hombros lo atrajo hacia sí, dándole un fuerte abrazo y diciéndole -Gracias hijo por ser como eres. Pero siéntate, tu padre quiere contarte algo sobre tu amigo El Víboras que creemos te va a interesar- Le separó de sí y al mismo tiempo que le sentaba, le dio un pañuelo para que se secara las lágrimas que él se intentaba quitar con los puños. - ¿Estás bien?- Jandro asintió con la cabeza mirando a su padre- en ese caso te contaré una pequeña historia que ocurrió en Ronda hace bastantes años- se acomodó en su sillón observando cómo el brillo de los ojos de su hijo se normalizaba. -En el año 1.917 o 18, en un cortijo cercano a Ronda se cometió un crimen. Parece ser que el motivo fue que el hijo del dueño del cortijo se enamoró de una chica muy guapa pero que ya estaba casada con otro hombre que trabajaba de aparcero en el cortijo. Bueno, por cuestiones que tú aún no entenderías, el aparcero mató al hijo del cortijero y salió huyendo hacia la sierra. Lo buscaron muchos años, tanto las fuerzas locales como la Guardia Civil, pero nunca nadie supo más de ese hombre. Hace diez o doce años, empezó a correr por estas sierras la noticia de que había un montaraz que convivía con víboras y cuidaba un pequeño rebaño de cabras que encontraba desperdigadas por los montes. -Cuando me contaste tu historia y me hablaste de la víbora, enseguida supe que era él, pero hasta que esta mañana él mismo me lo ha confesado, no he sabido que El Víboras es el mismo hombre que mató al cortijero hace ya cuarenta años- en ese momento llamaron a la puerta del despacho. La madre se levantó para abrir y salir de la habitación. El padre esperó a ver por qué les interrumpían y, viendo como su mujer le hacía una seña desde la puerta, se levantó y salió también. Al poco tiempo, su madre volvió a entrar en el despacho. -Jandro, te puedes ir a jugar con tus hermanos hasta que tu padre te llame de nuevo; ha venido la Guardia Civil, por el tema del Víboras, pero creo que tu padre lo podrá arreglar, no te preocupes. Jandro se quedó algo sorprendido y le preguntó -¿Por qué papá ha llamado a la Guardia Civil? ¿Los ha avisado por lo del Víboras? -No hijo, no. Los llamó para que nos ayudaran a buscarte; luego para avisarles que ya habías vuelto a casa y, lógicamente, quisieron saber qué había pasado. Ahora supongo que tu padre les estará contestando a sus preguntas. Es una obligación que todos tenemos con ellos; son los que intentan mantener en orden todos estos montes- y empujándole cariñosamente –anda, ve con tus hermanos que luego te seguirá contando la historia. Falta lo mejor- y dándole un beso lo envió hacia la puerta que daba al cuarto de estar, para que saliese por la cocina en vez de la entrada principal, donde se encontraban hablando su padre con la Guardia Civil. No volvió a hablar con sus padres hasta la noche. Coincidieron las visitas de otras personas y unos amigos que llegaron para pasar el fin de semana con ellos. Así pues, con el paso de las horas, Jandro estuvo haciendo conjeturas de todos los colores, sobre todo por la posibilidad de que la Guardia Civil fuese a buscar a su amigo y ya no le pudiese enseñar sus secretos. Aunque si no lo habían encontrado en tantos años, él no estaba dispuesto a revelar cómo había dado con él y donde se encontraba su escondite. Justo cuando su madre les llamaba para cenar, también su padre se acercó al salón donde cada noche se reunían los hermanos y amigos para contar aquellas historias de miedos y asesinos que a los más pequeños encantaban pero que, a la hora de ir a dormir, les ataban a los pantalones de sus hermanos mayores y no se les podía dejar solos en sus dormitorios hasta que el sueño le ganaba la partida a todos los miedos y monstruos del mundo. Cuando se acercó al comedor para cenar, su madre le dio una bandeja con su cena y le indicó la puerta del despacho. -Ve a cenar al despacho, mientras tu padre termina de contarte todo y no olvides que mientras que él no te autorice, nada puedes decir a tus hermanos. Puede que no lo entiendas pero papá te lo explicará. Anda, ve que te está esperando- y allí fue, seguro de que aquella noche sabría toda la verdad de su amigo El Víboras. Entró y se sorprendió al ver que el amigo de su padre, al que todos llamaban tío Lorenzo, estaba sentado con él charlando de cosas de mayores, pero él, obediente, se acercó a su padre y se le quedó mirando. -Bueno hijo, ¿seguimos con la historia de El Víboras? Siéntate y cena mientras te cuento y no te preocupes, el tío Lorenzo ya lo sabe todo- aquello último no le gustó mucho; nada tenía contra su tío pero que supiese antes que él toda la historia no le pareció bien. -Este hombre, Manuel o Manolo el Largo, como le apodaban en el cortijo, una vez que mató al hijo del cortijero, huyó por las sierras que tan perfectamente conocía, ya que uno de sus trabajos consistía en buscar y recuperar cabezas de ganado perdidas, ya que el aparcero de una de las vegas del cortijo, era su padre. Así fue como desapareció de la vista de todos. Nada me ha contado sobre su vida a partir de esos momentos, solo conozco lo que la Guardia Civil me ha referido con respecto a El Víboras, pues ya hace casi diez años que muchos le han visto por los montes recogiendo plantas y animales perdidos y luego los lleva a pastar por zonas de muy difícil acceso- se quedó un momento en silencio, pensando -Pero dime, hijo. Hay algo que no me cuadra en todo este tema. Cierto es, y ya te lo he dicho, que la historia que me has contado es exactamente igual que la referida por él, pero... ¿Donde le encontraste?- Alejandro, que en ese momento estaba masticando parte de su comida, se atragantó y tosiendo tuvo que dejar la bandeja en la mesa y ponerse en pie para no ahogarse. Durante esos instantes, le dio vueltas en su cabeza a la contestación que tenía que darle a su padre sin mentir pero, como le había prometido al Víboras, sin poder decir la verdad. Unos golpecitos en la espalda y un buen trago de agua le quitaron la tos y le dieron el tiempo necesario para saber qué iba a contestar. -Cuando crucé la poza nadando hasta la orilla del la cortada, seguí andando hacia adentro unos metros y fue allí dentro donde le oí quejarse. -Todo perfecto excepto un pequeño detalle. Un hombre del campo, con su edad, difícilmente puede cruzar a nado la poza y sus víboras aun menos porque temen el agua. ¿Cómo pudo entrar en la cortada? ¿Llegaste a ver el final de la cortada por el otro extremo, hijo? - Al final vi una enorme cascada y otra poza, pero más pequeña que terminaba en unas grandes rocas, pero el señor no me dejó que me acercase al borde. - En ese caso, por el otro lado de la cortada, por donde está el puente de los franceses debe estar la entrada. Bien, como es posible que te autorice a verle de nuevo, lógicamente acompañado de tu hermano el mayor o por mí mismo, ya le preguntaremos por donde accede a la cortada; me gustaría conocer el paraje. Y creo que has sido muy valiente al ser capaz de sacarle del apuro en el que se encontraba. Me hizo prometerle que te autorizaría a verle de nuevo pues se encuentra en deuda contigo, según él le salvaste la vida, y quiere devolverte parte del favor- Se puso a comentar algo con el tío Lorenzo, momentos que Jandro aprovechó para pensar todo lo que le habían contado y cuando se atrevería a pedirle a su padre que le dejase volver con El Víboras. Pero, en ese momento le vino a la mente el recuerdo de la visita de la Guardia Civil y, olvidando las buenas costumbres, interrumpió la charla de su padre. -Papá...- el padre le miró algo sorprendido, pero sonriente. -Dime hijo. -¿La Guardia Civil va a ir a buscarlo por lo del cortijo?- el padre le miró con cariño y poniéndole la mano sobre su cabeza, le dijo -Anda, vete a terminar de cenar al comedor y, no te preocupes por tu amigo, nadie va a ir a buscarle- -Pero, si mató a un hombre, eso es un pecado. Jajá jajá, las risas del padre y del tío sonaron en toda la habitación, sorprendiendo al chico que, con los ojos muy abiertos les miraba atónito sin entender donde estaba la gracia. -Hijo, un pecado es una falta cometida contra las leyes de Dios y solo Dios puede castigarle por ello. Lo que él hizo fue también un delito contra las leyes de los hombres y aunque hubo durante muchos años una orden del gobierno de caza y captura contra él y, posiblemente aun esté vigente, nadie tiene ni intención de arrestarle ni motivos para hacerlo, porque solo nosotros sabemos quien es realmente; así que quédate tranquilo que por ese lado no peligra la libertad de tu amigo. Y, ahora, déjanos solos que tenemos que hablar. Volvieron las excursiones con su padre y hermanos; volvieron las horas de estudio preparando el siguiente curso, como acostumbraba a sentenciar el dios del conocimiento, el padre, tanto si se había aprobado todo como si hubiese quedado alguna asignatura para setiembre. La verdad es que en aquella casa no es que todos fueran superdotados, no, es que, suspender una asignatura en junio, podía ser como la excomunión de la Santa Madre Iglesia. Nunca recordaba Jandro un suspenso, ni suyo ni de algún hermano. El programa durante aquellos maravillosos tres meses de vacaciones en aquella perdida pero paradisíaca casona, cerca de la estación de Gaucín, también llamada El Colmenar, junto al río Guadiaro y muy cerca de su nacimiento en las Buitreras, era algo singular, pero realmente denso en contenido y, por tanto, entretenido. Todos los días sonaba diana, con lluvia artificial, a las siete aproximadamente; solo se podía tomar leche con colacao, para evitar pesadez de estómago durante las largas caminatas por los montes y valles de alrededor. Excursión diaria hasta las diez u once, dependiendo del programa que el padre hacía. La más larga de ellas era la que les llevaba a la Boca del Diablo, en la entrada a la garganta o cortada de las Buitreras. También iban al pantano donde se encontraba la central eléctrica de la Sevillana, a la cumbre del monte Hacho, desde la que los días claros se podía ver África y otros muchos lugares de cierto interés paisajístico o cultural, como el bosque de pinsapos, único en Europa. A la vuelta de la excursión, cansados, sucios y sudados, todos los chicos, en bañador, se lanzaban a una poza que el sinuoso río hacía en una preciosa curva al tropezar en su recorrido con una cortada de roca granítica pura; en el lado contrario a la curva, se había formado una pequeña playa de grava y una especie de piscina con gran profundidad pero de aguas tan claras que el fondo se podía ver perfectamente desde las altas rocas desde donde se lanzaban los atrevidos chavales. Una hora de baño máximo, por orden gubernamental, ya que no estaba considerado como una diversión sino como un acto de limpieza y relajación de músculos. A la vuelta a casa, les esperaba un desayuno de esos que nada más verlo, la boca se deshacía en largos hilos de baba y el estómago comenzaba a rugir de tal forma que, en ocasiones, se formaban verdaderos conciertos matinales. La enorme mesa del comedor en la que en alguna ocasión llegaron a sentarse hasta treinta personas, los siete hermanos y los cuatro o cinco amigos que siempre había invitados por los padres, se acomodaban en una esquina en la que ya estaban esperándoles sendas tazas de colacao y en el centro de la mesa, el gran festín. Dos o tres enormes fuentes de pan frito, cortado en tiras para mojar en el colacao; dos o tres enormes fuentes de huevos fritos, con chorizo o morcilla de Ronda que olían como los mismos ángeles. Jamás la madre pudo entender cómo tal cantidad de comida podía desaparecer en tan poco tiempo. No sé si la madre tenía mano para la cocina o el hambre con el que aquellos tragones llegaban después de la excursión era descomunal, lo cierto es que, el momento del desayuno, era esperado y conocido, entre todos los que alguna vez tuvieron la suerte de vivir en aquel maravilloso lugar de vacaciones, como el momento de la gloria. Pero, no todo era diversión, después del bendito desayuno, comenzaban las horas lectivas, tanto para hijos como para invitados. Una por las mañanas y dos por las tardes; nadie se llevaba a engaño pues, tanto hijos como invitados, tenían conocimiento de dichas “costumbres”. Por supuesto que no todo era tan malo; después de la consabida hora de estudios, el fantástico baño en el río. A diferencia del “aseo” de las once, este no tenía limitación de tiempo; el problema consistía en que el agua estaba tan fría que, a las dos horas todos tiritaban bajo las toallas buscando un lugar al sol. El juego diario estaba relacionado con el aprender a nadar y bucear mejor que los demás. Cada chico disponía de una pequeña bandera triangular de color, atada a un alambre. Se lanzaban al agua y las escondían entre los recovecos de las rocas y piedras que formaban el vaso de la enorme piscina natural o entre las altas y verdes hierbas que crecían en el fondo del río. Quien “cazaba”, encontraba, una bandera de otro, le retaba a un largo nadado en la piscina natural, con la diferencia que el cazado salía nadando desde un extremo de la “piscina” mientras que el cazador se lanzaba desde lo alto de una roca. Se ganaban puntos que, al final de la semana, se sumaban para que el ganador fuese galardonado por los demás con el consabido paseo a hombros por el jardín, alrededor de la casona y presentado a los mayores como el campeón. Algún regalo siempre caía por parte de los padres, tíos o amigos de ellos. Jandro, buen buceador y mejor nadador, consiguió ganar aquella semana y, cuando era presentado, a hombro de sus esclavos, a los mayores, su padre le sorprendió con un regalo. -Como ganador de esta semana, te autorizo a que vayas mañana a visitar a tu amigo; por supuesto que acompañado de tu hermano- levantando sus manos al cielo, con los dedos corazón e índice extendidos, Jandro se consideró el chico más feliz del mundo y, ordenando imperiosamente a sus esclavos que le llevasen hasta la escalinata de entrada a la casona, salió corriendo escaleras arriba hasta su dormitorio donde, lanzándose de cabeza sobre su cama, se tendió boca arriba. Dejó fluir libremente su imaginación hasta que le despertó un chorro de agua sobre su cara. -Te estamos esperando para comer- le dijo su padre mientras salía del dormitorio. Saltó de la cama y se reunió con el resto de los comensales.
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