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domingo, 14 de diciembre de 2008

UNA EXTRAÑA MIRADA



Louis oye el ding dang del reloj del salón marcando las nueve de la mañana, mientras lentamente se va haciendo el nudo de su corbata. Le tiemblan algo las manos; no puede evitar sentir esa sensación todos los lunes, cuando, impecablemente vestido, se dirige hacia la puerta de casa.

Al pasar por el salón su madre, siempre atenta a todos sus movimientos, le sale al paso.

- Anda, déjame que te arregle esa corbata. Con cuarenta años y siempre doblada.

Louis sonríe mientras le deja hacer; sabe que mejorará su aspecto y necesita estar perfecto, como cada lunes.

-¿Vas al museo? Ten cuidado al cruzar Rivoli, esa avenida tiene muy corto el tiempo del semáforo y siempre hay problemas.

- Lo haré, madre. No te preocupes, volveré, como siempre.

Ella le da un beso en la mejilla y Louis la aparta cariñosamente, mientras su mano izquierda busca el bastón tras la puerta de salida de la vivienda. No espera el ascensor, siempre ha sentido una especial necesidad de utilizar las escaleras, sintiendo como sus peldaños de madera crujen en distintos tonos su paso por ellas.

Vive en Daunou, esquina a Louis le Grand, calle por la que baja lentamente hasta llegar a Danielle Casanova. Sigue por su acera izquierda; sabe que a doscientos pasos mal contados se convierte en Petits Champs. No le gusta esta avenida por el enorme ruido de su tráfico y se desvía a la derecha, por las callejas de Saint – Roch, dÁrgentanuill, Echelle, hasta llegar a Rivoli.

Se para un instante y respira; ya huele la humedad del Sena y le gusta esa sensación, sobre todo, en esta época de primavera. Cruza la avenida lo más rápido que le permiten sus piernas, sabe que el semáforo es corto y el tráfico rápido. Sonríe recordando las palabras de su madre. Por la acera derecha de Rivoli, recorre sus últimos metros hasta el arco bajo Louvre medieval, para entrar en la plaza del carrusel. Inmediatamente la pirámide de vidrio y tras subir unas cuantas escaleras, las mecánicas no le gustan, le ponen nervioso, se encuentra en la Sala de las Naciones, ante su maravillosa Gioconda.

Respira profundamente y se extasía ante el cuadro de la mujer de sus sueños. Todos los lunes viene a visitarla desde hace años, cuando sin conocer su existencia pasó por esa sala y sintió algo tan profundo que ya nunca más pudo dejar de visitarla.

Los primeros turistas no le molestan, pero al cabo de una hora, el murmullo, movimiento y algún que otro zarandeo, le sacan de su ensoñación y volviendo a la realidad con cierto grado de mal humor, se dirige lentamente a la salida. Otro día más, otra semana más de espera ilusionante.


Antes de regresar a casa, se acerca a la orilla del Sena, busca un banco vacío y sentándose, se deja llevar por sus sentimientos. En alguna ocasión, escurridizas lágrimas se le han escapado sin control. Hoy no, hoy se encuentra animado.


Vuelve a casa, pero en esta ocasión lo hace en el metro. Es solo una estación en directo pero sus ánimos y ganas de pasear se han quedado en la sala junto al cuadro de sus ilusiones.

Abre la puerta, se acerca al salón donde sabe que su madre le espera pacientemente.

- Hoy vuelves algo más tarde.

- Si, tuve suerte y los turistas me dejaron…

La madre le interrumpe.

- Pero te noto una expresión mas viva. ¿Pasó algo?

- ¡Qué podría pasar! Todo sigue igual y así será siempre.

- Louis, ¿Cómo te has podido enamorar de ella? Pero si tú…

Louis vuelve la cabeza hacia su madre y le sonríe.

- Ya sé, madre. Yo soy ciego, pero mi ceguera está solo en mis ojos.