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sábado, 22 de noviembre de 2008

CAIDA "SIN" RED

¡Noche aquella, inolvidable, tan larga como completa, tan emotiva como sorprendente! Lo cierto es que hubo de todo. Quiso el buen y bien educado Alberto Pardo ir a la habitación del hotel para asearse un poco y confirmar la habitación y, Karamelo Color, tan en su papel de relaciones púbicas (perdón, la “l”) le acompañó en todo momento.

-Karamelo, por favor, ¿te importa esperarme mientras me ducho?- y ella, con esa caída de ojos cual persiana de grandes almacenes a las ocho de la tarde, le sonreía mientras, sentada sobre la cama, encendía un cigarrillo en paciente espera.

¡Ah! La tranquilidad junto a aquel hombre dura lo que la luz cegadora de un rayo de amor en los ojos de un púber. Primero un sorprendente gritito seguido del correspondiente golpe, el sonido de unas cortinas al rasgarse y... tranquilidad de nuevo.

Karam, tan poco acostumbrada aun a aquellos cambios en el orden universal, de un salto se puso de pie y en dos pasos se acercó a la puerta del baño.

-Alberto. ¡Alberto! ¿Te encuentras bien?

-Me encuentro, me encuentro, aunque aun no sé si bien, pero... ¡Ni se te ocurra entrar! Acabados de conocer no quisiera que me vieses así- Silencio, tan absoluto silencio que Karam acercó su oído a la puerta y lo presionó con fuerza para intentar oír algo del interior.

En su recién nacida empatía fue tan perfecto el acoplamiento que Alberto eligió justo ese momento para abrir la puerta. Y así lo hizo, pero no necesitó tirar de ella, ya que era tanta la necesidad de oír que Karam había puesto que, al desbloquearse el pestillo, Karam, cigarrillo incluido, puerta, Alberto y toalla, terminaron dentro de la bañera que inocente y completamente ajena a la impetuosa escena de amor que se desarrollaba, ocupaba un pequeño y alejado rincón de baño de una habitación de hotel de una ciudad cualquiera.

En su intento de evitar ser atropelladamente acometido por la amorosa impetuosidad de Karamelo Color, Alberto Pardo, intentó esquivarla, girando hacia su derecha, pero no lo suficiente como para evitar que ella se le echase encima, quedando atrapado en un abrazo tal que lo arrastró con ella a la antes dicha bañera. El gesto hizo que su cabeza golpease contra el grifo, evitando así que fuese la cara de ella la que agrediese de una forma tan imprevista y desaforada al pobre, inocente y metálico vierte aguas; pero a quien agredió fue a su cara. Frente contra frente, nariz contra nariz, ojos contra persianas de grandes almacenes, labios sellando un beso de amor que aquella misma mañana había comenzado a florecer en aquellos dos corazones puros en el aeropuerto de una ciudad cualquiera. Pecho contra dos esperanzadas protuberancias envidia de profesores y alumnos de la universidad, vientre contra tripita que ya empezaba a gatear, pelvis contra pelvis (la situación y el imprevisto no daban para mas), rodillas contra rodillas. Un acoplamiento tan perfecto que nunca nadie podría asegurar que aquellos dos seres no fueron siempre dos en uno, una perfecta exaltación del signo de géminis, al cual ambos habían pertenecido hasta aquella explosión de amor que les unió para siempre. R.I.P

Lo único que la brigada de investigación criminal pudo determinar, a instancias del rector de la Universidad y cuadro completo de catedráticos, fue que el semen encontrado pudo ser motivado por el "rígor mortis" o por el numerito del Kamasutra que estaban intentando practicar aquellos dos enamorados.

domingo, 9 de noviembre de 2008

MERIENDA EN EL MAUSOLEO



Tarde de Julio en el sur; hora de toros y solana. Como en procesión, saharianas blancas y tostadas sobre pantalones de tergal a mil rayas y rematados por sombreros de paja, colocados según genes y vivencias, van entrando en el mausoleo.

Puertas para gigantes abren la marmolada del palacio moro que fue, hoy merendero de reconocido prestigio y lugar de reunión de los señores del pueblo. Casino quizás, aunque abierto a todos.

Suenan al entrar los tacones de cuero de los blancos zapatos, unos de piel, otros de arpillera, según comodidad o sudor, quedando perdidos en el marmóreo espejo que suelo, paredes y columnas forman el fresco mausoleo.

Y sobre ellos no está el cielo; cubre el enorme patio una montera de plomo, vidrio y hierro. Invento de aquellos moros que durante tantos años poblaron y disfrutaron estos predios. Entra la luz, pero no el calor, ni el agua, que ya está dentro, pero donde debe estar, correteando entre el mármol, regando flores y plantas y cantándoles una nana a aquellos que, merendada la tarde, descansan sus cuerpos.

Patio andaluz de flores lleno, de mármol puro, de uso árabe, regado por rectilíneos canalillos por donde el agua corre despreocupada, transparente y fresca, humedeciendo el ambiente; única con derecho a sonar en el silencioso mundo del mausoleo. Entre columnas y parterres, mesas de mármol y hierro; sillas hamacadas donde sentar el calor y, descansado el sudor, refrescar la garganta con infusiones de té verde mandarina, espíritu de arándanos, té rojo africano o indio, té de kombucha; café de Colombia o Brasil, Mozambiqueño o Porteño; manzanilla, camomila que aromatiza el patio, hierbas tepache o kéfir de agua; también se puede servir carcadé de hibisco. Y como no, té verde a la menta, quizás dejado por los moros que moraron aquellos tiempos. Tantos aromas juntos, tan densos que adormecen la memoria, relajan los viejos músculos y ceden los cansados párpados, como las viejas persianas de los vencidos balcones de los caseríos que antaño fueran mansiones.

Sobre las mesas y al alcance de sus apetitos, bandejas repujadas de plata, que protegidas por hermosísimos paños de encaje, portan pastas y bombones, dátiles y frutos secos, pequeños, fáciles de comer, que no hay que cansar al “Señor”, las tardes no son para eso.

Algún periódico suelto, ocultando losetas de mármol rotas, caídos de manos muertas, adormecidas por el aroma, la edad y el silencio.

Y así transcurre la tarde, lenta, liviana, lánguida, sin esfuerzo; esperando que las horas vayan minando la fuerza y la luz del implacable sol del verano andaluz, soportable porque, antaño, unos moriscos sabios inventaron un lugar donde merendar las tardes del estío sureño.